Un ensayo sobre el Scifi y sus subgéneros.
México es un país donde casi el 55% de la población cree que la ciencia es un peligro y 67% piensa que las “medicinas alternativas” realmente funcionan, cosa que se entiende cuando se conoce que entre el 70 y 80% de los mexicanos manifiesta no haber tenido contacto con actividad cultural científica alguna.* Desde esta perspectiva, la de un país que no sabe -y me atrevo a decir que ni le interesa conocer- sobre ciencia ¿será posible tener arte que refleje de manera cabal un pensamiento científico?
La respuesta corta es no. La respuesta extensa es algo más complicado…
Poco sabía Hugo Gernsback que al publicar una revista barata titulada Amazing stories estaría creando una revolución en la literatura fantástica. Si bien la ficción literaria aderezada con elementos tecnocientíficos ya llevaba un par de siglos realizándose, es con Gernsback que se institucionaliza y se populariza al grado que actualmente las películas dedicadas a ese subgénero son producciones millonarias que comúnmente recuperan lo invertido en ellas. Es decir, son productos masivos que la gente identifica y busca para solazamiento y ocio, sin darse cuenta de que, cuando están bien realizadas, pueden incluso permitirles filosofar y tal vez aprender algo nuevo.
Identificar algo que pertenezca a la ciencia ficción puede ser sencillo: basta con que aparezcan escenas futuristas, hipertecnologizadas, naves espaciales, extraterrestres, robots y toda esa parafernalia que el positivismo del siglo XX nos dijo que tendríamos en el XXI, pero que el posmodernismo nos negó. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro ni todo lo que vuela es un OVNI. La ciencia ficción, para serlo, debe forzosamente tener un componente científico en su discurso, no sólo en su imagen ¿por qué? Porque algo debe servir como control de calidad y porque ¿cuál sería el caso de que llevase la palabra ciencia en su nombre si no va a utilizarla?
Aclaremos algo, el término ciencia ficción es una mala traducción del inglés science fiction. Una traducción literal nos diría que el término debería ser “ficción de ciencia”, y acomodándolo a buen español quedaría como “ficción científica”. De estas dos últimas maneras, se sobreentendería que para ser de ciencia o científica debe contener ciencia, no únicamente parecérsele o recordarnos a ella, como indica el término clásicamente usado. Como ya es tarde para corregirlo y millones de personas se negarían a escucharme, quedémonos con el término ciencia ficción (CF), que además no suena nada mal.
Volviendo al tema, uno de los pretextos bajo el cual los escritores se han excusado para no introducir o tocar conceptos científicos en su literatura ha sido el de separar entre la CF dura -aquella que explica con pelos y señales la ciencia usada en la historia, y que comúnmente se mete con cuestiones físicas, químicas o biológicas- y la CF suave -esa donde no se explica nada de ciencia y habla sobre todo de antropología, sentimientos, relaciones sociales-. Esta separación, que es claramente sacada de la misma que divide a las ciencias naturales -o duras- y las sociales, es inútil porque obras literarias que claramente entrarían en la segunda categoría (Ensayo sobre la ceguera, del premio Nobel José Saramago, es un ejemplo perfecto) jamás se considerarían como CF por el hecho de pertenecer a un autor académicamente reconocido, porque la crítica no permitiría que se les encasillara en un subgénero menor o simplemente porque al autor no le nació denominarla como CF. Pero el caso contrario también pude darse: sólo porque al autor se le ocurra que una película donde unos samuráis que invaden una fortaleza y la destruyen se desarrolla en el espacio, con naves espaciales y espadas láser** de facto se le denomina CF, porque icónica e irónicamente contiene elementos propios de lo que se conoce como CF.
Es por lo anterior que es complicado tener una definición completa del subgénero. Es sencillo identificar una ilustración suelta de CF porque seguramente mostrará naves, extraterrestres y maquinaria fantástica, pero para el verdadero fan de CF no basta con mirar los dibujos, es necesario conocer el contexto: cómo funciona la nave, cuál es el metabolismo de los extraterrestres, cuáles principios físicos permiten el viaje en el espacio, cosas que sólo la ciencia podría explicar. Sí, suena complicado de entender y todavía más de realizar, de ahí que los grandes autores del subgénero no sean tan abundantes como en otros, pero la CF es un medio para dar respuestas lógicas a preguntas imposibles. Ahí radica su encanto.
La CF es un subgénero plástico y elástico, donde mucho de lo que cobija bajo su sombra es por decisión o intención del autor. No se pretende ser un dictador para poder reglamentar lo que pueda o no estar bajo su manto, pero es un hecho que existe una literatura, cine, teatro y cómic que se toma el trabajo de utilizar los conceptos científicos reales para extrapolarlos y mostrarnos un posible futuro, pasado o presente, donde el trabajo intelectual del creador es más profundo que en aquel donde sólo se utiliza un robot para pretender fabricar otra realidad. La CF debe ser una parte de la cultura donde la ciencia sea parte integral y esencial de la historia que se pretende contar de manera que, si se retira, la historia no pueda ser narrada de la misma forma. ¿Pero cómo reconocer esto?
Fácil, tomen una supuesta historia de CF e imagínenla sin sus componentes científicos: Star Wars, por ejemplo, puede contarse de la misma manera si la ambientamos en el viejo oeste, incluyendo el elemento mágico, para nada científico, de la Fuerza, cambiándolo por milagros cristianos. Si la historia se cuenta igual entonces no es CF, pues su supuesta ciencia es una máscara, la historia va por otro lado. Al contrario, si al quitar la ciencia la historia no puede continuar, entonces es CF hecha y derecha. Intenten quitar la ciencia de la novela El Marciano, de Andy Weir, resulta imposible porque la ciencia es el eje narrativo de la historia.
¿Y qué se necesita para hacer verdadera CF? Pues conocer sobre ciencia, a fin de utilizar sus conceptos y poder jugar con ellos de una manera coherente, congruente y entretenida, que sirva para poder fabricar otros mundos, otras realidades, que parezcan plausibles y posibles. Los grandes escritores de CF primero son investigadores, que averiguan hasta el más mínimo detalle para dotar a sus obras de una verosimilitud que permita al lector sentir que lo que está visionando es real. La CF debe suspender nuestra incredulidad y hacernos creer que un primer contacto con extraterrestres está sucediendo, que el viaje en el tiempo es una cuestión de ganas o que los simios heredarán el viento.
¿Y qué pasa en México? Al no tener una cultura científica, no poseemos una visión de la ciencia como promotora del pensamiento, por lo que nuestra visión de la CF es demasiado limitada, quedándose con lo que las películas del género nos han dejado y sin investigar para poder crear otros mundos posibles. Esto permite que nuestra CF se quede en la mera forma, sin alcanzar nunca el fondo. Muchos de los productos culturales que se hacen pasar por CF no son más que fantasías adolescentes que regurgitan lo visto en Blade Runner, Matrix, Star Trek o cualquier otro éxito de nuestra imagoteca, nunca pretendiendo utilizar a la ciencia como una herramienta de múltiples posibilidades, sino desapareciéndola de un subgénero al cual pertenece más allá del nombre.
Si deseamos crear algo que pueda ser considerado CF, primero debemos conocer y plantearnos cómo la ciencia y la tecnología a su alrededor se comportarían para moldear su contexto cultural, a partir de ahí ya puede crearse un nuevo mundo. Tal y como lo hace la ciencia en la realidad.
* Encuesta Nacional de Percepción Pública de la Ciencia, Conacyt, 2011.
**Sí, hablo de Star Wars, fusil de La Fortaleza Secreta, de Akira Kurosawa.