Vladimir Petrov gana el “José Jacinto Cuevas” 2018

6to. Concurso Nacional e Internacional de Piano Yamaha.

La víspera del relevo sexenal en la presidencia de la República, el 30 de noviembre, casi sin avisar trajo nuevamente a Mérida el 6to. Concurso Nacional e Internacional de Piano “José Jacinto Cuevas” Yamaha, presentando algunos de los más diestros ejecutantes de diversas partes del mundo. Un notable esfuerzo conjunto de personas, empresas e instituciones -como la Universidad de Yucatán, ProHispen, la UNAM y, desde luego, la empresa Yamaha- hizo posible la edición de este año 2018, destacándose el de su directora, la maestra Irina Decheva -creadora de la justa- y la sobresaliente batuta del maestro Lanfranco Marcelletti, titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa y poseedor de una trayectoria extensa en escenarios internacionales.

Al momento de ingresar al teatro, nos fue entregada una papeleta que debíamos devolver al final de la experiencia. En ella debíamos escribir, siguiendo la conciencia de cada uno, cuál de aquellos concursantes, ya filtrados por los jurados especializados y ahora expuestos a la reacción del público, debería quedar en primer lugar y por extensión, cuáles en segundo y en tercero. Los tres finalistas, dispuestos a mostrar sus facultades para el instrumento de cola, eligieron conciertos para piano catalogados, hasta por el menos enterado, como obras de fascinante hermosura.

La gala fue abierta con el Concierto para Piano Núm. 1 opus 23 de Tchaikovski, por el participante mexicano Fabrizzio Vargas Saavedra. Seguiría el joven Santiago Adonaí Chávez, quien optó por el Concierto para Piano Núm. 2 opus 102 de Shostakóvich y cerraría el mexicano de origen ruso Vladimir Petrov presentando el indescriptible Concierto para Piano Núm. 2 opus 18 de Sergei Rachmaninof. Cada obra elegida demuestra el virtuosismo de cada creador a la hora de componer, lo que sin duda fue tomado en cuenta al momento de decidir cuál traerían al concurso.

Se pensaría que el lado oscuro de un evento así es una competencia por la mayor dificultad técnica, que sin duda forma parte de los atributos evaluados. Lo cierto es, que dando por sentadas tales destrezas, la calidad interpretativa es la mejor evidencia de las capacidades de los finalistas. La Sinfónica de Yucatán, hizo exhibición del virtuosismo necesario para la ocasión. Tras las palabras de bienvenida de la maestra Decheva, a sabiendas de la fabulosa ignorancia de algunos villamelones, sugirió del modo más cortés pero con firmeza, que existiera una muestra de respeto a la interpretación de cada concierto, aplaudiendo solo al término de las tres partes que los integran, especificadas en los bonitos programas de mano que -por lo visto- sufren de aquella estadística que señala que un mínimo porcentaje de lo leído se entiende y peor aún, se entiende mal…

Con el primer invitado, la atención se centró en el rigor que precede a la interpretación. El maestro Marcelletti dio la señal. Aquello fue como una transportación a otro mundo, por supuesto mejor que el de afuera del teatro. Tchaikovsky se posesionó del joven concursante. Recreó sus estupendas dotes para la melodía, armonizadas con su sello particular. El dominio del joven Vargas Saavedra se cohesionó con el grueso calibre de la orquesta. Una y otra vez se derivaban aquellas hermosas frases del que componía pensando en cisnes y en bellas durmientes.

Aquel refinamiento suyo, lustrado en los grandes teatros y frente a las más altas investiduras, también inundó la sala del Peón Contreras. Concluido el prolongado primer movimiento, los aplausos no se hicieron esperar. Arreciaron desafiando lo que al principio fue exhorto más que insinuación. La desatinada interrupción, ya rebasada, dio paso a la ejecución de las bellas dos partes pendientes. Entonces sí, los aplausos bien ganados fueron agradecidos en discreta caravana por el primero en poner en alto el nombre de México.

Minutos después, apareció en escena uno de los más impresionantes talentos musicales del año, en hombros de un adolescente oriundo de Bolivia. Santiago Adonaí Chávez, entre la timidez y la urgencia de sentarse al piano, agradeció la bienvenida y como magia fundió el sonido de su instrumento con el poderoso manifiesto de la orquesta. Fue la ostentación de una virtud seguirse mutuamente en ritmos y acentos, primero con el jocoso lenguaje de Shostakóvich, quien aun con la bota soviética pisándole el rostro, hizo de la música un universo de constante expansión. Esta vez ningún obstáculo infamó la interpretación del pianista en turno, con un alma muy superior a los dieciséis años que constan en su certificado de nacimiento. La gente, ahora puesta en pie, gritaba bravos y mostraba su entusiasmo, absolutamente merecido por aquel que nació predeterminado como uno de los grandes pianistas del mundo.

El cierre llegaría con Rachmaninof, quizá lo más grande que ha dado Rusia en composición musical. No es necesario hacer las cuentas. Comparecer con una obra compuesta por él, rebasa todos los niveles sin requerir alegatos. Vladimir Petrov, aunque mexicano por elección, quizá por consanguineidad nacional se inclinó al piano para esculpir una extraordinaria interpretación de aquel Concierto Núm. 2.

Faltan palabras que esclarezcan la emoción de su partitura. La batuta delineaba en concatenación perfecta aquello que salía del escenario, como si piano y orquesta dependieran de la misma mano, esta de Petrov que resultó ganadora del primer sitio en la contienda. Los aplausos boquiabrieron a una audiencia nuevamente de pie. Larga la ovación y abundancia de júbilo fueron el lacre para premiar a aquellos quienes han dedicado su vida -ni hace falta que se diga- para convertirse en mensajeros de las mentes inscritas en la Historia como muestras de vida inteligente en este mundo.

La breve clausura sirvió para señalar a los premiados y sus premios. El segundo lugar fue a las manos del portento boliviano, quien se ganó -vale decirlo- el cariño de la audiencia, con una sencillez que enfatiza el valor de su futuro y de su calidad artística. El tercero, otorgado a otro excepcional pianista mexicano, cerró con broche de oro el esmero puesto para la inolvidable ocasión. ¡Bravo!

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