Molano vuelve triunfante y por todo lo alto con la OSY

Diego Elizarraraz cuenta cómo Juan Felipe Molano bajó del estrado para reconocer, aplaudiendo junto al público, la impecable interpretación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán de una enérgica obra contemporánea y dos obras maestras del repertorio orquestal. ¡Bravo Juan Felipe...!

¡Ovación de pie más que merecida para el director colombiano, Juan Felipe Molano y la OSY! El laureado director regresó en calidad de director huésped con una ‘fiesta’ de sabores y colores. Me sentí en un viaje por tren, pasando por una ruta de diversos afectos, haciendo paradas en estaciones llenas de emociones contrastantes y sofisticados artefactos tímbricos. El viernes fue un concierto tanto como fue un recorrido, lo suficientemente nutrido, a través de obras que manifiestan algunas de las infinitas posibilidades de la orquesta como instrumento.

Primera parada. El concierto dio inicio con Techno, el cuarto movimiento de Fiesta, obra del compositor peruano en ascenso, Jimmy López, quien demuestra un categórico dominio de los artefactos tímbricos/orquestales al paralelo de una orgánica fluidez en sus dibujos motívicos, particularmente rítmicos; recordemos – al finalizar lo que podría llamarse una introducción – la aparición de un intrépido ritmo de merengue en la percusión, con los bongos y las congas, que el compositor transforma en un masa dinámica amoldada por pesados, pero bien definidos, planos de movimiento, cargados de una tendencia vertiginosa y alimentados por una construcción del espacio sólida, fuertemente reforzada por las ‘respiraciones’ del tambor bajo. Amén de un espíritu sumamente latino y una potencia al estilo de las fanfarrias, el curso y devenir de este breve movimiento, de apenas cuatro minutos, confirman el lugar del compositor en programas codo a codo con grandes orquestadores como Richard Strauss y Sergei Rachmaninoff.

Segunda parada. Finalizada la virtuosa presentación de la primera obra, la batuta del colombiano nos llevó a través de una de las obras de uno de los máximos innovadores orquestales de todos los tiempos: Richard Strauss. Cada vez que escucho esta obra, proyecto al protagonista de la historia, Don Juan, en el oboe. El genio orquestal esculpe un soporte apuntalado por el arpa para la primera aparición de este personaje con una melodía en sol mayor, toda la cuerda dividida y muda (con sordina), igual que los cornos, en una extraña pero novedosa configuración orquestal para la época… En palabras del mismo Strauss en una carta a su padre: eso suena bastante mágico[1].

Aun hoy podría usar ese adjetivo para resumir –a riesgo de ser un poco reduccionista–, el carácter de éste y posiblemente el resto de sus poemas sinfónicos. Fue esa forma ‘mágica’, en la que los intérpretes dieron al clavo incluso en las peticiones no convencionales del compositor, como el absoluto control en lejanos registros agudos para el clarinete, la trompeta y los contrabajos o, la complicada polifonía en los metales. ¡Qué más decir sobre la versatilidad y originales combinaciones orquestales de Strauss! Después de Richard Wagner, hubiese sido plausible creer que la magnitud gigantesca y pomposa de sus obras habían alcanzado la cima de las posibilidades en el color orquestal, pero hicieron falta los poemas sinfónicos de Strauss para demostrar el espíritu de la modernidad y las aún desconocidas sonoridades de este complejo instrumento.

Tercera y última parada. Después de un breve intermedio, el recorrido terminaba con la última obra orquestal de Rachmaninoff, las Danzas Sinfónicas. Una obra un tanto ‘libre’ por el tratamiento de las disonancias y el uso de sonoridades comunes, pero tonalmente ambiguas. La obra resiste los convencionales métodos de análisis armónico pues se asemeja más a una exploración cromática en la conducción de voces. Libre, explosiva, pero también sutil. En uno de sus destacables momentos, pudimos escuchar los juegos entre los alientos y el saxofón –una adición poco común en la orquesta aun hoy en día–, suavemente relevados por los violines en la sección intermedia de la primera danza.

La vitalidad rítmica, tratada como prosa, repitiendo motivos cortos, mostraban un carácter ‘ruso’ y nostálgico, mientras la orquesta, bajo la guía del colombiano, desenmascaraba para los presentes los maravillosos detalles y múltiples citas auto referenciales, desde el estilo que estas danzas comparten con la Rapsodia Paganini, a las evocadoras imágenes de sus predilectas referencias religiosas (litúrgicas) –identificables por su dibujo melódico descendente–, hasta la variación/representación de melodías que aparecen en sus sinfonías o en su obra pianística. Cada danza expone un claro desarrollo en los descubrimientos creativos del compositor.

Este concierto, un deleite para los oídos tanto como para los otros sentidos, concluyó con un gesto de total de generosidad: el director bajó del estrado para reconocer, aplaudiendo junto al público, la impecable interpretación de la orquesta de una enérgica obra de nuestros tiempos y dos obras maestras del repertorio orquestal. ¡Bravo! ¡Gracias, OSY; gracias, Juan Felipe!

[1] Traducción del autor: ‘it sounds quite magically’. Ernest Roth, Don Juan: ‘Some Letters about the First Performance’, Tempo, No. 12, Richard Strauss Number (Verano, 1949), págs. 11-12.

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