Rusia 2018: Francia y Croacia en la batalla final

CERRADO POR MUNDIAL (PARTE VIII)

“Es que Francia, por su carácter cosmopolita, siembra para que la tierra coseche”. Manuel González Prada.

“Los Balcanes producen más historia de la que pueden consumir”. Winston Churchill

Rusia 2018: la final inédita. Dos grandes historias se verán frente a frente en el estadio de Moscú el próximo domingo. Uno de los grandes favoritos contra un equipo que se ha ganado a pulso su lugar en el partido de fútbol más importante del planeta. Un equipo que ya ha sido campeón y subcampeón del orbe contra uno para que el estar en la final es ya el logro máximo en su corta leyenda futbolística. Es una confrontación de clases: la aristocracia del fútbol contra la rebeldía que ha logrado colarse hasta los niveles más altos del olimpo mundialista. Francia y Croacia, dos maneras de sentir el juego, dos representativos de países con historias diametralmente opuestas que van a colisionar en un partido en el que los franceses aparecen como los grandes favoritos y los croatas como aquel equipo que no tiene nada que perder y que intentará darle el giro más inesperado a la narrativa del mundial ruso. Pase lo que pase, en el Luzhniki las dos escuadras que han alcanzado llegar al último partido del mundial tienen un bagaje sumamente interesante que vale la pena compartir.

En un mundo en el que la inmigración es un asunto cada vez más presente, en una Europa con muchos países –Francia incluida– en la que se debate el tema y en la que muchos ciudadanos apoyan el cierre de las fronteras a aquellos que huyen de sus tierras por cuestiones políticas o humanitarias, la escuadra nacional francesa es un símbolo de lo que los inmigrantes pueden lograr cuando integran su cultura a la del país que los acoge. En el equipo francés existen más integrantes de origen africano que europeo. Ello no quiere decir que hayan nacido fuera de Francia, pero la mayoría de los jugadores que descienden de algún país de África pertenecen a la primera generación familiar que ve la luz en el país de las baguettes y los buenos vinos.

El éxito de esta selección francesa parece provenir de la combinación de las características propias de los jugadores africanos –velocidad, agilidad– con la de los europeos –fortaleza defensiva, técnica–; es decir, se trata de un combinado que define como ningún otro lo que la diversidad cultural puede arrojar para el desarrollo en el deporte en particular y en el mundo en general. Se trata de un mensaje sumamente poderoso y, aunque es complicado que el fútbol pueda cambiar la mentalidad de muchos europeos en torno a la inmigración, es innegable que alguna conciencia se verá tocada por esta gran historia de éxito e integración cultural. Los franceses le han ganado a una Bélgica que también tiene en su escuadra a un gran número de jugadores que son inmigrantes o descendientes de ellos. El partido fue dominado por los galos aunque el combinado belga tuvo en Hazard tal vez al mejor jugador de la ronda de semifinales. Los diablos rojos batallaron, pero fueron incapaces de desplegar ese fútbol vertical y de mortales contragolpes que los llevó hasta estas instancias mundialistas.

Solamente su espectacular número diez estuvo a la altura del escenario en el que se presentó, pero si algo nos ha enseñado esta edición del campeonato mundial es que las individualidades no ganan partidos. Se impuso el equipo que tuvo una mejor labor de conjunto, el equipo cuyas piezas funcionaron mejor para circular la pelota, defender la meta y marcar cuando era necesario. Bélgica, cuyo fútbol trajo gran alegría a la Copa Mundial, irá a jugar ese mortuorio partido que es el que define al tercer lugar mientras que Francia luce sólida e imponente para buscar su segunda estrella mundialista. Eso si los valientes croatas no dicen otra cosa…

Porque si hay una selección que ha demostrado gran valentía, pundonor y ganas de trascender en esta justa ha sido la selección balcánica. Una selección también llena de historias que tienen que ver con la inmigración. Algunos de sus integrantes no nacieron en Croacia. Sus padres habían tenido que salir del país luego de la terrible guerra que se produjo cuando se disolvió la antigua Yugoslavia. Eso llevó a chicos como Luka Modric a vivir en refugios y a encontrar en el fútbol una vía para soñar con un mundo mejor para ellos. Fueron niños que crecieron en situaciones muy complejas y que cuando pudieron regresar a su país, crecieron en un ambiente que los terminaría convenciendo de que representar a una nación que había sido tan golpeada por la guerra era un honor y un deber.

Sus jugadores tienen un talento nato y, a falta de una liga local realmente competitiva, han tenido que migrar a otras naciones europeas para crecer en los niveles tanto futbolísticos como personales. Militan en las mejores ligas y en los mejores equipos del mundo, por lo que se han acostumbrado a la alta competitividad y cuando se reúnen en la selección se esfuerzan al máximo para mostrar lo aprendido en clubes como el Barcelona, el Real Madrid o el Bayern Munich.

Ante los ingleses –otra selección con fuerte influencia migratoria, en este caso del Caribe–, los croatas demostraron que están hechos para leyendas cargadas de épica: jugaron su tercer partido en tiempo suplementario, con las piernas cansadas por las batallas ante daneses y rusos, y lo hicieron ante una selección más joven y más rápida. En la semifinal, Croacia decidió ante todo poner el corazón. Jugaron con una entrega de esas que parecen sacadas de otro tiempo y remontaron el marcador ante el equipo de los tres leones que vendió cara la derrota pero que simplemente en los tiempos extras perdió el temple;  su desesperado ataque no pudo ante la agotada pero determinada defensa croata.

El gol de Mandzukic quedó registrado para la posteridad no solamente por ser el que significó el pase de su equipo al juego final, sino también porque en la celebración arrollaron a un fotógrafo salvadoreño que nunca dejó de apretar el disparador de su cámara para registrar una serie de memorables imágenes y que, sin duda alguna, van a pasar a formar parte de los anales gráficos de las copas mundiales. Así que la final está servida. Han pasado cuatro años de eliminatorias en todo el mundo y casi un mes desde que inició en la lejana Moscú la fase final del mundial de fútbol. Atrás han quedado equipos grandes como Alemania, España o Argentina. Atrás han quedado figuras como Messi, Ronaldo o Neymar. Atrás han quedado las comparsas como México, Nigeria o Perú. Quedan dos selecciones que se van a disputar noventa minutos de gloria.

Francia, como decía líneas antes, luce imponente con sus jugadores noveles listos para llenarse los botines de oro y pasear la copa ante su público en los Campos Elíseos. Enfrente tendrán al Caballo Negro que sí alcanzó la meta. Llega exhausto pero con el corazón intacto, con el espíritu alegre y decidido,  dispuesto a que la celebración no sea en la París cosmopolita sino en una Zagreb que espera recibir hinchada de orgullo a sus hijos, a los hijos de la guerra, a aquellos que estaban destinados a la desgracia y que están a un paso de conocer la alegría más grande que puede conocer un futbolista: la de ser Campeón del Mundo, para añadir así un trozo más de historia a una región del mundo que no se ha cansado nunca de producirla.

A nosotros, mortales espectadores del deporte que más apasiona al planeta, nos queda la esperanza de que veremos un partido inolvidable, uno que escriba la última página de un Campeonato Mundial que ha sido emocionante, de altísimo nivel competitivo, memorable por los grandes juegos que nos ha regalado. Ante la llegada de la final no se puede evitar comenzar a sentir ese dejo de nostalgia por los encuentros vistos y, al mismo tiempo, empieza a palparse el renacimiento de la esperanza de que el cuatrienio pase muy rápido y así poder mirar el extraño mundial decembrino que se jugará en Qatar. Pero nos queda un ratito de felicidad futbolera en Rusia y habrá que llenarse de gozo en esa hora y media (o más) del que promete ser un acontecimiento de auténtico alarido. Ya veremos…

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