La vida en el abismo: 20 pinchazos después

Trainspotting 2, una reseña sin spoilers

Para dejarlo en claro desde el principio: no hay comparación entre la primera entrega de esta película y su secuela. Dicho lo anterior, habría que ser muy tonto para creer que el éxito descomunal de 1996 podría repetirse en el 2o17. Lo mismo que nosotros, los espectadores, difícilmente somos los muchachos que bailaban hasta reventar las arterias allá en los ya lejanos noventa. Y esto es lo que la cinta del viejo Danny Boyle parece decirnos: todo cambia para seguir igual.

Basada libremente en la secuela literaria de Irvine Welsh (Porno, 2002), el guionista John Hodge intenta adaptar lo inadaptable una vez más, tratando de captar el humor ácido de la primera y despertar esa química llena de químicos entre los protagonistas: Mark Renton (Ewan McGregor), Sick Boy (Johnny Lee Miller), Spud (Ewen Bremner) y Begbie (Robert Carlyle). Sin el ensamble original hubiera sido imposible emular los mitos del desencanto, la decadencia y la autodestrucción de los escoceses del Reino Unido de la era Post-Thatcher, esa gris época que sin embargo parió ese engendro musical llamado Brit Pop.

Sin embargo, John Hodge fracasa donde Danny Boyle triunfa. El guión, bastante alejado de la novela, presenta numerosas inconsistencias, carece de la filosa crítica social  de la primera parte (salvo un inspirado discurso al estilo choose life que salva la película) y no añade nada a la mitología de los divertidos amigos amantes de la heroína. Por otro lado, visualmente el director sí logra recapturar el sórdido imaginario de una ciudad de Edimburgo que, ya bien metida en el bienestar económico de la era del ex primer ministro Tony Blair, no deja de esconder oscuros recovecos donde la droga y el pandillerismo siguen dañando el tejido urbano. Aún así, las largas escenas contemplativas de abstracción psicodélica brilan por su ausencia.

Haciendo uso de distintos formatos de cine y video, ángulos aberrantes, planos inusuales y proyecciones sobre la arquitectura interior, Boyle logra darnos esa sensación de que estamos viendo una película desde el punto de vista de un yonqui. El problema es que dos décadas después nuestros antihéroes apenas y son adictos al ejercicio y al viagra. En ese sentido, enfrenta al espectador ya entrado en años con su propia realidad, aunque abuse de estos tópicos: el tiempo no perdona a nadie. Y esto, más que una desilusión, es un encontronazo con el acto de madurar: ¿cuántos de nuestros amigos no han dejado el cigarro y el alcohol para convertirse en unos insufribles runners que corren maratones y que comen sano?

Si Trainspotting era una apología al vitalismo y a la autodestrucción hedonista, esta segunda parte nos advierte de las consecuencias de Elegir la vida: si eliges irte por lo seguro, una carrera, un trabajo, una familia… probablemente acabes donde empezaste. Solo, divorciado, sin familia y sin dinero, pero más viejo. Al menos uno de los personajes lo ve claramente, hubiera sido mejor morir… Más allá de lo anterior, el filme es convencional en su estructura, interponiendo ciertos flashbacks con escenas del presente, como para recordarnos que todo tiene una explicación en el pasado y que el pasado no es más que el eterno retorno, siempre condenado a repetirse, como Sísifo en crack.

La película no apuesta por la nostalgia, aunque es inevitable que uno, encariñado como lo está con los personajes, la sienta. Su historia es nuestra propia historia de juventud. No por nada el filme es un hito generacional para los que crecieron a finales de los noventa. Si bien no aporta nada nuevo, al menos vemos un desarrollo más profundo de los personajes, aunque se extraña esa fabulosa banda sonora que fue el motor de nuestra epilepsia dancística: sólo Dreaming de Blondie, un tema de The Clash y Radio Ga Ga de Queen son sus contadas adiciones.

En resumen, si usted va al cine a verla esperando encontrar su juventud perdida se encontrará con una experiencia mediocre. Si usted -al igual que yo- entra sin expectativa alguna , se topará con un colofón agridulce, tal vez duro, pero digno de lo que alguna vez fuimos, de lo que somos y de lo que seremos. Si esto no le agrada, es culpa suya: hubiera sido mejor darse un pinchazo a tiempo.

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