Los ojos de la bestia
Han existido y existen individuos cuya vida define el rumbo a seguir para las circunstancias de toda una época. No obstante, también es común que la cuestión se manifieste en sentido inverso; cuando son las circunstancias las que determinan el camino del individuo. Jan Tomás (Milos) Forman cae sin duda en la segunda categoría. Una probada del sabor a guerra y represión en su natal Checoslovaquia bastó para crear al cineasta singular en que se convertiría un día.
Sus películas, dramas humanos con actuaciones arrebatadoras, son espejos vivientes de la tortuosa travesía que se ha visto obligado a recorrer para disfrutar el privilegio que considera más importante: la libertad. Libertad de pensamiento. Libertad creativa. Libertad para convidar al mundo en su visión de la vida con honestidad y sin ataduras, ya sea dentro de un simple comentario o dirigiendo un filme.
Si Forman es adalid de la libertad, esto se debe a que conoce lo que significa carecer de ella. En la primavera de 1940, su padre adoptivo fue detenido por la Gestapo y acusado de pertenecer a un grupo de resistencia. Dos años más tarde, la policía del Tercer Reich volvió a casa de la familia Forman para llevarse a la madre de Milos por distribución de octavillas contra el régimen nazi. Fue trasladada al campo de concentración de Auschwitz, donde falleció.
En septiembre de 1945, el joven Forman llegó a la escuela para huérfanos de guerra en la ciudad de Podìbrady, donde pasó ocho años. En 1953 partió hacia Praga, iniciando sus estudios de arte dramático para acabar inscribiéndose en la Academia de Artes Fílmicas. El primer título destacado en su filmografía, Amores De Una Rubia (Lásky jedné plavovlásky,1965) atrajo la atención del productor italiano Carlo Ponti, con quien Forman puso en marcha el proyecto que daría inicio formal a su cruzada: El Baile De Los Bomberos (Hoří, má panenko), rodada en el año de 1967 y prohibida por los dirigentes del régimen comunista que no vieron con agrado la sátira del filme a los ideales del hombre común.
Ese mismo año, bajo la presión de los tanques soviéticos haciendo su entrada en Praga, Forman se percató de que cada segundo que permanecía en Europa su desarrollo como artista peligraba. En América, con Manhattan recibiéndolo con brazos abiertos, podría hallar lo que buscaba. Taking Off (1971), su primera producción profesional en suelo estadounidense, resultó en una modesta comedia que corrió con mucha más suerte en el viejo continente que en el nuevo. Pero todo cambió al momento en que cayó en sus manos una novela de Ken Kesey que Saul Saentz y un joven productor llamado Michael Douglas tenían interés por llevar a la pantalla: Atrapado Sin Salida (One Flew Over The Cuckoo´s Nest, 1975).
Más allá del Oscar que le procuró como Mejor Director, esta obra supuso el despertar del sello que desde entonces imprimiría en sus personajes: rebeldes inmersos en la lucha contra un sistema rígido que amenaza con cortarles las alas. Luego del fracaso comercial del musical Hair (1979) y del drama de época Ragtime (1981), la línea argumental fue fortalecida en 1984 con Amadeus, basada en la obra teatral de Peter Shaffer. Si no como ejemplo de fidelidad histórica, el filme permanece recordado como soberbio ensayo de la envidia a través de la relación del compositor italiano Antonio Salieri con W.A. Mozart
A Mozart, con su decadencia y genialidad por partes iguales, le siguieron otros anexos al ecosistema Formaniano; Larry Flynt: El Nombre del Escándalo (The People Vs. Larry Flynt, 1996), tanto pornógrafo miserable para muchos como paladín de la Primera Enmienda norteamericana para otros; así como Andy Kaufman (El Lunático, Man On The Moon, 1999), artista performance cuyo enigmático fallecimiento hasta hoy sigue siendo motivo de controversia. Junto con su habilidad para recrear a personajes más grandes que la vida misma, Forman es reconocido como auténtico director de actores. No por nada ocho de los intérpretes bajo su guía han cosechado por lo menos una nominación a los Globos de Oro y premios de la Academia; incluyendo a Jack Nicholson y Woody Harrelson.
McMurphy. Mozart. Flynt. Kaufman. Verlos en pantalla es, en mayor o menor medida, ver a Milos Forman. Cada uno de ellos, a su manera, van en pos de lo mismo con lo que siempre soñó aquel niño de la República Checa huyendo de los nazis: una voz y una boca bien abierta con qué dejarla salir.