Con vítores y aplausos, la OSY termina su temporada 37

La Temporada 37 llegó a su fin y a pesar de ciertos tropiezos, la Orquesta Sinfónica de Yucatán salió avante para concluir con una ovación del público que recompensó lo ejecutado durante parte del 2022, según nos cuenta Emiliano Canto Mayén en su crónica.

La temporada 37 de la Orquesta Sinfónica de Yucatán fue un éxito y el concierto del pasado viernes 17 obtuvo una ovación multitudinaria. Esta aclamación se materializó debido a que el concierto para piano Emperador de Beethoven y la 5ª sinfonía de Tchaikovski colmaron con su romanticismo al Peón Contreras. La expectación del público se acrecentaba desde hacía más de una semana, motivo por el cual, el teatro estaba repleto y, cuando salieron al escenario el director Lomónaco y el virtuoso Enrique Bagaría, las palmas del público los saludaron con entusiasmo.

En su retrato, Bagaría posee unos ojos azules y profundos como un personaje de Wilde. En persona, el pianista ostenta el rostro de quien conoce de memoria las partituras de Beethoven. Su carrera es sólida, estudió en París, ha tocado en San Petersburgo y actualmente figura entre los más reconocidos pianistas de España. Cualquier cronista que intente describir al concierto para piano 5, mejor conocido como “Emperador”, de Beethoven, se tiene en demasiada estima puesto que tan solo un poeta épico saldría ileso de esta incursión a un campo minado.

Esta obra maestra -ya lo han escrito varios críticos- tiene una particularidad única. Mientras más edad y experiencia gana su solista, más jovial y perfecta es su línea melódica; en otras palabras, las grabaciones más fogosas son, grata sorpresa, las de pianistas canosos y encorvados por la vida. En términos generales, el espíritu del genio alemán fue honrado por sus admiradores en Mérida. Durante el primer movimiento predomina un optimismo inusual y la confianza de Bagaría contagió de gozo a nuestra orquesta. En este segmento, la gracia del pianista fue convulsa y su delicadeza simplemente seductora.

A continuación, el segundo movimiento destacó por la gentileza de sus formas, mismas que, de pronto, recibieron vigorosas acometidas de Lomónaco y su conjunto. Cabe destacar aquí que los solos de Bagaría se cortaron con la finísima punta de un metrónomo y se les acompañó, con precisión, con las notas de una flauta correctamente afinada. Por último, se registró un estallido inesperado. Era el último de los movimientos, imparable como una presa que rebasan corrientes agitadas. Aquí, tal vez, la técnica exquisita provocó que la emoción sonara demasiado casta para los oídos que ansiaban lava e incendios. El público del Peón Contreras, complacido, retribuyó con aplausos al galardonado ejecutante.

En el intermedio, los saludos y charlas fueron similares a los de un banquete, se hablaba de las joyas de la temporada, los collares de perlas en caballeros, ciertos perfumes extranjeros y de los más aventajados directores y solistas invitados. A continuación, volvió Lomónaco al escenario y dio comienzo la 5ª Sinfonía de Tchaikovski. De esta pieza se puede anotar que, por sus desafíos técnicos, pareciera que el ruso quiso crear un ballet en cuatro tiempos.

El primer movimiento de esta composición es como admirar el amanecer desde una torre. Desde ahí vemos a caballeros que participan en un torneo, asistidos por escuderos diligentes y admirados por encantadoras damas enamoradas. En el Andante cantábile una ternura amarga nos recordó amores pasados y, en algunos puntos, la OSY nos puso en el borde del abatimiento, aunque antes de lanzarnos al abismo, nos consoló tiernamente con arrebatadores violines. Una trompeta fatal, casi al término de este segmento nos lacera, pero, por fortuna, se llega a la reconciliación absoluta del perdón.

El tercer movimiento es un día de campo en una pradera, este remanso de flores es interrumpido ocasionalmente por el vuelo de insectos de alas brillantes. Estas galanterías de vals se van haciendo cada vez más lánguidas y, al final, se consumen en un atardecer. Por último, durante el cuarto movimiento, presenciamos una victoria de seres encantados sobre las tremendas formas de la naturaleza. Este final es heroico y genuinamente ruso por sus fanfarrias y grandilocuencias de metales y percusiones.

A través de cuatro las puertas de oro, Tchaikovski nos introdujo a un salón del trono y, ya en su interior, nos sentimos poderosos y dueños de vidas y destinos. En este punto, Lomónaco y la orquesta ya tenían subyugado al auditorio que ansiaba usurpar el puesto del director para absorber la energía del conjunto exultante y hubo unos pocos, incapaces de contener sus aplausos… Al término, la luneta, los palcos y los niveles superiores se pusieron de pie y el director titular tuvo que salir en cuatro ocasiones a recibir el homenaje de quienes admiramos su trabajo y lo felicitamos por sus logros.

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