Este relato forma parte del libro “Herejías. Las piras de la censura y los libros prohibidos” (Libros en Red, 2020)*
Nevio realizó, auténticamente, un descensus ad ínferos, cual mítico héroe… aunque fuera un caga tintas, como habría dicho irónicamente Nikos Kazantzakis … y pudo sobrevivir, para contarlo.
Mala cosa es atreverse a cuestionar a quien detenta poder, a los poderosos, rumiaba para sí Gneo Nevio, envuelto en las tinieblas de las honduras pestilentes de Roma, en que yacía condenado desde aquel aciago año de 207 A.C. –¡Malditos Metelos!—gritó con toda la fuerza de sus pulmones, pero su voz ronca se ahogó en la penumbra asfixiante. Jadeó. La falta de oxígeno en aquel aire podrido, que tantos pulmones condenados a muerte habían inhalado por última vez, lo dobló. Tosió y jadeó sentado en las rocas desnudas.
Únicamente, muy a lo lejos, escuchó como un rumor de insectos arrastrándose o revoloteando. En realidad eran las carcajadas de los legionarios que custodiaban el ingreso al Tullianum, la terrible prisión romana. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo sudoroso y húmedo, como las mismas paredes excavadas en la roca de las faldas del Campidoglio.
Las paredes de piedra ennegrecida por las antorchas de los legionarios estaban horadadas por las uñas ensangrentadas de algún preso… con las yemas de sus dedos de escritor podía palparlas en aquella oscuridad húmeda, mefítica, a la que había sido condenado.
Fortibus est fortuna viris data, pensó, intentando reponerse, poniéndose de pie en la sucia negrura del Tullianum, desafiando ese poder que lo aplastaba, que lo condenaba a languidecer en los intestinos podridos de Roma… hambrienta hija de la loba que había sido parida para sufrimiento y horror de incontables pueblos y seres humanos en el Mediterráneo.
Una luz rojiza lo envolvió, y por un momento creyó que se había vuelto loco. Pero no, era su amigo Tito Macio Plauto, que había llegado acompañado de un legionario.
-¡Nevio, Nevio! Soy yo, Plauto, te he traído las preciosas schedae y attramentum, papel y tinta que me pediste, para que escribas querido amigo…-
Plauto dotó a Nevio también de una buena ración de queso, higos, uvas e inclusive vino de Falerno, algo que era un privilegio comprado con varios sextercios, mordisqueados varias veces, por los voraces guardianes del Tullianum.
Dotado de velas, comida, papel y tinta, Nevio, el poeta, pudo dedicarse a escribir durante los años que duró su encierro, el que estuvo cerca de ser para siempre, tras su estúpido atrevimiento de mofarse de los aristócratas Metelos escribiendo, en paredes, muros y pavimentos de la violenta Roma versos satíricos contra la poderosa familia de los Cecilios Metelos: “Fato Metelli Romae fiunt consules”.
Dicha frase, con doble sentido, que podía interpretarse en el sentido de que los “Metelos eran la ruina de Roma”, le ganó su odio y la respuesta, brutal, de los Metelos, la que llegó, primero, también en forma de verso en latín: “Malum dabunt Metelli Naevio poetae”… Es decir, los Metelos le decían que le darían mala suerte o una manzana a Nevio. En pocas palabras, una manzana envenenada.
Entre el trémulo danzar de las velas cual escuálidas sombras de alguna pesadilla, Nevio escribió varias de sus obras. Famosas son el Poenicum Bellum, la Fabula praetexta, pero también se dice que escribió un texto sobre la sanguinaria primera guerra Púnica, contra la odiada Cartago. Guerra en la que participó, no con la pluma, sino con la espada, enfrentando al temible Anibal Barca, quien estuvo tan cerca de arrasar Roma, incluyendo a los Cecilios Metelos y al mismo Nevio.
Libre años después del podrido laberinto del Tullianum, pero condenado al ostracismo de Roma, Nevio murió en Útica, África. Pero hasta en el momento de su muerte se dio el lujo de escribir, él mismo, su epitafio:
Immortales mortales si foret fas flere flerent divae Camenae Naevium poetamitaque postquam est Orci traditus thesauro,obliti sunt Romae loquier lingua Latina
Si a los inmortales les fuera lícito llorar a los mortales, las divinas náyades llorarían la muerte del poeta Nevio. Por lo tanto, los que lo condenaron al reino del Orco, en Roma se olvidaron de hablar latín… es decir, se volvieron estúpidos, por decir lo menos. Así lo dijo Nevio. Nada menos.
*En “Herejías. Las piras de la censura y los libros prohibidos”, Eduardo Lliteras nos propone una travesía a través de la ficción, la historia y la imaginación en esta serie de relatos, con un lenguaje crudo y a veces de extrema dureza, en los que brinca sin hilo de continuidad, de la persecución de los cátaros, a la quema nazi de cuadros de Chagall o al auto de fe celebrado en Maní y dirigido por fray Diego de Landa.
Sin embargo, el hilo conductor es la censura, la persecución del que piensa diferente, el dogma como control del pensamiento, la quema de libros y la acusación de herejía en una impresionante descripción del proceso contra Giordano Bruno o la captura de la bruja Grisélidis, cultivadora de belladona y mandrágora en la Europa del Medievo.