Siempre ha resultado confuso manejar los conceptos de promoción cultural y gestión cultural. No siempre ha sido clara la distinción entre uno y otro término. Ello se debe principalmente porque ambas nociones comparten una serie de rasgos que dificultan identificar aquello que los distingue. Ambos procesos, según sus propósitos y acciones, participan, eso sí, en tareas educativas y culturales.
Como la cultura, la educación es una operación de diálogo y transformación entre los individuos acerca de aquello que les resulta significativo. Y este asunto altamente significativo queda registrado como parte de la sabiduría, individual o colectiva, teórica o práctica. Aunque es muy común que las personas practiquen un saber sin conocerlo teóricamente, muchas veces sólo por tradición, por costumbre. En este contexto, el aspecto educativo de la promoción cultural y la gestión cultural es diferente al que se aplica en los sistemas educativos, en las escuelas, donde prevalece la educación vertical y unidireccional y a veces basada en la repetición.
Durante la promoción cultural, la educación se suma a una tradición basada en la seducción de los sentidos, el asombro ante lo impensable, el gozo de la fiesta y el placer por lo estético y el simbolismo del arte. Además, en esta tradición, el arte resulta contagioso y provocador; ilimitado en sus expresiones, y comunicador de las intenciones del artista. En este sentido, el promotor cultural apuesta por un diálogo interminable, el cual sucede en la cultura.
Cabe señalar que educación y cultura enfrentan un diálogo abierto. En la educación, el diálogo es abierto hacia la construcción y reconstrucción de nuevos significados que afectan el saber y el hacer, las emociones y los sentidos. En este sentido, la educación, más que un discurso, es una dinámica, entendida ésta como una manifestación cultural que implica un diálogo. La característica más significativa que permite reconocer al promotor cultural o al gestor cultural en su dimensión educativa es que ambos diseñan situaciones para que ocurran acciones culturales a partir de productos culturales existentes o por crear en esa situación.
Es importante resaltar que tales acciones culturales pueden resultar más satisfactorias si el promotor o el gestor se asumen como educadores que faciliten dinámicas culturales significativas. Dichas acciones culturales pueden tener distintos formatos y suceder en tiempos diversos, y es posible desarrollarlas a través de formas de comunicación presenciales o a distancia, simultáneas o consecutivas, una después de otra. En el fondo, este tipo de acciones resultan profundamente educativas. En comparación, los educadores escolares que quieren ir más allá de la mera transmisión del conocimiento llegan a diseñar situaciones educativo-culturales para asegurar el aprendizaje efectivo en sus alumnos.
Por lo tanto, acción cultural, según al académico cultural Teixeira Coelho, es un conjunto de procedimientos que involucra recursos humanos y materiales para poner en práctica los propósitos de una determinada política cultural. Bajo esta perspectiva, es recurrente que agentes culturales establezcan puentes entre ciertos públicos y una obra cultural o artística. Asimismo, a pesar de que la figura de promotor cultural es diferente en otros países, conviene que el gestor cultural se asuma primero como promotor cultural y después añada las características propias de la gestión cultural. Tal como el promotor, el gestor también se interesa en el desarrollo humano de su comunidad y desempeñarse en una institución cultural. Esta situación le permite usar recursos públicos o privados para intervenir en el desarrollo cultural de la población a la que se debe dicha institución.
Entonces, determinar condiciones, preparar escenarios y provocar situaciones en que converjan personas para dinamizar la vida cultural representan el hacer de los promotores y los gestores culturales, y que los educadores escolares tratan de hacer. Pero, ¿acaso un educador es un promotor o gestor? o ¿los promotores o gestores son educadores del mismo modo? Los promotores o gestores culturales dinamizan un proceso que ofrece saldos previstos y no sólo un producto final.
Además, ambos enfrentan condiciones más flexibles para establecer situaciones en las que persistan la diversidad, la pluralidad y la creatividad, todo lo cual tiene que ver con los contenidos y las expresiones que discurren en las formas particulares de los lenguajes culturales o artísticos. Si a lo anterior se añade un propósito preciso y un diseño minucioso para ahondar en el saber y la experiencia cultural o artística, se trataría de un asunto plenamente educativo y, en consecuencia, habría una importante contribución para el desarrollo humano.
Cuando los promotores o gestores culturales le dan lugar a la diversidad cultural en sus proyectos a través de propósitos definidos, estarán en el terreno de la educación. Dichos propósitos (educativos) plantearían la intención de lograr que ocurra algo significativo en las personas a través de las acciones diseñadas. El propósito o la intención educativa implica una propuesta, que se reflejaría en el diseño de las acciones culturales. Así, el propósito (intención educativa) y el diseño (la propuesta de acciones) son clave de todo quehacer educativo y cultural.
Como se notará, el promotor y el gestor cultural son agentes fundamentales en las comunidades para reconocer y estimular diversas formas de expresión entre los individuos que las integran, y extender la visión hacia las expresiones de otros grupos humanos. En consecuencia, ambos son integrantes activos en la dinámica cultural al contribuir, con sus propósitos y sus acciones, quiénes fuimos en el pasado, quiénes somos ahora y quiénes seremos en el futuro. Por lo tanto, de la función de estos agentes depende en gran medida la formación (educación) de una conciencia sólida (cultura) de una comunidad.
Sin embargo, a pesar de la alta valoración del papel del promotor cultural y el gestor cultural en las comunidades, no se observa en Yucatán a ninguno de ellos, ni el promotor ni el gestor. Tampoco es posible detectar proyectos de promoción cultural ni gestiones en favor de la cultura, lo que obliga a pensar que tal vez se deba a cierta ignorancia en el sector o porque tal vez no hay interés en pro-mover la dinámica cultural ni en realizar acciones de gestión para asegurar esta dinámica y, lo más importante, que la población alcance la mayor conciencia cultural posible. Si persiste esta negligencia de los gobiernos estatal y municipales al respecto, posiblemente nos alcance la barbarie al perder la poca conciencia cultural que aún prevalece.