Un XV Aniversario pasado por agua
Fotos: cortesía del Riviera Maya Jazz Festival
Como cada año, por tres días tuvimos la oportunidad de gozar un poco de música en el Riviera Maya Jazz Festival, la cita melómana más relevante del sureste mexicano. Del 30 de noviembre al 2 de diciembre, pudimos gozar de exponentes de la talla de Chick Corea y Bela Fleck, John McLaughlin y Jimmy Herring, todo en el escenario erigido en Playa Mamitas, Playa del Carmen.
Y no era para menos: la calidad del cartel fue acorde al 15 aniversario de este emblemático festival, que este año lo mismo homenajeó a su fundador, Fernando Toussaint, que a Paco de Lucía. Ante la imposibilidad de llegar el jueves, arribé el viernes con toda la intención de ver a McLaughlin por segunda vez, siendo el 2010 la primera ocasión que escuché a este virtuoso de la guitarra en el mismo festival, acompañado de The 4th Dimension.
Sin embargo, tuve la mala suerte de llegar durante la intervención de la cantante mexicana Steffie Belt (Estefanía Beltrán), cuya presentación fue una verdadera afrenta para los oídos educados: desafinada y sin estilo, cantó covers -que no standards- del jazz y blues más ramplón que usted se pueda imaginar. Además de venir acompañada por un grupo sin presencia musical, sus comentarios sin gracia resultaron fuera de lugar. No sé quién le haya disco que posee carisma, pero ciertamente su actitud de estrellita televisiva fue lo peor del festival, por momentos causando risas y abucheos. En lo sucesivo, los programadores tendrán que analizar muy bien a quien invitan, en especial teniendo tantas agrupaciones talentosas a lo largo y ancho del país.
Después del mal rato, el guitarrista Jimmy Herring se presentó con The Invisible Whip, dejando en claro que él es una leyenda por derecho propio, ya que él y su agrupación fácilmente pudieron encabezar la alineación de la noche, pues no desmerecieron en absoluto. Justo cuando nos tenían embebidos con su sonido fusión de blues y funk, al fin salió McLaughlin, quien para esta edición fue escoltado por su agrupación habitual, haciendo un recorrido por algunas de las piezas que hicieran famosa a la Mahavishnu Orchestra, que durante los años setenta dejara huella al fusionar rock y jazz salpicado por influencias sónicas orientales y africanas.
De hecho, Carlos Santana habría de ser el mexicano que departiría con él en 1973 como parte de aquel discazo llamado Love, Devotion, Surrender, un tributo a John Coltrane. Al finalizar sus respectivos sets, ambos se unieron en formato de doble trío y doble cuarteto, para coronar sus respectivas participaciones con sus bandas completas, en un jam apoteósico no apto para villamelones, que visto desde la primera fila fue un auténtico desenlace de antología. Durante la velada, el músico inglés anunció su despedida de los escenarios ante la sorprendida concurrencia, que pidió el encore que fue concedido con la legendaria guitarra-bajo de McLaughlin en un solo que nos mandó a todos a volar hacia las estrellas náuticas y de regreso.
La noche siguiente, dos agrupaciones que no pude escuchar debido a la pertinaz llovizna darían el tercer turno a otro monstruo del jazz: Chick Corea, que desde el piano se enfrentaría mano a mano con Bela Fleck al banjo, en un cordial duelo embalado en un recital intimista que resultó impresionante, tanto en el diálogo interplay como en las altas cotas de abstracción alcanzadas, incluso pergeñando un inédito silencio entre la concurrencia que, anonadada, no daba crédito a sus oídos (salvo los siempre molestos asistentes que parece que acuden para amodorrarse en la arena y platicar las intrascendencias de sus insulsas vidas mientras uno se debate por escuchar con claridad).
Posteriormente, tocaba el turno de cerrar el festival a Bobby McFerrin, quien salió a acompañarlos con un enérgico scat que todos coreamos, avizorando que lo que venía sería el perfecto corolario para tres días de paz y música, pues el también compositor incluso iba metiendo mano en los teclados de Corea en una improvisación inaudita por estos lares del mundo. Lamentablemente, tras una pausa en la que del mar brotaron fuegos artificiales para celebrar el XV aniversario, se desató una tormenta que provocó se cancelara la intervención del norteamericano.
Muchos nos tapamos como pudimos esperando que la tormenta amainara, tantas eran nuestras ansias de continuar la fiesta de la música. No obstante, el clima no dio tregua y dispersó a la concurrencia que, aferrada, no se quería ir. Lo cual me lleva a la siguiente reflexión: desde la edición del 2007 he asistido casi sin faltar a esta cita anual en la que, como es costumbre, siempre llueve.
Luego entonces, cabe preguntarse, ¿por qué los organizadores insisten en hacer el festival de manera tan tardía en el año? Si se realizara a principios o a mediados de noviembre podrían evitarse dichas contingencias pluviales, pues ahora después de haber cumplido tres lustros comienzan a ser molestas. Un evento de esta magnitud no puede continuar al amparo de la buena fortuna, en especial cuando en ambas noches hubo sendos fallos técnicos en el audio, lo cual es imperdonable especialmente cuanto tus músicos estelares están sobre el escenario. En fin, ya será en otra ocasión…