El mito femenino en la literatura de Rulfo: Susana San Juan

Sol Ceh Moo ensaya sobre la tragedia de este personaje en “Pedro Páramo”.

En la narrativa nacional existen cientos de mujeres marcadas por la tragedia, algunas en menor medida, otras con una desdicha de toneladas de peso. Pero no he encontrado una figura femenina más enigmática e indescifrable -y con un sufrimiento sin cuantificación- dentro de nuestra literatura escrita, como la del personaje Susana San Juan, de la novela Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo -aunque vale afirmar que el mito femenino conlleva el dolor en su propia historia, aunque existen quienes lo niegan-.

La obra, escrita en una época ubicada en una línea de tiempo fuera de los acotamientos del pensamiento o tendencias feminista en boga, permite al  escritor penetrar sin impedimentos quirúrgicos e ideológicos en el alma misma de la mujer, atrapada por los brazos de la soledad, la frustración, los abusos sexuales y otros daños colaterales producidos por el amor antinatural, un amor donde se encuentra atrapaba sin pudores moralistas que son paliados con los evocaciones de las imágenes intermitentes y el placer obtenido  de Florencio, que le recordaba, después de orgasmo al medio día, en donde el único testigo de honor era el mar: “me gustan más por las noches”. Ella sabía tal como lo intuyó Fulguro Sedano, que las noches le pertenecían a su padre.

Existen demasiadas evidencias de la supremacía de Susana San Juan sobre los otros personajes femeninos que desfilan en esta novela, obra única catalogada como el mejor exponente del realismo mágico, y en donde bajar a Comala equivale a visitar a los muertos, ya que tiene alteridad con el mundo fantástico del inframundo como parte de la cosmovisión de los mayas, en donde los difuntos viven otra vida en el Xibalbá -en otra dimensión-,  o donde el descenso de Quetzalcóatl al Mictlán en busca de su padre es similar al que hace el personaje de Juan Preciado, aunque esto es tema de otra historia que tiene relación con la transculturización de la literatura latinoamericana.

La única novela de Rulfo, data de cuando las mujeres en México apenas si eran reconocidas como ciudadanas con derechos políticos electorales, con la salvedad que todo se encontraba en la teoría, y la figura patriarcal de los caciques se imponía en todas las comarcas, donde los mejores machos eran los dueños de la vida y de la muerte. Pedro Páramo, el patriarca que representaba la ley misma dice: “la ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros”. Lo tenía todo, al menos eso era lo que creía, le faltaba su único y verdadero amor proveniente de la infancia y de la pobreza: el amor de Susana San Juan.  En esa ausencia finca su derrota de hombre acostumbrado a mandar por obra del poder de su palabra y de ahí surge la búsqueda de la persona amada perdida en algún lugar de la comarca.

Susana San Juan, primero hija y después mujer de Bartolomé San Juan, desnuda una realidad que aún se reproduce en muchos contextos locales y nacionales, ambos como mineros buscan algo más que los tesoros ocultos de la tierra, pero el oro al final no importa: esa es la excusa para ubicar un lugar en donde el incesto y la promiscuidad no sea conocido. La geografía no ayuda frente a la búsqueda contumaz del poderoso cacique; así que la mujer no encuentra la mejor forma de lavar sus angustias, encaminándose lentamente hacia la locura. Esta pérdida de la razón evitará ser poseída por completo por el hombre que la había amado desde la infancia, en la cual ella era el estímulo de sus masturbaciones de puberto.

No existía duda, la amaba de tal manera que su energía de cacique se nutría de ese amor sin límite, pero imposible de concretarse: “miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada vez que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana”, decía Pedro en sus noches de soledad. Dolores, la mujer honesta, su esposa legítima y madre de uno de sus tantos hijos, no tiene relevancia; todo lo absorbe San Juan, la mujer infractora de las normas y causante de homicidios surgidos por sus amores transgresores.

La obsesión por ese amor tiene represas emocionales y no logra alcanzar al mayor cacique de la Media Luna, lo exaspera de tal manera que esa forma de amar crece destruyendo todo su andamiaje de hombre de poder, ya que ni la muerte de Bartolomé, ordenada por él, lo sosiega. Así Susana es todo y nada y nos hace recordar a Emile Cioran: “cada uno se agarra como puede de su mala estrella”. El amor obsesivo como patología atrapa al hombre y lo llena de melancolía que proviene de los recuerdos felices de la infancia, ahora la tiene pero no le pertenece; la mujer es un casco vacío sin nada que ofrecer. Ahora es dueño de su cuerpo pero su alma navega en regiones oscuras. Esto puede resultar un engaño para calificar la relación como un amor con sabor amargo, aunque en realidad no es un amor romántico, apasionado ni mucho menos místico; se trata de un amor patológico producto de los traumas de la infancia.

Fenotípicamente, ¿cómo era Susana?  No creo que Pilar Pellicer, la Susana San Juan de la película Pedro Páramo (producción de Barbachano Ponce), se acerque a la Susana San Juan de Rulfo, pues lo único cierto son sus ojos aguamarinos, seguramente era una criolla de ancas poderosas, piel morena y larga cabellera con la que solía jugar Florencio, el único hombre que entraba y salía de su recámara de enferma. Desde su desaparición “accidental” se mudó a sus neuronas. Florencio relacionado con el sol, el mar y las montañas empieza por despedazar a Pedro Páramo, corrompiendo los lazos de poder con el óxido de la ansiedad y el desosiego.

La mujer está por escribir la firma de su desventura, tal como diría Julián García en la rima de su canción La Tragedia de Rosita. “la tragedia es compañía/de las mujeres hermosas.” Cuando Susana San Juan muere, termina la oscuridad y comienza el verdadero infierno causado por la mujer que más había amado en su vida. Páramo se convierte en un cadáver viviente, cargando un duelo sin resilencias. Fuera de su soledad todo es alegría, el pueblo está de fiesta, todos saben que hay velorio en la Media Luna, pero a final de cuentas esa no era su muerta. “Me cruzare de brazos y Comala se morirá de hambre” dijo a manera de venganza y así lo hizo.

Hoy me he imaginado otra historia, con otro final y en clave poética. No soy sacrílega, pero los amores felices superan a los amores trágicos:

¿Ay Susana San Juan, qué te lastima por dentro?

¿Qué hace que te revuelvas en los desvelos?

Inmenso es el tamaño de tu agonía

Y yo aquí contemplando tus lágrimas nocturnas

Y tus suspiros de nostalgia por la mañana y al mediodía

¿Recuerdas?

Eras niña que con cantos de arrullo

en mis brazos dormías.

Llorabas por un dolor sin nombre y tus suspiros

en las palabras de Rulfo, eran sorbos de vida que deshacías.

Yo buscaba en tus ojos

la medianía de tu congoja

No hay dolor que el amor no cure

decía, mientras te ungía con aceites de ternura.

 

Ahora ya no lloras cuando duermes

 

y los suspiros

de tu alma, se han congelado.

¿La herida ha cicatrizado?

Ya no existen perlas amargas en tus sueños.

Comala se ha salvado.

 

Ya no lloras, ahora sonríes como Gioconda

vestida con los mil colores de primavera.

En este otoño, desde aquí te extraño

Mi Susana San Juan

mientras remontas tu vuelo en águilas de acero.

 

Antes de partir

sacaste el pedernal de mi angustia,

me develaste el verdadero oficio de Bartolomé San Juan;

asesino de inocencias.

Lo intuía en el dolor de tu mirada.  

 

No sé si te has curado de ese daño que lacera.

Pero ya no tengo pretexto para abrazarte

arrullarte y beber tu aliento.

Ni secaré tus lágrimas noctámbulas

tampoco disiparé el tamaño de tus suspiros.

 

Ay Susana San Juan, las distancias de tu ausencia han crecido

regresa pronto,

aquí en Comala todos saben

que mi cuerpo por trozos se está muriendo.

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