Este libro fue ganador del Certamen Nacional de Novela Corta «Roger de Conynck» y fue publicado por Nitro Press (2024).
Notas sobre el constructo madre – Capítulo 5 (Fragmento)
26/julio/1991
La foto más reciente que tengo con mi familia (regalo de Laila, la novia de Jorge, mi hijo mayor), no aparezco con alguien de la familia. Laila y yo, sentadas en una banca comiendo una nieve en la plaza de Coyoacán. Fui a un Congreso al Distrito Federal y, por no dejar, pasé a saludar.
¿Te gustaría ser abuela?, Laila me preguntó. Imaginarme esa cruz, casi me puso de malas. Le contesté que, si ser abuela me confería alguna responsabilidad, no gracias, y agregué: dejé la maternidad hace algunos años y no sabes lo feliz que soy desde entonces. Laila comenzó a reírse y dijo algo así como: ya sé de dónde sacó la idea de no traer hijos al mundo, Jorge. ¿Te incomoda que él no quiera tener hijos?, le pregunté. Por el momento, no, dijo. Miré a Laila: guapa, alta, carismática. No vi nada en ella que me reflejara. Respiré su naturalidad, su autenticidad, un dejo de inocencia.
Ella continuó: aunque tampoco me molestaría ser madre. No creo que, al serlo, deje de ser mujer. ¿Por qué me dices eso?, le pregunté. No lo sé, respondió. No creo que una cosa nulifique a la otra o que la maternidad sea un sacrificio. Ahora fui yo quien soltó la carcajada y pensé: ¿Qué le habrá contado de mí, Jorge? Y como si ella me hubiera leído el pensamiento, me dijo que no creía que, por ser madre, debiera renunciar a sus sueños, que podía cumplir con las dos cosas, sin problema. Concluí: esta mujer sabe que soy feminista. Te deseo mucha suerte con eso, le dije y la abracé, pero no esperes que algún día yo llene el papel de abuela.
En ese momento, Jorge tomó la foto y se sentó a nuestro lado. Me sentí tan fuera de lugar, que suspiré al saber que al día siguiente estaría de regreso en mi casa, en Buenos Aires.
27/julio/1991
Mientras espero el avión (viaje obligado al Distrito Federal. Falleció el hermano de mi mejor amigo Darío y, me han planteado la posibilidad de ocupar un buen puesto en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNAM), leo estas notas sobre la maternidad. Van tomando más el formato de diario, que de apuntes para un artículo que no pinta ni para comercial ni literario, mucho menos científico, pero algo será de utilidad. En mi profesión, las digresiones me han conducido a lugares asombrosos.
Regresar a México me resulta incómodo. Me irrito con facilidad, me desespero a la primera ® (IMPORTANTE: tomar en cuenta al valorar la propuesta de trabajo en la UNAM). Resulta una necesidad porque allá nací, allá tengo mis orígenes y ciertas raíces que no se pueden cortar de tajo, como los hijos, quienes yo suponía serían los que me cortarían de tajo, pero, dejémoslo en que es todo un tema digno de exploración. Otras raíces son los amigos, los preceptos, la nacionalidad. Soy mexicana, aunque algunos me hacen extranjera: rubia y de ojos azules, herencia de abuelos franceses. He estudiado y trabajado durante los últimos años en Argentina, pero no tengo el acento de los argentinos ni sus gustos. Sólo he adoptado el dulce de leche, el mate y el chimichurri, lo que también podría hacerme pasar por uruguaya.
Esto, más bien, es un registro de cosquillas emocionales personalísimas. Quizá hacer anotaciones sobre mí, en mi faceta de madre, me ayude o quizá no. Me considero todo, menos madre, justo, por eso, me lo pidieron.
SINCRONÍA. «Coincidencia en el tiempo de dos o más hechos, fenómenos o circunstancias, especialmente cuando el ritmo de uno es adecuado al otro».
Nada ocurre por casualidad, sino por causalidad.
- Me piden un artículo sobre la madre, sobre mi decisión de no ser madre.
- A los pocos días, cuando estoy explorando sobre mi propia historia con la maternidad, debo viajar a donde están mis hijos.
Sincronía. Serendipia. Causalidad. -EXPLORAR
28/julio/1991
No represento a ninguna madre, mucho menos al estereotipo de madre mexicana: protectora, inmaculada, sabia, intocable, abnegada, sufrida, que da todo por los hijos, incluso su vida misma. «Madre, sólo hay una».
Lo he pensado mucho durante el velorio del hermano de Darío, a quien conocí cuando aún vivía llena de etiquetas, consumidora de productos culturales como el amor, el matrimonio y por qué no, la maternidad, aunque ya comenzaba a liberarme de esas ideas romantizadas y enfermizas. La idea sufrida de madre que mamé por cultura, más que por lecturas. El amor romántico, los valores de igualdad y justicia quedaron muertos junto a los miles de cuerpos de estudiantes por ese padre tiránico y represor: «el gobierno».
En el velorio, me encontré a mis hijos. (Si quisiera exlicar la relación entre mis hijos con el hermano de mi mejor amigo, tendría que escribir una novela).
A principios de este año, Jorge me invitó a pasar vacaciones con él y su novia. Tenía ganas de festejar su cumpleaños y mencionó algo así como “hacer las paces”. La verdad no comprendí bien sus intenciones, pero no pude ir.
En cuanto me vio llegar a la funeraria, me montó una escenita, hasta eso, discreta. ¿Cómo era posible que no pudiera hacerme un espacio para celebrar su vida, pero sí para estar presente en el velorio de la pareja de mi ex?
Jorge es adulto y aún necesita atención de mi parte, cuidado, reconocimiento, yo qué sé. Lamento la situación. Sufre, pero no soy yo quien deba intervenir en su proceso personal. Se lo he explicado muchísimas veces.
En teoría, en México, a los dieciocho años, una persona ya es adulta, libre, autónoma, capaz de trabajar y ser responsable de su vida. Pero su nivel de consciencia no le permite liberarse de todo lo que hice o no hice como madre. La infancia sólo ocurre una vez en la vida, sin embargo, parece que en la mente puede llegar a repetirse cuántas veces la necedad de alguien lo permita. Epicteto dice: «lo que nos perturba no es lo que nos ocurre, sino nuestros pensamientos sobre lo que nos ocurre».
Definitivamente, Jorge es muy terco. A pesar de que se lo he explicado muchas veces, parece no comprender o quizá es incapaz de escuchar. Cuando se es niño, eres víctima, pero cuando eres adulto, jamás. Tú decides. Lamento profundamente no haberlo cuidado como él lo necesitaba, pero ahora él es responsable de su cuidado, ¿es muy difícil de comprender eso?
¡Qué se podía esperar de una madre como yo!, me dijo. No pude responderle porque se dio la media vuelta y se fue. Me quedé con ganas de contestarle: ¿qué se puede esperar de un hijo como tú, a sus 31 años? ¡Nada! Hazte cargo. Resuelve tu vida. Trabájalo. Supéralo. Crece.
Traes hijos al mundo, como suelen decir, debes cuidarlos porque el crío humano es un cero a la izquierda durante sus primeros años, pero se ha malinterpretado tal necesidad. La idea de madre que me inculcaron fue la del sacrificio, debes hacer a un lado tus sueños, porque primero van los de los hijos; debes mantener un matrimonio por ellos, a pesar de que tu esposo te minimice, violente y sobaje. Pero ¡no los concebí sola! Tardé un tiempo en comprenderlo.
La crianza es por partida doble, igual que la concepción, aunque hay teorías que dicen que la madre es la única responsable y que el padre, mientras tanto, debe cuidar a la madre, pero eso me parece utópico en nuestros sistemas de organización actuales y deja sumamente vulnerable a la mujer.
Yo cuidé a mis hijos durante los primeros años, bien, ¿por qué debía hacerlo durante los siguientes, antes de que fueran autónomos? Haberme ido del país, ¿me hizo mala madre? Creo que lo que me hizo mala madre fue quedarme y no saber nada sobre lo que significaba la maternidad, además, no los dejé solos. Los dejé al cuidado de su padre, que, si bien, resultó pésima pareja, no creo que fuera tan mal padre. Si algo tengo que reconocerle a Fernando es que siempre fue y ha sido un excelente proveedor, lo cual ya me parece una base sólida para el crecimiento.
El resultado es que hoy tengo dos hijos mayores de edad, ¿por qué debería seguir cumpliendo la función de madre? Quizá la etiqueta de madre pueda conservarla por tradición, pero la función, no; ya es obsoleta, caduca. Es más, si mis hijos me llamaran por mi nombre, estaría bien con eso. Soy Silvia, una mujer que disfruta de serlo, no una madre jubilada o retirada. Sin embargo, Jorge aún me reclama una atención idealizada; Manuel, mi hijo menor, ni siquiera me dirige la palabra. Ambos siguen mantenidos por su padre; uno, fotógrafo frustrado; el otro, músico, a secas o modelo, la verdad no sé muy bien. Uno en depresión constante y el otro recién acaba de librar un intento de suicidio.
Alguna vez, escuché una plática de una sicóloga que decía: «La madre siempre será la culpable de todos los problemas de los hijos. Chingamos porque chingamos, lo queramos o no, seamos conscientes o no, es parte de nuestra labor. Si no chingaste a tu hijo, seas buena o mala, entonces no fuiste madre».
Adriana Ayala (Morelia, Michoacán, 1978). Radica en Zapopan, Jalisco. Maestra en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm, y en Escritura Creativa por la Universidad de Salamanca, España. Autora de la novela Cómo llegaste aquí. Historia de una madre adolescente (Vergara, 2013), actualmente disponible en eBook por Penguin Random House.
En 2018 obtuvo Mención Honorífica en el Premio Nacional de Cuento «Beatriz Espejo», con el cuento: «El pez más chico», antologado en El espejo de Beatriz, volumen II (Ficticia, 2020). Ganadora del Certamen Nacional de Novela Corta «Roger de Conynck» con ¿Y si me tiro al vacío?, publicada por Nitro Press en 2024.