Ruth Bennet y Alexander Ovcharov impresionantes según Lutoslawski.
En la noche lluviosa del 28 de septiembre de dos mil dieciocho, en el Peón Contreras se produjo una interpretación musical sobresaliente. Era el repertorio elegido para el programa número tres, de la temporada trigésima de la OSY. Un programa por demás interesante, atractivo, que resultó de poner en la misma ecuación a Wagner y Brahms engarzando a Lutoslawski; o, dicho de otra manera, un contemporáneo en medio de dos diferentes extensiones del Romanticismo alemán. Si a todo ello se suma la combinación de nacionalidades en el escenario, el asunto adquiere una dimensión de notables cualidades.
La parte central de la noche, a cargo del oboísta mexicano de origen ruso Alexander Ovcharov y de la arpista inglesa Ruth Bennett, se fusionó virtuosamente con la batuta invitada, el director polaco Piotr Sulkowski. Pero todo empezó con la lectura de la majestuosa Obertura “Los Maestros Cantores de Nuremberg”. La Orquesta Sinfónica de Yucatán, estaba en plenitud de sus facultades en metales, maderas y cuerdas con el apoyo preciosista de su sección de percusiones. Piotr Sulkowski surgió de bambalinas con su cortesía distintiva y, en fracciones de segundos, ya estaba dando la primera de muchas indicaciones, empezando por la fortaleza extrema que Wagner exige en sus fraseos.
Esta manera de inaugurar el concierto reflejó la impresionante hermosura de una música a la que le sobra energía, tanta, que la orquesta parecía duplicarse en su tenacidad emulando a aquellos <maestros cantores> que dan título a la obra. Tras la intensa brevedad de su ejecución, formidable, el director invitado recibió una lluvia de aplausos que compartió enfáticamente con toda la sinfónica, de sección en sección, hasta una última reverencia que dio paso al dueto de arpa y oboe.
Una reconfiguración de lugares redujo las anchuras de la orquesta hasta quedar como conjunto de cámara, siguiendo las especificaciones de Witold Lutoslawski, compositor polaco fallecido hace casi un cuarto de siglo. Una fuerte ovación recibió a los solistas, ambos procedentes de las filas de la OSY; tras una discreta verificación de sus instrumentos, confirmaron con un gesto su disposición a atacar. Entonces surgió la interpretación del doble Concierto para Oboe y Arpa, gestado en tres movimientos: Rapsódico apasionado el primero, Dolente el segundo y Marcial y grotesco el último.
Un impactante ciclo de gorjeos en la cuerda, apuntalado por algunos alientos, fueron bosquejando la disonante paleta de armonías en que está realizado –magistralmente– el acompañamiento para los instrumentos discursivos. Las notas enrevesadas del oboe, pocas veces largas y otras brevísimas de complejas evoluciones, se fortificaban con un arpa que llevaba la contraria a lo que suele esperarse de su dulce sonido. Extraños acordes le mostraban con tal gama de matices, que le hicieron imposible decantarse en melodía, aunque sí en un admirable contexto atonal. Lutoslawski, con todas las influencias de su formación, fue un hombre de su tiempo y se atrevió a romper los cánones tradicionales. De ello, obtiene un resultado que es antítesis de la música compuesta en siglos anteriores al XX.
La puntualidad milimétrica de los solistas y de aquel reducido grupo de músicos expertos, dieron al director todas las facilidades para una interpretación mayúscula, según la horma de esta partitura. El aplauso cosechado, en muchos casos, fue de sincera apreciación. Fue un salto hacia distintos terrenos musicales, cuya validez no suele percibirse a la primera, lo que posiblemente a otros impidió manifestarse con más entusiasmo. Vislumbrar las cualidades de corrientes musicales heterogéneas, es síntoma de buena salud para el público de Yucatán; es la apertura hacia cosas nuevas y, por consiguiente, nos amplía el horizonte cultural.
Convocada la orquesta a su complexión de siempre, el terreno estaba listo para construir la Sinfonía Núm. 3 opus 90 de Johannes Brahms, una perla con cuatro brillos diferentes –sus movimientos Allegro con brío, Andante, Poco allegreto y Finale allegro-. Cualquier composición de Brahms puede considerarse un tanto sagrada, por la emocionalidad y la elocuencia que contienen. La tercera de sus sinfonías no podía ser la excepción.
El brío inscrito en el primer movimiento recordaba el eminente impulso del Wagner inicial, quizá de la misma prez o de la misma estirpe. Siendo hijos de Alemania, las divergencias en sus visiones aún pudieran tener un origen común. Brahms se desplaza, balsámico, por pasajes que recitan la profundidad de su alma vieja, maniquea heredera de Beethoven y más aún, de J. S. Bach.
Obsequia un contrapunto sorprendente –quizá por su sencillez– y como este, es cada uno de sus recursos armónicos. Sin gastar un segundo, el hilo entre movimientos llevó al famoso tercer episodio. Suntuoso, llega así al punto climático de su virtuosismo, que se disfruta con ganas de que nunca se acabe el canto de aquellos chelos. Entonces llega el final con alma alegre, no carnavalesca sino idealista, convirtiendo gradualmente su madurez hacia una elegancia discreta, que por discreta vaya que lo es. Brahms se luce y muestra su creación casi como un acto de divinidad.
Fue una efervescencia haber disfrutado tal repertorio. La piedra angular en manos del concertino Gocha Skhirtladze, reafirma el nivel al que tuvo acceso el maestro Sulkowski o cualquier director invitado. Solo hace falta que lleguen y compartan el privilegio de disfrutar a los grandes de siempre –propios y ajenos– así como a muchos vanguardistas que esperan su llamado a las salas de concierto, como nuestro Peón Contreras. ¡Bravo!
Aquí puedes ver la grabación en vivo del concierto del viernes 28 de septiembre de 2018:
https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/164209814498551/