Una reseña literaria por Edgardo Arredondo.
Encuentro en “Herejías” (Libros en Red, 2020) de Eduardo Lliteras Sentíes un trabajo pulcro y bien cuidado. Esta publicación compendia fragmentos de la historia aderezados con un toque de ficción, encauzados con una fuerte prosa que hace que el devenir por distintos puntos sea una suave transición cuyo hilo conductor nos hace brincar de un escenario a otro, todo con un profundo realismo.
La censura como método por excelencia del hombre a lo profano, a todo lo que no se mueva bajo el escrutinio del dogma establecido. ¿Qué hubiera sido de la evolución del hombre si no fuera por los saltos que el pensamiento condicionara? Desde la etapa más rupestre, cuestionando el origen divino de las cosas, pasando por el cisma Luterano, la evolución de las especies hasta llegar hoy en día al Internet, que como dijera Fernando Savater se ha convertido en el epicentro de la cultura. El movimiento es vida… hasta en el pensamiento.
Un mundo inmóvil, gracias a Dios.
“Un mundo inmóvil, gracias a Dios”. Un mundo inmóvil es un mundo en el que nada se mueve, se comprende sin que la autoridad máxima lo autorice. Y un mundo estático permite reproducir inequidades y acrecentar riquezas ad infinitum, dijo con tono sardónico pero muy serio monseñor Cafone mirando a los ojos al recién llegado de Roma representante de la Congregación del Índice”.
El fragmento anterior viene en una bien recreada escena de dos prelados que disfrutan de un vino y una opípara comida: uno de ellos emisario de la Santa Inquisición, mientras destrozaban a Copérnico, un vulgar cura polaco, por el atrevimiento de decir que la tierra giraba alrededor del sol; ¡vaya idea blasfema que ponía en riesgo el papel de Dios como centro de todo lo creado! Como en la mayor parte de los relatos, el apetito voraz tendría que ser saciado con una pira de libros blasfemos, al que siguieron destrozos hasta que la autoridad local, en sentido figurado, invitaba a la bestia a largarse a otro puerto. “Soy ateo, gracias a Dios”, esta frase atribuida al cineasta español Luis Buñuel bien podría ser la antípoda del sentimiento de Monseñor Cafone.
Pero el trabajo de Lliteras desnuda al verdadero villano: la censura al acto de pensar, al libre albedrio, más allá de la solvencia agnóstica o no del indiciado, va directo al libre pensamiento en una historia que con sus variantes tiene en la gente del poder, el líder de quien decide mediante su propia tabla de valores.
Cuando se describe con singular realismo a las hordas de cruzados para exterminar infieles, en el rescate del santo sepulcro, Roma acusa y los cruzados ejecutan, desuellan y queman a miles trastocándose la figura en ejército de Dios contra Satán. ¡Qué poco ha cambiado a lo largo de la historia de la humanidad! Matar en nombre de Dios y en seguida me viene a la mente el mexicanismo: “Viva Cristo Rey”, al mismo tiempo que un tren vuela en pedazos, obra de los soldados de sotana, llevándose en la maniobra a mujeres y niños en la guerra cristera.
La mujer como centro y acopio de todos los males.
“Doña Antonia, la hechicera sevillana que comete el error de caminar contorneándose y exhibiendo las tetas en ajustado corpiño delante del inquisidor. Habrase visto tal expresión del demonio dentro del cuerpo de una mujer, si por el caminar sinuoso de sus caderas que agitaban su vestido al pasar por el Puente del Diablo…” ¿Qué pasaría hoy en día con este engendro viendo a alguna chica contorneándose al ritmo de la música urbana? Meu deus.
La mujer como origen y fuente del pecado, la mujer el epicentro de los peores males, llámese gonorrea que deja un falo destruido hasta la locura de una sífilis terminal. La condena a la mujer como fuente del mal originado por la lujuria y que tristemente predominó hasta poco después del medievo: “El oscurantismo se niega a abrir las tinieblas que circundan al cuerpo humano, tanto miedo se le tiene a la rebelión de los sentidos y el sexo”. Baste recordar el salto que da la Medicina cuando la iglesia deja de condenar la exhumación o la disección de los cadáveres, previo al sepulcro, en aras de un mayor conocimiento.
Mención especial merece el relato sobre la bruja Griséldis. “Reencarnación en voluptuoso y perfecto cuerpo. El obispo inquisidor de Toulouse y sus huestes al fin la habían apresado. La horda de hombres reaccionó con miedo y superstición al ver el lugar lleno de fetiches y de artilugios de brujería. Pero el Obispo cuyas convicciones internas flaqueaban ante sus propias hormonas, dejaba de regodearse con el cuerpo desnudo de la bruja el cual tenía marrado”. “Contemplaba aquella puerta al infierno del placer” –Refriéndose al introito vaginal— el cual estaba armado de un artefacto dentado con el cual momentos antes el pene de un soldado acabó siendo mutilado cuando intentó desfogar sus pasiones antes de que la quemaran”.
La descripción con exactitud del conflicto interno del emisario de la inquisición que luchaba por reprimir sus propias erecciones al mismo tiempo que mezclaba ese gozo con el placer de quemar el refugio infernal de la bruja, sin perder en un momento el don de mando, frente a sus huestes presas del miedo agitado por sus propias supersticiones. La combinación perfecta: las mujeres, encarnación del mal en brujas rodeadas de libros paganos. La herejía materializada, la ofensa a Dios.
La tortura y el suplicio.
La tortura como requisito previo a la aceptación del mal, sin mediar tan siquiera posibilidad alguna de salvarse a pesar de redimirse de lo dicho.
Al hombre se le condenaba:
Reo por ser apóstata.
Haber escrito libros heréticos.
Haber hecho publicar varios libros en lugares heréticos.
Haberse dado a la fuga de Roma y de Nápoles.
Haber intercambiado con herejes de Ginebra, Francia e Inglaterra.
Ocho años con el recluso pudriéndose en vida con el mismo interrogatorio, con las mismas respuestas firmes, sin ir a lo contrario; el pecado tan solo es discernir, disentir, diferir. Ocho años para lo que quedaba en vida, un día dijera:
“Todos los errores que he cometido hasta el presente día que tienen que ver con la iglesia católica y la vida regular del sacerdote, y todas las herejías que he cometido y las dudas que he tenido en torno de la fe católica, las cosas que tienen que ver con la santa Iglesia, ahora las detesto y las aborrezco”.
Acepta la acusación, clama misericordia. La recompensa: un día más de vida y luego a la pira en Campo de Fiori. Se logra la conversión, pero a cenizas. No había lugar para arrepentidos ni convexos. A mayor grado de preparación mayor represión y castigo. Así fue el suplicio de Giordano Bruno.
Los libros paganos como fuente de transgresión a Dios.
“Valgrisi arribó en una góndola llena de verduras de las que emergió cubierto de hojas de lechuga y rábanos. Iba vestido de pies a cabeza con una chilaba negra que lo ocultaba de las miradas indiscretas en la embarcación, confiriéndole un aire estremecedor en la noche espectral de la laguna, a esa hora cubierta en la bruma, que se contorsionaba cual pátina fantasmal sobre la superficie del agua en calma chicha. Del otro lado lo esperaban un grupo de curtidos hombres que esperaban entre las cruces bizantinas y que no echaron o correr a pesar de que la escena pudiera causar risa, por lo grave del asunto: La llegada de libros prohibidos por el Vaticano”.
Esta escena digna de cualquier intercambio de droga o armamentos en nuestros días, era el equivalente a lo prohibido, lo arriesgado y temerario que era traficar con libros. Durante la obra de Lliteras los libros se consumen a cada instante en un acto desesperado, un tanto esquizoide de alejar los textos heréticos de potenciales conversos ajenos al dogma católico.
Pedro Moya de Contreras, fundador de la Santa Inquisición que llegó hasta Yucatán y persiguió a su tocayo Pedro Sanfray por poseer libros prohibidos, uno de ellos escrito por un italiano que se burlaba del Papa y por el cual había sido decapitado. Sanfray fue llevado hasta la ciudad de México dónde fue torturado e incinerado.
Llegó el grado de obsesión tan enfermizo que en los puertos de la nueva España tenía más importancia confiscar estos libros heréticos que inspeccionar las mercancías que entraban y salían. Pero como bien señala el autor: Los libros y los pensamientos libres siempre encontrarán a quien llegar a pesar de las hogueras y las mazmorras.
“El odio es redituable, no necesita rebuscadas explicaciones, y sobre todo es una buena bandera para cabalgar sobre los cadáveres de los enemigos y todo aquel que ose atravesarse frente a los deseos del poder”.
El poder aplasta, censura, se impone en forma brutal a través de los caminos tortuosos de la represión; así fue en la ciudad alemana de Mannheim en 1933, cuando los nazis se apoderaron del lugar. La obra de Marc Chagall incinerada, colores vivos transformados a un negro y gris cenizas, el realismo de Lliteras en la narrativa, si Chagall hubiera estado presente ya me lo imagino, agitando su cabellera ensortijada, mesándose los bucles, desesperado… pero no fue así.
Todo por ser judío, así de simple, parte de su obra se trastocó en cenizas, tal vez como hubiera ocurrido con su cuerpo en algún campo de concentración en Gurs (Francia). Pero poco después el artista se escapa del París ocupado por los alemanes, refugiándose en América, donde el arte es bendecido por un Chagall que es rescatado y nos vive hasta los 97 años, dejando en buenas manos su legado artístico.
El odio que no tiene fronteras ni motivaciones.
Quién no recuerda las imágenes transmitidas por la CNN. El estado islámico arrasando Mosul, destruyendo documentos (más de 12,000) fechados hasta en 2 mil años A.C. Las monumentales figuras en piedra de Nimrud resistentes a los embates de la naturaleza, pero vulnerables al fin a la brutalidad del hombre. Todo en una veneración que trastoca a la religión en la peor de sus aberraciones: el fanatismo. Disperso en ese fatídico 2015, hago mención a título personal del atentado contra Charlie Hebdo, semanario satírico francés, fue en la ciudad de París el 7 de enero de 2015, cuando hombres enmascarados y armados con fusiles de asalto y otras armas entraron en las oficinas de dicho semanario. Estos dispararon hasta 50 tiros, matando a 12 personas e hiriendo a otros 11 al grito de «Al-lahu-àkbar» (‘Alá es [el] más grande’) durante el ataque. El motivo: la publicación de una caricatura de Mahoma.
“No hay que meterse nunca con la religión” – exclamaría después el papa Francisco… por si las dudas.
O quién no ha imaginado como es el día a día de Salman Rushdie, después de que el 14 de febrero de 1989, el ayatolá Jomeini proclamara una fatwa, la cual sigue vigente y con una recompensa que asciende a $2,8 millones USD ofrecidos por una bonyad financiada por el gobierno iraní y todo por la publicación de Los Versos Satánicos, novela que contiene ofensas y un lenguaje blasfemo para los musulmanes.
Lliteras remata este fantástico libro con el inquisidor y villano de nuestro patio: Fray Diego de Landa. Siempre he sido un convencido que en el Auto de Fe de Maní fue algo más que la censura y un intento de sepultar las creencias religiosas de los mayas, ya que la humillación se trastocó en rabia, la rabia en dolor, el dolor en debilidad espiritual. Si bien es cierto que los mayas continuaron con el culto de sus dioses y sus creencias, dispersos en el monte, no pudieron evitar la transculturización y la mezcla en sus creencias, baste recordar la adoración de la Santa Cruz en lo que fue la Chan Santa Cruz (hoy Carrillo Puerto). Hay un antes y un después, se pierde la fuerza que se ahoga en vano intento en la rebelión de Canek y la subsiguiente humillación que Felipe Carrillo Puerto no pudo enmendar, ni con su sacrificio y que hasta el día de hoy lastima al pueblo maya. A excepción de algunos puntos y en ceremonias definidas, la pureza de sus creencias se perdió para siempre.
Por fortuna, gran parte del legado maya quedó esculpido e impregnado en pinturas tanto en barro como en piedra; sin embargo, no puedo evitar imaginar el rostro tan adusto de Yuri Knórosov que con las migajas que Fray Diego de Landa dejó, fue capaz de descifrar la fonética de la escritura maya, de haber tenido en sus manos los secretos impresos en los códices de piel de venado y corteza de árbol que ardieron aquella fatídica noche. Hoy en día, quien vaya a Maní encontrará en un restaurante del lugar la crónica del nefasto acontecimiento como único testimonio del condenable hecho, en contraste, a unos kilómetros de ahí se ha quedado a perpetuidad una estatua cercana al convento de Izamal en honor de Fray Diego de Landa por haber preservado la historia. Contrastante balance de la obra del personaje en ciernes.
Creo sin equivocarme que el autor tiene más tela de donde cortar.
La tabla de valores ha cambiado tanto que el concepto de hereje llega a tener contemporáneas connotaciones y el hecho que está implícito en toda la obra de Lliteras sigue más vivo que nunca y reproduciéndose como una auténtica Hidra: la Censura.
La censura del libre pensamiento, en un país donde ser periodista es tan riesgoso como pertenecer a las fuerzas armadas y enfrentarse a los narcos. Ya la censura no viene solo de las autoridades ,viene de cualquier tipo de intolerancia que se ha enraizado en nuestra cultura y en nuestra sociedad, ya no solo es la iglesia, ya no solo es el Estado, ahora el crimen organizado y desgraciadamente cualquier sujeto que detente algún tipo de poder.
Es “Herejías” sin lugar a dudas un ensayo bien logrado, en donde me queda claro que las referencias bibliográficas, son solo eso: referencias, cuando se detecta desde el principio de la obra un auténtico conocimiento del tema por parte de Lliteras, el cual se desarrolla a un ritmo sostenido, firme y que hace que este texto sea una lectura obligada para tratar el tema y sobre todo, para comprender la evolución de la censura misma.