Sobre la ociosidad malentendida

Nada torna a la gente más desnaturalizada e insubordinada que una larga y constante ociosidad. Stefan Zweig

En los tiempos que corren, llama la atención la forma en que el tiempo libre -entendido como ocio-, es utilizado por toda clase de personas. Sin querer satanizar a los medios de comunicación ni a las redes sociales, resulta preocupante y digno de análisis la forma como hoy en día empleamos el tiempo de sosiego destinado al descanso y a la recreación de los seres humanos más allá de sus actividades cotidianas y laborales.

Lo que es todavía más interesante, ha sido la notoria incapacidad de encontrar la forma de entretenerse desde la comodidad del hogar, a pesar de que en la actualidad se cuenta con una miríada de opciones al alcance de la mano para la mayoría de la gente gracias al internet y las nuevas tecnologías.

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Pero estas, en lugar de encaminarnos hacia aspiraciones nobles para el espíritu e intelecto del ser humano, han desembocado en una involución general que abreva del narcisismo, la falta de pudor y el exhibicionismo total para conformar lo que me ha dado por llamar una Estética del Ridículo.

Dicha postura ha primado por encima de lo que escritores y pensadores como Robert Louis Stevenson y Bertrand Russell denominaron defensa o apología del ocio, en sendos ensayos en los cuales sostenían que el tiempo libre no necesariamente debía ser entendido como holgazanería o pereza, sino como una oportunidad para el solaz y el desarrollo de una vida interior de calidad. El propio Russell alguna vez sentenció que “el ser capaz de llenar el ocio de una manera inteligente es el último resultado de la civilización”, agregando que “el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación”.

Por el contrario, hemos caído en lo que el autor alemán Friedrich Dürrenmatt advirtiera: “El ocio representará el problema más acuciante, pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo”. Eso parecemos atestiguar durante estos días interminables donde los individuos, en lugar de ocupar las herramientas de distracción disponibles, han optado por caer en los actos de estulticia más ramplona que se hayan visto en esta peligrosa época para la elemental existencia humana.

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Después de todo, no debemos soslayar que, en la Grecia clásica, el ocio era considerado el tiempo dedicado a reflexionar sobre la vida y otros tópicos importantes como las ciencias y la política. Incluso Aristóteles, en su defensa de la ociosidad, conceptualizaba al ocio no como la madre de todos los vicios, sino como una actividad de vital importancia, ya que sólo a través de él se podían alcanzar las mayores virtudes de las que es capaz nuestra especie.

Luego entonces, el ocio que se relaciona directamente con la ausencia de trabajo útil y productivo, en donde la principal actividad consistía en la reflexión y meditación filosóficas, ha caído en el olvido gracias a un malentendido empleo de los pasatiempos que le son tan indispensables a la sociedad.

Por ello, caro lector, sugiero haga uso de su propio ocio para propugnar por un rescate de la inteligencia, el criterio y el sentido común, tan necesarios hoy en día como lo fueron en otros tiempos de zozobra universal.

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