La OSY inicia la Temporada 2025 con la 5ta de Beethoven

Diego Elizarraraz cuenta cómo la Orquesta Sinfónica de Yucatán abrió el 2025 con lo que bien podría ser un diálogo entre siglos. El último fin de semana de enero, de la mano de su director José Areán, erigió tres enormes obras de Ravel, Tchaikovsky y Beethoven. ¡Vaya manera de comenzar el año, bravo...!

La Orquesta Sinfónica de Yucatán abre temporada con lo que bien podría ser un diálogo entre siglos. El viernes 24 de enero de 2025, la orquesta, de la mano de su director titular, José Areán, erigieron tres obras monumentales que testimonian el ingenio humano, cada una evocando la vida de épocas pasadas, pero vigentes – como bien lo escribe el crítico musical Máximo Hernández en el programa de mano–, y unidas por un hilvanado de tiempo y músicas.

Terminado el bilingüe agradecimiento de la presidenta del patronato la Lic. Margarita Molina Zaldivar, Le Tombeau de Couperin abrió la noche, demostrando la excepcional maestría orquestal con la que Ravel escribía. Esta versión para orquesta transforma la obra original para piano en una suite de cuatro movimientos. El oboe asumió un papel protagonista, especialmente en el Prelude y el Menuet, en ambos movimientos sus líneas melódicas fluyeron con una claridad cristalina sobre un tejido orquestal meticulosamente equilibrado por el director.

Los fagotes y clarinetes rindieron un proporcionado contrapunto, mientras las flautas añadían un brillo característico que realzaba la textura general. La cuerda, tratada con extrema delicadeza, frecuentemente en divisi y sordina, creaba texturas sedosas que complementaban a los alientos, ambas secciones interpretando con suma destreza y una habilísima técnica. Ravel usa la orquesta completa, procurando mantener un velo transparente, sirvan de ejemplo los violines devaneando entre texturas aterciopeladas.

En el Forlane hay un sofisticado diálogo entre maderas, el clarinete y el oboe intercambian motivos sobre un sutil acompañamiento de cuerdas en sordina. Para el Menuet regresa el magistral oboe solo contra un fondo de cuerdas divididas, como si se deslizara sobre una cama armónica sólida pero translucida. En el último movimiento Rigaudon el director contrasta decididamente los brillantes tutti orquestales contra los íntimos pasajes en las maderas, particularmente los virtuosos gestos de las flautas apoyados por delicados arpegios en los violines, todo con un tremendo control interpretativo.

La obertura-fantasía Romeo y Julieta de Tchaikovsky parece recordar el apogeo del tratamiento orquestal romántico. La obra comienza con un sombrío coral entre clarinetes bajos y fagotes enriquecido por los contrabajos, estableciendo la mística atmósfera que evoca la figura del Fray Lorenzo, uno de los personajes de la historia. El conflicto entre los Montescos y los Capuletos se materializa con esos tutti en una orquesta dominada por potentísimos trombones y trompetas sobre un ligero pero estructurado fondo en las cuerdas.

Y, mientras la percusión intensifica el drama del enfrentamiento, el inolvidable tema de amor emerge de las violas y el corno inglés en su registro más expresivo, creando una sonoridad íntima y conmovedora. Este tema evoluciona hasta alcanzar un clímax donde el complejo orquestal entero participa, desde la plástica cuerda hasta una etérea arpa, que con una combinación de glissandi y arpegios en todo su registro añade una dimensión táctil en los momentos líricos.

Para concluir, Beethoven… He de confesar que siempre me es difícil elaborar sobre sus revolucionarias creaciones sinfónicas. Comenzaré con el motivo inicial, que, presentado por un contundente unísono de cuerda en fortísimo, establece inmediatamente la intensidad dramática que la batuta del sesudo director logró matizar durante toda la obra. Beethoven innova la orquesta clásica al usar a los alientos en roles solistas, configurar combinaciones novedosas y flexibles para la cuerda o alternando texturas homofónicas y polifónicas.

En un tercer movimiento preludiado por un segundo que se vale de pizzicati en las cuerdas graves para propulsar melodías en las maderas, el scherzo aparece con un dramatismo en la cuerda baja perfectamente controlada que lleva a un finale donde por primera vez aparece un timbre entre el piccolo y el contrafagot, expandiendo significativamente el rango tímbrico de la orquesta. Mucho más que decir de esta magna obra, por ahora, solo hacer mención que esta obra fue interpretada con una dedicación y compromiso dignos de aplaudirse.

Percibo que estas obras trascienden su naturaleza puramente musical, la precisión casi matemática de Ravel reflejando el ideal platónico de la perfección formal, la intensidad emocional de Tchaikovsky encarnando el concepto romántico del arte como expresión del alma individual o las estructuras revolucionarias de Beethoven representando la dialéctica hegeliana, se resolvieron en una síntesis triunfal que logró poner a la audiencia de pie. ¡Qué manera de comenzar el año! ¡Bravo! ¡Gracias, OSY!

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