Con la novela “Sureña”, la escritora acapulqueña Vanessa Hernández ganó en la categoría de narrativa el 2do Premio Dolores Castro 2023 de Poesía, Narrativa, Ensayo, Dramaturgia e Ilustración creada por Mujeres.
A continuación, presentamos dos breves capítulos seleccionados por su autora para la revista Soma, Arte y Cultura.
Capítulo 18
Necesito bajar al lobby y meterme en la boca dos cigarros para sentir que la salvación llega más rápido a mi torrente sanguíneo. Sin embargo, no puedo moverme de este cuarto. Miro sin discreción la caja de cigarros que está sobre la mesa, convencido de que su deseo por retenerme en la habitación la hará compartir del maná otra vez. No me equivoco.
Segunda toma la caja de cigarros. El momento posterior en que se dobla por la caja es una ganancia extra que agradece mi entrepierna. En ese instante supe que me sobraban ganas de hacerle el amor. Luego la vi estirar una de sus manos hasta mi cabeza, por un instante pensé que iba a acariciarme. La línea de su mano, aunque delgada había ocultado un cigarro entre sus dedos.
Abrí los labios permitiendo que el gesto concluyera con éxito, casi pensé que el cigarro venía encendido porque me sentí a punto de estallar. No pareció que Segunda notara mi erección, menos aún que le importara. Solo cuando me dio la espalda y regresó hasta la ventana cerré los ojos como si en verdad la hubiera penetrado. Revisé mis pantalones, había un leve registro de sí, mi otro fracaso. Sin soltar el cigarro de mi boca, caminé hasta la mesa y tomé un pañuelo para limpiar su triunfo.
Capítulo 60
Ezequiel vació su pistola sobre un desarmado. Si pensó en Tadeo más que en Lucía cuando disparó, es algo que nadie sabrá. Disparó seguro de que la muerte de Lauro más que liberarlo lo iba a meter en problemas. El único testigo y miembro del cártel era muerto por sus propias manos. Vengaba la muerte de Tadeo o protegía a alguien, era una duda que remató en la cabeza de su equipo cuando lo vieron hablarle a Lauro como sólo se le puede hablar a un enemigo personal con quien se tiene cuentas y balas pendientes. Hasta que el cuerpo de Lauro terminó de lado sobre el piso, Ezequiel fue consciente de lo que acababa de pasar.
Dejó caer su pistola frente al cuerpo inerte de Lauro. Los otros policías terminaron de levantar a los sicarios que quedaron con vida y los acomodaron en camionetas para llevarlos a interrogatorios que más bien parecían ser hélices hacia abajo que en algún punto terminaban enredándose y generando más preguntas que respuestas. En realidad, muy poco podían saber aquellos hombres acostumbrados a dar la vida por su patrón, quizá acaso lo que era evidente no sólo para los propios lugareños sino para cualquiera que visitara ese lado de la república, que Guerrero era una sed inabarcable de muchas aguas. Un lugar donde la pobreza era un esquema de gobernanza. Matar al pueblo, pero mantener el hambre. Lidiar con rezagos a ratos, pero impulsar la desesperanza. Si el hombre de oficina los había mantenido con hambre, no había sido así con un hombre como Lucio que aunque un diablo conocido, a ellos les había quitado el rencor de un cuerpo despreciado, tratado como carne prescindible.
Algunas preguntas se quedan cortas cuando el hambre lleva ventaja sobre ciertas bocas. Ninguno preguntó de qué o a dónde iba la mercancía que cosechaban o transportaban. Llevaron a Ezequiel a una celda donde le leyeron sus cargos. Ninguno de sus compañeros pudo hacer algo por él. Si alguno de ellos lo hubiera defendido, más tarde alguna cámara en las inmediaciones, hubiera revelado que mató a Lauro a quemarropa. No negó ni agregó algo más a los cargos, permitió que la celda fuera suya el tiempo que se necesitara para determinar si era o no un traidor de los muchos que había en el sistema. El caso de Ezequiel Alende resultaba particularmente difícil, su quiebre no ayudaba en nada a las bajas, pues era tanto como ver caer la apuesta más grande en la lucha contra el narcotráfico por, literalmente, un par de nalgas.
*Aquí puedes leer “Las alumbradas”, novela de Vanessa Hernández publicada por Grijalbo.