Se presenta el viernes 12 de abril a las 8PM.
Sórdidas habitaciones blanquecinas pobladas por entes que caminan parsimoniosos, con desgano y hastío. Dolor y desamparo. Gritos que se ahogan en la indiferencia. Profunda orfandad. La dignidad ultrajada, usada, manoseada, picada y costurada. Regimientos de mujeres tratadas como animales cualesquiera, cercenadas igual que vacas. Repugnancia. Violencia con olor a yodo y amoniaco antiséptico.
En el escenario: una tenue luz roja ilumina el espacio de representación. En primer plano a la derecha se encuentra un maniquí vestido con una bata clínica azul manchada de sangre y encima un miriñaque o crinolina. A la izquierda se encuentra una mesa de mayo –artefacto utilizado como carrito de curaciones- con material médico. Al centro, en segundo plano, hay una cama de hospital con el símbolo institucional del IMSS. Encima del camastro se encuentra la actriz Yulliana Vargas postrada en posición fetal, cerrada al público. Podemos observar las plantas de sus pies embadurnadas de una sustancia acuosa que posiblemente sea sangre con líquido amniótico y restos de material placentario.
Parturientas es una obra unipersonal que reflexiona sobre el sufrimiento que padecen miles de mujeres en México por parte del personal de salud durante el embarazo, parto y postparto, principalmente en el sistema de salud pública. Violencia normalizada que consiste en cualquier acción u omisión que cause daño físico o psicológico a la mujer en este periodo de su vida. En términos legales se le denomina violencia obstétrica.
Mediante su entramado narrativo, el montaje encuentra refugio para reflexionar también acerca del camino programático –“toda la vida me programaron para cargar este vientre hinchado”, afirma la actriz-, de las mujeres hacia la maternidad no siempre elegida. Maternidad inscrita en el género femenino que se despliega en los cuerpos mediante la instauración de dispositivos binarios. La metáfora materna que se inscribe en el cuerpo, se expande en la vida cotidiana y romantiza el embarazo.
La construcción emotiva es producto de una narración con bases autobiográficas, que detona con potencia en escena: latigazos que golpean en seco y dejan en carne viva a los espectadores, ecos visuales con texturas descarnadas. Alegoría orgánica del sufrimiento en el ámbito de la violencia obstétrica. La dramaturgia es habitada por personajes diversos, producto de un trabajo de investigación a profundidad que incluyó entrevistas a personal médico, mujeres en la misma problemática, estudiantes de medicina, etc.
Yulliana Vargas, actriz que interpreta el unipersonal, nos va introduciendo en la línea argumental por medio de una gestualidad clara: el dolor, la humillación y el sufrimiento. Conecta de forma empática con este tipo de emociones; no así con los momentos que intentan romper la solemnidad del discurso. Esto es notorio cuando ya avanzado el montaje hace una broma sobre las dimensiones de los penes. Asimismo, en un inicio la tonalidad vocal de la actriz se percibe impostada, carente de matices, asunto que va desapareciendo al paso de los minutos: finalmente el volumen, el registro de las voces, proyección corporal, precisa y bien colocada, se articula y construye una urdimbre acompasada en un ritmo semilento.
El dispositivo escenográfico es resumido con pocos elementos y el mérito de ser portable, aspecto reiterado en otros trabajos del director Ángel Fuentes Balam. Así, el espacio de representación se dispone por medio de la movilidad de la escenografía en distintos planos y dimensiones en la escena. Igualmente, el universo plástico de anarquía visual concuerda con el fundamento estético de la pieza. No obstante, el caos de artefactos que por momentos se superponen, complejizan los trayectos de la intérprete: el maniquí y el perchero porta-suero se enciman durante un prolongado tiempo, una cabeza de juguete desborda el escenario y cae a los pies de una espectadora, etc.
La obra construye por medio de metáforas un tejido simbólico fuerte acompañado de una sonoridad sobria. Estímulos que retan a los sentidos y logran erizarnos. Un momento de horror indescifrable ocurre cuando la actriz, después de relatarnos la episiotomía -técnica que se lleva a cabo durante el parto y que consiste en realizar, con un bisturí o tijeras un corte de entre 1 y 3 cm, desde la vulva hacia el ano para agrandar el canal vaginal- a la que fue expuesta dos veces sin anestesia, toma una manzana y la desgarra con una aguja que lleva un hilo de cordero.
Imaginamos el dolor indescriptible que se intensifica frenéticamente ante la sutura de la manzana ad nauseam, mientras en segundo plano, el maniquí desnudo tiene dibujadas en rojo dos líneas en el vientre, remitiendo a un positivo en una prueba de embarazo, y la sábana que contiene el logo/símbolo del IMSS con una madre amamantando un niño, constituyen una figura que alude a una práctica desestimada por la Organización Mundial de la Salud como medida rutinaria en el parto. Aún así, es una intervención reiterada en el sistema de salud pública en México. Un abanico de metáforas construyendo sentido al servicio de la poética.
La obra deja en claro su posicionamiento y reflexión ética respecto al tema que plantea, de eso no queda duda. Por ello resulta inexplicable, sobre el final del montaje, el manejo de un discurso panfletario que generaliza al personal de salud pública. Aunque someramente se nos advierte que esta arenga no es para todos en el sector médico, remata preguntándose: ¿en qué semestre de la carrera de medicina se aprende a deshumanizarse?
La complejidad desarrollada durante la pieza dramática se simplifica al final en una solución moralista que bordea el melodrama. Apela al chantaje emocional para lograr mayor contundencia en la convención empática con el espectador, pero se olvida del cuestionamiento que minutos atrás se hizo acerca de la construcción social de la maternidad. Desliz que nos vuelve a colocar en una narrativa confrontada de los unos vs los otros. Dicotomía que nos subsume en una visión reduccionista del fenómeno.
El montaje escénico resulta en un instrumento de denuncia a la normalización de la violencia obstétrica en nuestro país. Un grito de alarma de tantas voces silenciadas ante los vacíos legales -que no establecen medidas integrales de reparación de daño cuando una mujer es violentada en sus derechos reproductivos-. “Parturientas” nos invita a la reflexión y al debate sobre esta temática urgente, cuya solución, afirman asociaciones civiles como GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida), no es tipificar la violencia obstétrica como delito, sino que el sector salud la reconozca como una forma de violencia institucional y de género, garantizando el acceso a una atención medica de calidad durante el embarazo, parto y posparto.
“Parturientas” está basada en una idea original de Coralia Ancona, con texto y dirección de Ángel Fuentes Balam, que se presentó en el Foro Alternativo Rubén Chacón el sábado 6 de abril. El montaje es producido por los grupos de teatro Perros que Parecen Laberinto y Sillón de Orejas y contó con el apoyo del Programa de Estímulo a la Creación Artística de Yucatán (PECDA) en 2018.