El pericazo sarniento o las memorias de un adicto

Una reseña del libro de Carlos Velázquez (aquí puedes leer una entrevista que le hicimos).

El narrador norteño Carlos Velázquez (Torreón, 1978) de manera paralela a su más reciente libro de cuentos, “La efeba salvaje” (Sexto Piso, 2017), publicó con la editorial Cal y Arena un libro a caballo entre el ensayo, la crónica y la autobiografía titulado “El pericazo sarniento (Selfie con cocaína)” que, sin tantos rodeos, desdibuja la frontera entre los géneros a la par de relatarnos las memorias de un escritor y adicto funcional en el que nos cuenta su largo romance con esa dama seductora conocida por algunos como “Doña Blanca”.

Poniendo en contexto la ciudad donde creció y su entorno familiar y social, el autor de inmediato se sumerge en los primeros escarceos con diversos tipos de droga, al tiempo que manifiesta el hallazgo del polvo que no sólo lo convertiría en un esnifador consumado, sino que incluso conformaría buena parte de su identidad como escritor y como persona, pues al igual que la cita de Hunter S. Thompson en el primer capítulo “sin todo eso, yo no sería nada”.

Con un lenguaje sin artificios y sin idealizar el mundo de las drogas, va haciendo un recorrido sentimental por su adolescencia y madurez en la Comarca Lagunera, donde personajes variopintos emanados del realismo sucio -del que sin duda ha abrevado-, van poblando las páginas; en especial El pájaro, El joven manos de tarjeta y El paleta payaso, que resultan los más entrañables. Mediante una prosa empapada de anglicismos, neologismos y el habla popular del norte del país, el autor refrenda el estilo con el que irrumpiera en la literatura mexicana gracias a “La biblia vaquera” (Tierra Adentro, 2008).

La publicación, en cuanto ensayo y crónica, adolece de cierta superficialidad, pues no hay digresiones oportunas, tampoco profundidad de análisis en cuanto a los comentarios socioculturales de la época que le tocó vivir, que son los años que conforman la violenta llegada de los Zetas y la postrera guerra contra el narco por parte del gobierno de Calderón. Por lo que para el lector no hay un asidero que lo ubique en el conflicto salvo la perspectiva personalísima y enrevesada de un adicto que sobrevivió a todo ello sin mella alguna. El libro incluso podría emparentarse con el periodismo gonzo, pero se queda corto por falta de oficio reporteril y dada la ausencia de una mirada incisiva salpicada de datos.

En ciertos pasajes, la narración -si bien divertida- se torna frívola e incluso reiterativa, ya que existiendo tantos escritores que han dado testimonio de su descenso a los infiernos de la droga, el de Carlos carece de relevancia, salvo por el novedoso hecho de que se trata de un escritor nacional que sin pudor alguno se ha encuerado para hablar de los entresijos de un cocainómano en el México contemporáneo (y en algunos episodios internacionales); eso sí, con una agilidad prosística y sentido del humor que se agradecen -sobre todo para leerlo de un jalón-, pero no lo suficiente como para dejar de lado sus ficciones literarias que, sin duda, están mejor logradas.

*Esta reseña fue publicada en la columna Panopticón Cultural en Milenio Yucatán el sábado 12 de mayo.

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