La poesía yucateca contemporánea: notas a dos antologías

“Casi una isla” (Murillo/Manzanilla) y “Antología de poesía yucateca contemporánea” (Rejón). 

La poesía yucateca pasa por momentos importantes. Autores como Manuel Iris (Campeche, 1983) e Ileana Garma (1985) han dejado, como suele decirse, la vara bastante alta. Otros poetas como Nadia Escalante (1982), Manuel Tejada (1981) o Irma Torregrosa (1993) han aportado también a este fenómeno cada vez más abierto, menos arraigado al terruño y progresivamente más partícipe de situaciones poéticas del exterior. Se vive, a decir de muchos, un buen momento literario. Cierto es, sin embargo, que por asuntos de geografía los vicios de la literatura mexicana alcanzan a la yucateca. Estos tiempos de letras mexicanas permiten cada vez más situaciones que, por ejemplo, nos dejan situar el libro de un poeta como su mejor obra aunque este no contenga su mejor poesía. Libros estructurados perfectamente, realizados a las temperaturas idóneas, no significan precisamente gran poesía en el sentido estricto de la frase.

En este panorama, las antologías –de las que cada vez hay más– juegan un papel decisivo: reúnen voces, líneas, posturas poéticas bajo parámetros puntuales que permiten dar un vistazo más o menos preciso de lo que sucede en un momento y un espacio. Así, en el año 2015, la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (SEDECULTA) publica Casi una isla. Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de 1980, antología realizada por los poetas Marco Antonio Murillo (1986) y Jorge Manzanilla (1986), autores que, por cierto, también forman parte de ese mínimo grupo de escritores que han aportado lo suyo a la literatura reciente del estado.

Casi una isla nos presenta, de la mano de sus antologadores, un prólogo que cumple la función de revelar cuáles fueron los parámetros de la selección y cuáles las características del discurso resultante. Nos mencionan, por ejemplo y apunto casi textualmente, que no hay una línea estilística o temática que una las escrituras antologadas sino visiones de mundo particulares y la forma en que cada poeta entiende la noción de poema. Se destaca, claro, la casi impresencia de los hechos culturales yucatecos frente a los mexicanos debido a la lejana relación de la península con el resto del país. Pasamos también por una lista de antecedentes en materia antológica yucateca encabezada por La voz ante el espejo. Antología general de poetas yucatecos (1995) realizada por Rubén Reyes Ramírez (1954); también es válido mencionar Las formas de la nube: antología de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta (2011), realizada por el mismo Murillo, publicada en el portal de Círculo de poesía.

Rematan recordándonos que, como prácticamente todas las antologías recientes, la única intención de la suya es ofrecer una breve muestra del panorama determinado. No hay, pues, pretensiones exageradas. Finalmente, señalan los criterios de selección: que los autores hayan nacido (o posean una residencia de cinco años o más) en la entidad durante la década de 1980, o bien hayan nacido en la década señalada y tengan historial de eventos literarios en Yucatán; que propongan una poética clara y novedosa (en lo que concierne al contexto literario estatal, y esto es importante señalarlo); que sea acreedor y partícipe de premios, encuentros o publicaciones; y, por extraño que suene, que no haya abandonado la poesía de forma definitiva.

Hay que decir, ahora, que no todos los autores antologados merecen una mención puntual más allá de identificarlos. Como sucede en gran parte de los libros de esta naturaleza, la intención de balancear sus páginas es una tarea imposible. Hay textos de más –que no poetas–. Los seleccionados son: Agustín Abreu (México DF, 1980), Wildernain Villegas (1981), Christian Núñez (1981), Nadia Escalante, Manuel Iris, Karla Marrufo (1982), Ileana Garma, y los propios antologadores: Jorge Manzanilla y Marco Antonio Murillo. De entre todos estos nombres destacan sobre todo los textos de: Abreu, Villegas, Escalante, Iris, Garma, Manzanilla y Murillo, es decir, la mayor parte. Y esto es, por donde se vea, un acierto necesario y digno de celebrarse. Dejamos fuera a sólo dos autores: Núñez y Marrufo, cuyos textos no son un aporte novedoso o, en ocasiones, de calidad; como señala el prólogo. Lo erróneo de este caso no es la inclusión de los poetas sino la irregular calidad y propuesta de sus respectivas páginas. Como ejemplo de esto pueden revisarse sus respectivos poemas “Octuber fields” y “Preacher” por un lado (ambos textos que pretenden ser contundentes en su brevedad, pero que en la práctica logran un chispazo y alguna referencia vacua) y “Leyes de gravedad” y “Lección I” por el otro (impecables en el sentido formal, pero lineales en su discurso hasta el punto de la monotonía que, sumada a los campos semánticos en extremo comunes, terminan en apenas una lectura agradable).

Textos como “Héroe” o “I´m still here” de Agustín Abreu; “La lluvia” o “Yo sé lo que restaré al pasado” de Nadia Escalante; “Nueva Nieve”, “Para brindar ahora” y “Homeless” de Manuel Iris, condensan el valor literario de esta antología y, claro, la indudable calidad de esta generación. Sin embargo, el volumen como totalidad carece de ciertas cosas: no tiene un estudio crítico –por cuestiones editoriales, quizá– y esto resta bastante a la importancia que Casi una isla puede representar para la poesía de la entidad. Son, pues, textos de varia autoría reunidos en un bloque. Un libro colectivo. El trabajo de selección representa tan sólo una parte, un porcentaje del universo antológico.

Por otro lado, la falta de los poemas originales escritos en lengua maya por el poeta Wildernain Villegas quedan a deber y, además, contradicen uno de los señalamientos de los antologadores que mencionan que la inclusión de Villegas es debido a la clara relevancia de su obra en el panorama como también a los puentes o diálogos entre la tradición maya y castellana. En pocas palabras, se trata de reconocer la poesía y no la poesía en castellano; intención aplaudible pero opacada por la contradicción que hace desaparecer ese diálogo. Finalmente, la cuestionable inclusión de los propios antologadores en las últimas páginas del volumen. De este tema, incluirse a uno mismo cuando se realiza un trabajo de este tipo, se han pronunciado muchas razones y sinrazones. Por un lado, el trabajo, digamos, académico de realizar un estudio formal de cierta literatura se ensucia por esta autoinclusión de los antologadores que pasan a ser antologados. La razón, en sí, se ubica en que el antologador no pasó por los criterios de selección y su presencia se convierte en un capricho.

Pero entonces, ¿qué sucede cuando son dos antologadores y, quiérase o no, forman parte de lo destacable que se estudia? Es cuestionable, por supuesto. Uno de ellos selecciona al otro, hacen “curaduría” como suele decirse de lo ajeno aunque, al final, el visto bueno sea una decisión compartida. Señalamos esto como una debilidad de la antología porque termina confirmando su naturaleza de libro colectivo, de obra literaria a varias manos. El peso del término antología es, quizá, el gran enemigo de Casi una isla. Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de 1980. Si bien este es un libro necesario, válido e importante en lo que respecta a la poesía como fenómeno literario y estatal, es un hecho también que en el mundo de las antologías publicadas en la entidad termina por ser un intento que, ya sea por razones editoriales o de cualquier índole, presenta un buen producto con la etiqueta equivocada.

Por otro lado, en el año 2016 se publicó en el portal de Círculo de poesía la Antología de poesía yucateca contemporánea compilada por Alejandro Rejón Huchin (1997). De esta “antología” hay pocos apuntes positivos: es una reunión arbitraria de toda la poesía contemporánea yucateca que, a decir del antologador, inicia con la obra de Raúl Renán (Yucatán, 1928-2017) y concluye –digamos al momento– con él mismo, quien antologa. El orden de los poetas obedece a la cronología, de atrás hacia adelante, pasado y presente del estado. Para adentrarnos al contenido de esta reunión arbitraria –no digamos antología– es necesario tomar al antecedente publicado, como se mencionó antes, por Marco Antonio Murillo en el 2011. Existe una similitud entre las dos publicaciones: ambas son alojadas por Círculo de poesía, revista de innegable alcance a pesar de todo. Y punto. La antología de Murillo posee parámetros intermitentemente arbitrarios, pero logra su cometido y el autor practica, claro, sus cualidades antológicas y seguramente comprende, tras la publicación del 2011, la magnitud y complejidad de la Antología.

La de Rejón, por su parte, posee un prólogo –que a diferencia del de Casi una isla no es explicativo sino crítico o cuando menos analítico, pero terriblemente mal ejecutado– que pretende comentar las poéticas de los autores a partir de la primicia de que poseen una “propuesta novedosa y bien desarrollada, cuantificable en el marco de la poesía nacional”. En este sentido, figuran algunos de los nombres de Casi una isla, como vimos en su mayoría destacables, y otros nombres ciertamente importantes como José Díaz Cervera (1958) y Fernando de la Cruz (1971). No se necesita ningún sentido crítico para notarlo; cualquier lector en sus cabales que haya tenido contacto con estos dos poetas lo sabe. El tema, ahora, es la ingenuidad de quien antologa y, además, decide incluirse a sí mismo como el cierre de la antología. El texto, pues, empieza y termina con Alejandro Rejón Huchin, el antologador. Quien, en el prólogo, no desarrolla nunca la crítica sino la lluvia de conceptos trillados que encajan en cualquier discurso. Cito aquí algunos ejemplos:

voz plenamente existencial y críptica”

“a partir de la connotación de imágenes cotidianas que hablan desde el silencio como un todo que va distendiendo su ruptura”

“profundización de la imagen mediante una expresión de un ‘yo’ fenoménico que habla desde el acaecer como una carne que resiste en el tiempo”

“estética que se basa en lo telúrico y en imágenes elocuentes con una estructura rítmica bien lograda”

“resquicio que opta más por la imagen de lo cotidiano sin perder ese abismo existencial”

“tópicos más clásicos retomándolos desde un plano existencial”

“muestra un afloramiento de la metáfora, haciendo una lectura minuciosa que ilumina la condición humana a la que aluden los objetos”

“logra dilucidar lo mismo desde ciertas instantáneas o situaciones concretas que interpelan la posición del individuo frente a la vida como fenómeno saturado”

Lo rescatable de este prólogo son las obviedades que dictan, por ejemplo, que la obra de Raúl Renán busca romper moldes. De resto, nada.  Lo importante a notar, aquí, es la forma en que el antologador se expresa respecto a los textos: no es una crítica sino frases hechas que funcionan como piezas intercambiables, encajan en casi todas las “visiones de mundo” del fenómeno literario o artístico que se apunte. Hay que señalar, también, que este vicio suele verse en todas las reseñas, a veces críticas, de las que todos hemos sido partícipes. Se agudiza, claro, cuando un montón de textos, como es el caso que nos ocupa, aparecen con el fin de ser leídos pero que, gracias a ése prólogo, terminan lejos del lector. No se puede ignorar un prólogo cuando se presenta como la apertura de una antología; este, al final, es prácticamente un género literario que exige capacidades específicas. No se necesita nada, realmente nada, para agrupar poemas en un procesador de textos. Innecesario es también firmar su conjunto puesto que no se hizo, en el fondo, nada.

Como nota final, apuntemos que Casi una isla cumple una función necesaria, pero incompleta. El segundo caso, recién comentado, no logra cometido alguno, es un error que, de haberse ejecutado de la manera correcta, consumaría un aporte al menos interesante.

Consulta ambas antologías:

Nota del editor: en 2018 Marco Antonio Murillo publicó “Fragilidad de las aguas: Antología poética del sureste mexicano 1980-1989” en la revista electrónica La Otra. Dicho trabajo pretende ser una continuación de la antología “Casi una isla”, con la particularidad de ampliar su campo de estudio al incluir estados como Tabasco, Q. Roo, Chiapas y Campeche. Asimismo, en el caso de Yucatán, se sumaron dos poetas más a los que aparecen en la citada obra: Manuel Tejada e Isaac Carrillo Can.

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