Martes por la mañana. Reviso mis listas de Last FM, esa aplicación ya casi prehistórica que me empeño en utilizar, y veo que esta semana he escuchado casi rabiosamente a Charly García. Sonrío un poco y pienso en la normalidad de aquello. Es la penúltima semana de octubre y el argentino ha cumplido 70 años, al tiempo que le realizo uno de mis particulares homenajes musicales haciendo un recorrido por algunas de sus canciones -las cuales inscribo en mi catálogo de favoritas-, unas interpretadas por él, otras por músicos que –ellos sí– han homenajeado públicamente al nacido en Buenos Aires con mucha mayor trascendencia que lo que yo he hecho en la intimidad de mis audífonos.
Viajo un poco con la mente, recuerdo cuando descubrí a Charly y cual fue la primera canción que escuché de él. Tengo que remontarme a los años 80. Eran los días de hormonas y secundaria, aquellos en los que la curiosidad adolescente nos hace voltear a todas partes con la esperanza de encontrar algo que nos defina en la vida. Era aquel tiempo en el que los medios mexicanos se inventaron una cosa llamada “Rock en Tu Idioma” con la idea de que los jóvenes compráramos discos en los que se rocanroleaba en el español más impuro. La televisión se inundó de videos de bandas de todas partes con canciones que sonaban a otras latitudes, pero que tenían el común denominador de estar interpretadas con palabras que todos en este lado del mundo podíamos comprender.
Con aquel “movimiento” llegaron hasta nuestra geografía muchos cantantes y bandas olvidables, creadas con fines estrictamente comerciales, pero al mismo tiempo comenzaron a aparecer en nuestras vidas artistas que –en ese momento lo ignoraba– habían sido fundamentales en la construcción de la identidad de países enteros. Uno de ellos, un tipo con un bigote bicolor, apareció una tarde cantando en la televisión que estaba “verde” pues no lo dejaban salir mientras bailaba junto a una serie de peculiares personajes cuyos rostros y actitudes eran exagerados por la cámara. El ritmo alocado de la canción me atrapó y fue lo que provocó que me enganchara a la misma.
Así entró a mi vida Charly García. Con una canción que en aquel momento me parecía idónea para los años en los que uno comienza a entender la importancia de ciertas rebeliones, incluidas las personales. Esas pequeñas revoluciones que nos distancian un poco de los núcleos familiares para inscribirnos en otros más amplios y que terminan por ser determinantes en el interminable trayecto de ser uno mismo.
Algún tiempo después, ya instalado en la etapa universitaria, Charly reapareció de manera importante en el walkman que me acompañó en el trayecto de Copilco a la UAM – Xochimilco durante varios años. Eran los días en los que la mente, cada vez más despierta, absorbía todo lo que podía incluyendo, por supuesto, a la música. Fue cuando aterrizaron en mi discoteca dos bandas argentinas que en su alineación incluían en los teclados a Charly García: Sui Generis y Serú Girán. A la primera la descubrí con la maravillosa “Canción Para Mi Muerte”. Nito Mestre y Charly García reflexionaban en tres minutos sobre la vida y el final de la misma con desgarradora sensibilidad y preciosas armonías que se quedan registradas en la memoria sin posibilidad de fuga alguna.
Serú Girán – aquel grupo mítico formado por Charly García, David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro – llegó en una cinta que me prestó una compañera de grupo en los primeros semestres en la UAM. El segundo track de aquel cassette traía una espléndida y alucinante canción de amor llamada “Seminare”. La letra era espectacular y estaba aderezada por los enormes teclados interpretados por Charly que le daban a la canción tintes verdaderamente gloriosos. “No hay pociones para el amor”, cantaban los llamados Beatles Criollos mientras yo me daba daba de golpes contra la pared o contra cualquier persona u objeto que estuviera a mi lado al cantar a todo pulmón junto a lo que sonaba en los auriculares.
Muchos años después, gracias al You Tube, me encontré con una versión en vivo de Seminare interpretada por Charly en un festival de Rock en el año 2004. El video retrata al argentino en todo su esplendor, en el momento de su máxima gloria, mostrando la devoción que genera entre sus fans. Son 4 minutos en los que queda claro lo que García ha provocado en generaciones enteras. Es una interpretación casi religiosa con Charly convertido en un sacerdote que bajo la lluvia dirige a sus fieles mientras se para sobre el piano o camina por el escenario. No canta mucho, deja que sean los congregantes los que se alcen en un multitudinario coro que él dirige al mismo tiempo que golpea las teclas para que la épica crezca junto a los acordes llevados al éxtasis por las manos del virtuoso que les da forma. Es un video que te hace comprender quien es Charly García, porque es tan importante y porque su figura es venerada por tanta gente en dos continentes.
Me detengo un momento después de ver varias veces el vídeo, Charly representa en el mismo a todo lo que el rock argentino fue, es y será. No hay una figura más referencial para del mismo. Hace unos días leía un texto que Fito Páez le dedicó en su libro “Diario de Viaje”. Tiene un párrafo fundamental que se entiende mejor cuando se mira a ese Charly bajo la lluvia. Dice Fito: “Pero su arte trasciende y se sitúa fuera de los cánones de la música de confort para un mundo globalizado. Se vuelve más específico y original. Busca el error casi como un místico. Funda una mística, como todos los grandes artistas. Nos hace repensar el sentido de un arte salvaje, todavía posible. Un arte vivo, que destile odio y humor, pasión y amor, y que nos intime a ser más inteligentes y volver a descubrir el mundo en el que vivimos”.
Eso es Charly, un aventurero místico, un tipo que nos lleva al redescubrimiento del mundo cada vez que una canción suya suena. Me pasa con “Confesiones de Invierno”. Cuando vuelvo a escuchar la historia de ese personaje incomprendido por el mundo que termina aislado de todo para encontrar la paz que la sociedad le ha negado, no puedo dejar de pensar en el grado de genialidad que se debe tener para profundizar en tantos temas en tan solo tres minutos. Llena de metáforas, de imágenes, de filosofía, es quizá una de las mejores canciones que se han escrito en Español en el Siglo XX. Esta versión de Pedro Aznar es hermosa y es un profundo homenaje al amigo, al mentor, al genio.
Puedo decir, y presumir, que a Charly le vi en directo. Fue en el Vive Latino del 2011. García se presentó en el escenario principal. Salió con un sombrero y un abrigo de Charro y desde que se plantó en escena se sabía que se estaba ante una gran página de la historia musical de nuestro continente. Los años y los excesos ya no le permitían moverse como antaño, pero a pesar de eso Charly presentó un recital memorable. La lluvia, su intempestiva compañera en los que quizá hayan sido los mejores conciertos de su carrera, amenazó con caer, pero como siempre, no le importó al músico que hizo por cuarenta y cinco minutos del “Hermanos Rodríguez” un barrio bonarense.
Charly García ha cumplido 70 años. Lo celebró tras los teclados en un recital en el que reunió a amigos que en algún momento han formado parte de su banda. Fito Paéz, Hilda Lizarazu, Rosario Ortega y el Zorrito Von Quintiero entre otros. Hay que ver el fervor que sigue despertando en el público, la admiración que le profesan sus compañeros. La voz ya no le da para mucho, a veces parece perderse en sí mismo y algunas líneas de las canciones se disipan en el olvido. Nada de eso importa. Sigue siendo ese monstruo que transformó para siempre al rock de todo un continente. Tal vez la furia ha dado paso a la nostalgia, a la edad que va consumiendo al exterior pero que reverdece al interior.
Existen músicos, artistas, que representan auténticas ventanas al mundo. Charly García lo fue en mi caso. Gracias a su música luego llegaron a mi Fito Páez, León Gieco, Luis Alberto Spinetta e incluso Mercedes Sosa. A la Tucumana la descubrí con “Alta Fidelidad”, un precioso disco hecho a la limón con Charly en el que se rompían todas las barreras del folclor y el rock para fundirse en un canto completamente nuevo, producto de la amistad, el respeto y la admiración de dos artistas que deberían vivir en las antípodas musicales pero cuyo genio fue capaz de tender puentes en donde muchos pensaron que era imposible construirlos.
En Cantora, el disco que Mercedes Sosa grabaría junto a varios artistas iberoamericanos, se incluyó una preciosa versión de “Desarma y Sangra” en la que las voces de los dos artistas más importantes de Argentina se abrazaban con una emoción pocas veces registrada en una grabación.
Charly García ha cumplido 70 años. El hombre que una vez se lanzó a la piscina de un hotel desde un noveno piso tal vez nunca pensó que llegaría a esa edad. Lo ha hecho, para suerte de todos los que lo admiramos. Su figura es patrimonial y su música perdurarán por siempre. Termino este artículo un miércoles por la mañana. En los audífonos suena “Buscando un Símbolo de Paz”, una canción que he escuchado infinidad de veces, recorriendo tantos caminos. Es parte de mi banda sonora y de la de todo un continente.
Formulo entonces un deseo inalcanzable: que Charly cumpla 70 años más, que siga haciendo grandes canciones. Que nos cuente sobre la Filosofía Barata y los Zapatos de Goma, que nos diga que no viaje en tren y que siga siendo el enciende y el que apaga luz, la cruz del sur, el referente, el músico que hace unos años nos anunciaba que no quería volverse tan loco, ni morir en el mundo de hoy. Ojalá y no se muriera nunca, pues creo que nadie quisiera esa pena en su corazón. Felices 70, queridísimo Charly…