“-¡Qué malvado es Pedro Simón de Menéndez, qué canalla, lerdo y soplón! […]
-Menos mal, ya estás empezando a conocer a la criatura humana.” Rodolfo Duarte
¿Y si la voz protagónica de la obra maestra de Cervantes fuera la de Sancho Panza y no la del Quijote?, ¿qué otros universos narrativos se nos hubieran abierto? Pero en la literatura no hay imposibles, cualquier “hubiera” se transforma en un gran foco de posibilidades que pide ser encendido y para eso, los lectores cervantinos no dejan lienzos discursivos a esperar.
El escritor cubano Rodolfo Duarte (Premio Alejo Carpentier de Novela 2013 y Premio Internacional de Novela Las Américas 2013), escribe en 2013 Bodegón con Manuela, la cofradía y la muerte; en esta obra los lectores hacemos un viaje en el tiempo hacia la Córdoba de 1609, un viaje en el que una sutil y bien lograda adaptación del lenguaje nos toma de la mano e invita al descubrimiento de un universo tan cercano y tan lejano. Cercano como el amor, los cuestionamientos éticos y morales, el miedo, el sufrimiento, la desesperanza; y lejano como las aventuras quijotescas y los tiempos de Cervantes.
Bodegón con Manuela, la cofradía y la muerte se lee como un homenaje a la narrativa de la literatura española del siglo de oro, que pone sobre relieve el tan añorado equilibrio entre la razón y los sentimientos a través del protagonista Antonio Vega. Pero sería injusto pensar que esta novela pretende únicamente homenajear, cuando la realidad es que Bodegón con Manuela, la cofradía y la muerte, es por sí misma una obra que a través de una estudiada y bien presentada narrativa, cuestiona los principios éticos y morales de una sociedad, no únicamente la renacentista o la del siglo de oro, sino la nuestra; claras referencias podríamos encontrar en nuestro entorno contemporáneo que no está exento de los prejuicios de antaño, la sed de poder, el acallamiento de la libertad por los dispositivos confeccionados por un sistema corrupto. Sin embargo, la novela no es desesperanzadora aunque tampoco pretende ser aleccionadora, es una suave proyección humana, en la cual los lectores bien nos podemos observar.
La novela es un relato dividido en diez capítulos (un ligero guiño narrativo), a través de los cuales se cuentan las aventuras y desventuras de Antonio Vega a partir de una serie de crímenes ocurridos en la ciudad de Córdoba y desde los cuales se entretejen nuevos conflictos y vicisitudes que se envuelven en sombras y colores a través del hilo conductor de las artes plásticas (la pintura), la intertextualidad literaria y el mundo político y social; universo del cual el amor, la lealtad y la amistad juegan un papel fundamental que endulzan el ambiente y abren el apetito con un toque de erotismo nada desdeñable y fina comedia que se alterna con referencias quijotescas, mostrando incluso a un diestro, aunque enfermo, Miguel de Cervantes como personaje.
Antonio Vega, Manuela, Argensola, Santiago, la misteriosa cofradía y un amplio matiz de personajes, juegan con los más humanos desvaríos, pero es entre Antonio Duarte y el canónigo Hermenegildo donde quizá encontramos la relación literaria más interesante de la novela, un giro ingenioso a la homenajeada narrativa del siglo de oro, donde se crea una complicidad de ética y honor al estilo Quijote-Sancho Panza pero dando paso, en esta ocasión, a la voz del “escudero” desde la que se presenta el discurso, el desarrollo y la evolución de la historia misma y de él como personaje.
Así, Bodegón con Manuela, la cofradía y la muerte pide un digno lugar en la literatura latinoamericana para no olvidar que fuimos y somos hijos de las letras cervantinas y de esta maravillosa herencia de mestizaje literario, sociopolítico, cultural (con las armonías y bemoles que esto conlleva) y que la literatura hispanoamericana camina sola pero recuerda con dignidad el pasado que le antecedió.