A Emiliano Canto Mayén, cófrade melómano.
Si usted tiene la oportunidad de visitar el Cementerio Central de Viena, verá que hay una rotonda dedicada a compositores ilustres: Beethoven, Brahms, Strauss y un monumento a Mozart, cuyo descanso final nunca fue identificado. A medio kilómetro de esa rotonda, en el mismo camposanto, se encuentra la tumba de Antonio Salieri, compositor italiano tristemente recordado por una falsa rivalidad con Wolfgang Amadeus Mozart, que históricamente nunca fue comprobada.
A Salieri se le ha imputado ser el causante de la temprana muerte de Mozart (a sus 35 años). Pero el origen de la leyenda pertenece más al terreno de la ficción que al de la realidad: todo comenzó cuando el escritor Aleksandr Pushkin habló del tema en un poema, mismo en el que se inspiró el compositor Rimski-Korsakov para hacer la ópera “Mozart y Salieri”. De ahí que el dramaturgo británico Peter Shaffer recogiera el asunto para escribir la obra de teatro “Amadeus”, la cual Milos Forman retomó para dirigir su película homónima.
Salieri fue compositor y maestro de capilla de la Corte Imperial de Austria, con especial inclinación hacia la enseñanza, ya que durante su carrera tuvo alumnos tan destacados como Beethoven, Schubert y Liszt. De hecho, entre sus pupilos estuvo uno de los hijos del propio Mozart, lo que en parte ayudaría a desmentir el mito. Amadeus también, de forma inédita, fue nombrado segundo maestro de capilla, mas bastaron apenas tres años para que abandonara el puesto. Se sentía no sólo limitado, sino ninguneado. Su carácter no le ayudaba mucho, pues sabedor su talento, tenía poca tolerancia hacia la frustración y la zalamería tan necesarias para irse haciendo de un lugar en las cortes y mecenazgos de la vieja Europa.
Siendo contemporáneos, hubo roces entre ellos, pero nada que justificara la supuesta envidia contra el nativo de Salzburgo, en especial si tomamos en cuenta que Salieri fue un músico de éxito cuyas obras se representaban en toda Europa, motivo de numerosos viajes y de que cultivara la amistad de figuras tales como Haydn y Gluck. Por encargo de María Teresa, la todopoderosa emperatriz de Austria (y ancestro de Maximiliano I, el malogrado Emperador de México), compuso L’Europa riconosciuta, ópera que lo consagró en su momento, que fue estrenada en 1778 en la inauguración del Teatro de La Scala de Milán, hasta ahora uno de los más famosos del mundo.
En contraparte, Mozart fue un niño genio que lo tuvo todo, gozando del triunfo en las principales cortes europeas, y que en su madurez tuvo una carrera llena de altibajos. Muy temperamental, Amadeus bien pudo ser un millennial de la actualidad, culpando a todos, incluido su propio padre, Leopold, de su fracaso. La Historia, esa dama veleidosa que todo lo cambia a su antojo, habría de invertir los papeles: la posteridad le deparaba a Mozart la gloria eterna mientras que, al pobre Salieri, hoy en día se le conoce como el Santo Patrono de los Mediocres, cuyas obras han caído en el franco olvido, al igual que su tumba en dicho ilustre cementerio.