Esta obra ganó el 3er concurso para Joven Dramaturgia del Circuito Internacional de Dirección y Dramaturgia 2018-2019. ¡Aquí puedes descargarla!
ESCENA V*
EDMUNDO en un paisaje de campo, sentado en una mesa con toda la parafernalia para tomar el té.
EDMUNDO: Tranquilo, Edmundo, no puede fallar. Es ciencia. Seguiste una metodología que despertaría la envidia de Descartes. (Lee su lista) <<Primero, ubicar un sitio geográfico que despierte la sensibilidad amorosa>>. Por fin servirán para algo todas estas hectáreas que heredé. (Lee) <<Segundo, establecer una acción que propicie el diálogo>>. Tomar té es insuperable para eso. Y justo tenemos un Earl Grey magnífico. (Lee) <<Tercero, desarrollar una serie de temáticas que lleven a la complicidad mutua>>. (Revisando sus fichas) Y ya las tengo aquí, ordenadas de menor a mayor grado de intimidad: recuerdos de la infancia, confesiones emocionales y chistes para relajar el ambiente. Con todo esto habré ganado su confianza y podré hacerle mi declaración. Esta última la escribí en un soneto de catorce versos endecasílabos. De seguir este diagrama, nada puede salir mal. Recuerda, Edmundo: es vital mantener el contacto visual todo el tiempo, y escucharla como si se te fuera la vida en ello. (Saca una tarjeta en particular) Esta ficha es la Biblia de las citas amorosas. (La lee) <<Habla poco, escucha mucho>>. La dejaré aquí enfrente para recordar obedecerla como a un dios. Ah, ahí viene. (Se incorpora) Hola, Lucía, buenas tardes.
LUCÍA: Hola, Edmundo, qué gusto verte.
EDMUNDO: Gracias. Para mí también. (Saca una ficha y lee mecánicamente) ‘Estás tan radiante como las estrellas que iluminan el cielo’.
LUCÍA: Ay, gracias, qué gentil. Aunque dudo que con este sol puedan verse todavía.
EDMUNDO: (Nervioso) Es decir, si se vieran. (Aparte) ¡Rayos, debo haberlas acomodado al revés!
LUCÍA: ¿Te parece bien si nos sentamos?
EDMUNDO: Oh, claro, permíteme te ayudo.
Le ofrece la silla, pero cuando la empuja hacia delante le deja un espacio muy estrecho.
LUCIA: (Apretada) Creo que un poquitín más atrás estaría mejor, si no es molestia.
EDMUNDO: Te pido mil perdones, cómo no me di cuenta (lo hace). Déjame te ayudo también con el pañuelo (lo desdobla con concentración excesiva y se lo acomoda en el cuello como un babero). ¿Así está bien?
LUCIA: Oh, sí, es muy práctico. Sobre todo para prevenir las manchas. Aunque por el calor que tengo, lo dejaré un momento en mi regazo. Y bien, cuéntame, ¿cómo has estado? (tras mirar que Edmundo abre demasiado los ojos hacia ella) ¡Ah! ¡Qué susto! ¿Te encuentras bien?
EDMUNDO: Sí, perfectamente. Te miro con atención.
LUCÍA: Sí… y mucha, al parecer.
EDMUNDO: (Que persiste con la mirada) ¿Te molesta?
LUCÍA: No precisamente. Me preocupa más que te entre alguna basurita de los árboles. Los tienes tan abiertos que cabe la posibilidad de que se te salga uno.
EDMUNDO: (Que sigue igual) Eso es imposible. El oblicuo mayor que mantiene sujeto al ojo es fuerte como una soga de navegación. Sólo saldrían de mis cuencas si una roca gigantesca me exprimiera como a una uva hasta hacerme explotar.
LUCÍA: ¡Por Dios, esperemos que eso jamás suceda! A ver, déjame te ayudo a relajarlos (le cierra los ojos con la mano, y la deja ahí posada unos segundos) ¿Estás mejor?
EDMUNDO: Mucho. Gracias. Es verdad que así es más cómodo.
LUCÍA: Me alegro. Y te quedan mejor a la cara. Sabes, tengo mucha sed. Me preguntaba si podrías servirme una taza de ese té.
EDMUNDO: Es verdad. Ya mismo lo hago (acomoda todo con torpeza). ¿Te gustaría un poco de azúcar?
LUCÍA: Dos cucharaditas solamente.
EDMUNDO: Claro. Acá están (saca dos terrones). No sé por que los envasan en forma de poliedro regular, pero no hay nada que no pueda solucionarse (los aplasta con un plato, recoge el azúcar con los dedos y lo sirve en la cuchara para después servirlo en la taza) Y acá va el té (la hace rebosar) Oh, Dios, perdón, Lucía. Déjame que lo remedio. (intenta servir el excedente a su propia taza, pero se le derrama más). Ah, eso es peor. Con tu permiso (bebe de ella). Ahora sí, aquí tienes. Lamento mi torpeza. No he estudiado cómo hacerlo correctamente. Nuestro mayordomo lo hace de tal modo que no creí que fuera complicado, por eso le pedí que se fuera a casa. (Se seca el sudor con el mantel de la mesa).
LUCÍA: No te preocupes, es una manera muy… original. Y ser la primera en beber de tu té es un honor.
EDMUNDO: Eso sí, nadie les gana a los ingleses en la ceremonia del té. Excepto, claro, los japoneses. De hecho, los arqueólogos han encontrado piezas de cerámica japonesas de una antigüedad de más de 9000 años. Un hallazgo excepcional. Eso demostraría cuán hábil fue su civilizac… (mira su recordatorio). Pero no quiero molestarte con eso. Mejor hablemos de ti (le apunta con su oreja).
LUCÍA: No, tranquilo. Me estabas diciendo de las piezas de cerámica. Suena muy interesante.
EDMUNDO: (Duda. Mira su carta como a un preceptor) No. No puedo. Tú debes hablar ahora.
LUCÍA: ¿No puedes?
EDMUNDO: No. Es necesario que lo hagas tú. De hecho, sería mejor si lo hicieras pronto, el cuello me duele un poco con esta posición.
LUCIA: Eso pensé mientras te miraba. ¿Por qué te acomodaste así?
EDMUNDO: Para escucharte lo mejor posible.
LUCÍA: Eres muy amable, pero me inquietaría menos si lo hicieras con una posición algo más… normal. (Lo acomoda) Así está mejor.
EDMUNDO: Oh, gracias. Es un alivio.
LUCIA: ¿Quieres que te cuente algo de mí?
EDMUNDO: Por favor, sería un placer.
LUCIA: Pues bien, ese arroyo que ves ahí era mi lugar favorito para jugar de niña.
EDMUNDO: (Aparte, desechando una de las tarjetas) Recuerdos de la infancia. ¡Sí!
LUCIA: ¿Cómo dices?
EDMUNDO: No, nada. Sigue, sigue. (mientras escucha, revisa ‘disimuladamente’ sus fichas).
LUCÍA: Yo crecí con estos paisajes. Nunca fui una niña a la que le gustara estar sentada. Yo prefería subir a los árboles, jugar en los charcos, bailar bajo la lluvia. Estar aquí de nuevo me pone muy contenta. Ya desde que venía con el tren me anticipaba a los colores de esta tierra. Y cuando vi que faltaba poco para, llegar, te lo confieso, derramé algunas lágrimas.
LUCÍA: Muchísimo. Tiene una magia especial. De no haberme casado, nunca me habría ido. Es decir, mira lo que es: hasta el silencio hace una bella danza con los árboles.
EDMUNDO: (Embelesado) ¡Sí! (Reacciona a sus fichas y dice mecánico) Era un caballo tan vago, pero tan vago, pero tan vago, que cuando le ponían la silla de montar, se sentaba en ella.
LUCÍA: Oh.
EDMUNDO: ¿Te gustó? Era un chiste (tira una tarjeta más).
LUCÍA: (Que apura un trago) Simpático, sí.
EDMUNDO: (Nervioso, con las manos tembleques) Clucía, digo, Lucía, nuestra conversación ha sido tan fructífera que hay algo que me gustaría decirte.
LUCÍA: ¿Sí?
EDMUNDO: Sí, pero como no soy bueno improvisando, lo escribí acá. (Al desdoblar el papel, derrama algo) Oh, no, qué desastre.
LUCÍA: (que anticipa la declaración, se apura) No te preocupes, no pasa nada. Aquí, con mi servilleta. Muy bien, decías…
EDMUNDO: Ejem, sí. Leo.
Ha sido breve y fugaz nuestro encuentro,
Cual centella que escapa a los fulgores,
Mas brava fuerza empuja con dolores
A revelar, por hoy, lo oculto dentro:
Tu imagen me llena de contento.
¡En mi pulso redoblan los tambores!
Soñar, gozar, morir de mil primores,
Lleva a mí tu sonrisa tal talento.
Te ruego, aurora, luz de mi certeza,
Ignora por favor mi aturdimiento;
No soy más que ratón de librería.
Pero la verdad vence mi torpeza,
Es amor por ti mi gran sentimiento:
No hay mayor sol aquí que mi Lucía.
LUCÍA: (Ilusionada) ¡Oh, Edmundo!
EDMUNDO: ¿Te gusta? (al girar, derrama la taza encima de ella).
LUCÍA: ¡Ay!
EDMUNDO: ¡Santo cielo, perdóname! (Al querer ayudar, lo empeora todo, derribando más cosas y embarrando a Lucía en peores manchas). ¡Qué vergüenza, qué horror! ¡Soy un torpe! ¡Tenían razón los artesanos! ¿Cómo pude creer que podía aspirar a tu amor? Lo siento mucho, pero será mejor que me vaya. Les pediré a los sirvientes que vengan a ayudarle, señora Lucía. Lamento esta desgracia. Nunca más le molestaré con mis tonterías. (Yéndose) ¡Cómo pude creer que podía! ¡Cómo!
LUCÍA: (sobreponiéndose) ¡Edmundo! ¡Edmundo, espera, no te vayas! ¡Edmundo!