Este texto fue leído en el marco de la retrospectiva “Roger von Gunten: 90 años” en el Museo de Arte de la SHCP.
Agradezco muy entrañablemente a Ives von Gunten el haberme invitado a hablar aquí sobre su padre Roger von Gunten. También agradezco, por supuesto, al Museo de Arte de la SHCP y a sus autoridades y en particular a Adriana Castillo Román y Patricia López Arenas, por haberme brindado este espacio. Extiendo igualmente un pensamiento aquí a Dylan von Gunten, hermano de Ives. Hay relaciones que no necesitan de una frecuentación asidua entre las personas ya que se tejen en otros parajes del espíritu, como los de la memoria.
Además, se subestima el poder con que se puede alojar la personalidad de un artista en el alma de quien convive cotidiana o esporádicamente con alguna de sus obras como fue mi caso con las telas de Roger desde la infancia. En ese sentido estoy convencido de que las obras de arte nos poseen a nosotros mucho más que nosotros a ellas, al punto en que pueden influir en nuestro destino y determinar algunas de las decisiones capitales que tomamos en nuestra existencia.
Pero, vayamos al grano, puesto que se trata aquí, antes que nada, de celebrar el nonagésimo aniversario del pintor que tendrá lugar el próximo 29 de marzo.
Desde un punto de vista histórico Roger von Gunten forma parte de la famosa generación de la “Ruptura”. Este concepto ha sido puesto en cuestión en los últimos años por artistas o personalidades pertenecientes o muy cercanos a ese “movimiento”, por así llamarlo, como Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Brian Nissen e inclusive Montserrat Pecanins. Todos ellos le han contrapuesto la noción, en apariencia muy distinta, de “apertura”. No obstante, este nuevo término, si bien puede aparecer menos confrontativo o radical, no resuelve realmente gran cosa en cuanto a la naturaleza del momento de la historia mexicana al que se refiere. En efecto la idea de apertura implica que antes de ella existía un estado de “cerrazón” frente al cual resultaba imperativo escapar.
Ahora bien, uno se puede preguntar con respecto a qué es que los pintores de la “Ruptura” deseaban liberarse. En realidad, en lo que concierne a von Gunten tal deseo de emancipación parece remontarse a limitaciones que ya existían en la forma de concebir el arte es su Europa natal. En efecto, en la entrevista que le hiciera Jomí García Ascot en 1978, von Gunten emitió una interesante opinión acerca de la pintura del Renacimiento europeo que podría responder bastante bien a esa pregunta. Decía en aquel momento: “ lo que yo tengo en contra de la pintura renacentista, del arte renacentista, mejor dicho, es que era un arte que servía, un arte para alabar a los grandes señores, un arte vestido”[1]. De algún modo ese es precisamente el reproche que, en sendos artículos en defensa de Tamayo, Octavio Paz, y André Breton hicieran en 1950 al muralismo, al señalar que éste se había puesto al servicio, no de los grandes señores como los Medici o los Sforza, pero sí de imperativos de orden político e ideológico contrarios a la libertad creativa.
Comoquiera que sea, es gracias a la lucha de los jóvenes pintores de la década de los cincuenta y sesenta por encontrar espacios donde expresarse, así como al sucesivo establecimiento de galerías como la Prisse, la Proteo y luego la Souza o la Juan Martín, últimas dos que acogieron a von Gunten, que se pudo dar esta apertura hacia una forma de hacer arte que obedeciera a los impulsos internos del artista antes que a cualquier estructura impuesta desde una autoridad externa.
Es así que se formó una generación de artistas sumamente diversos, tanto abstractos como figurativos, entre los cuales la presencia de von Gunten, es, por supuesto, capital. Cabe decir, por otro lado, que es probablemente debido a esa famosa voluntad de los jóvenes pintores mexicanos de abrirse hacia influencias venidas del exterior, lo que permitió que von Gunten pudiese adaptarse a nuestro país tan fácilmente cuando llegó aquí en 1957 y que, a su vez, México, lo adoptara subsecuentemente a él como pintor plenamente mexicano, a pesar de que hubiese nacido en la ciudad que dio nombre al bellísimo lago de Zürich, en la Suiza alemana.
Por supuesto, desde un punto de vista europeo, se podría reconocer en von Gunten una voluntad de exotismo y primitivismo propia de pintores como Gauguin, el aduanero Rousseau o los expresionistas alemanes. Por ello es que resulta tan natural, pero a la vez tan paradójico, que desde la libertad que siempre fue la suya su pintura nos resulte tan afín como mexicanos. Sin duda nos reconocemos en las selvas tropicales, y en los mares cálidos de sus cuadros como si se tratara de una esencia propia que él hubiese podido plasmar mucho mejor que otros pintores con afanes nacionalistas.
Pero si bien es cierto que, como mexicanos, tendemos a vernos reflejados en sus paisajes, por una infinidad de motivos, entre los cuales está el amor a la fiesta, lo cierto es que sus referencias al paraíso recobrado son en realidad universales ya que hacen vibrar cuerdas muy profundas que son comunes a toda la humanidad. Eso quiere decir que, sí es que en verdad hay aquí primitivismo, este logra su cometido esencial, que no es el de copiar y apropiarse ídolos y paisajes exóticos con respecto a Europa, como a veces se argumenta, sino el de devolvernos a nuestra naturaleza original, tanto a nivel individual como colectivo, independientemente del sitio de donde provengamos.
Por lo demás, a pesar de haberse arraigado tan profundamente en México es cierto que von Gunten nunca dejó de zarpar hacia nuevos horizontes, una característica propia de su apertura al mundo, en búsqueda quizás, de una naturaleza cada vez más pura, pero sobre todo de su propia esencia, como individuo. Reveladora de esta actitud es “Mar de Pericos”, un poema con el que escribió en una cabaña de bambú, en Indonesia, durante un viaje que realizó a aquella región asiática entre 1998 y 1999:
El que más me gusta de los mares que he visto, conocido y cruzado,
Es el mar de Pericos, que se llama así por sus colores
Y por la estirpe de sus navegantes. Yo soy uno de ellos.
El único quizás, y si no, debo ser el más huraño
Pues nunca toco tierra, sigo solitario circunnavegando
Estas islas de altos volcanes y playas en que olas parlanchinas
Dejan mensajes escritos sobre la arena.[2]
Bastaría, creo yo, con meditar este poema para entender, no sólo el espíritu del pintor, sino el de su obra misma. Cada una de sus telas es, en efecto, un mar de colores que nos invita, a naufragar, feliz y voluntariamente, en una isla de ensueños, bajo la protección del calor de una naturaleza tan indómita como materna, un paraíso, en otros términos, que es también el símbolo de nuestra esencia, primero perdida y luego recobrada.
Es significativo, al respecto que, aun cuando la mayoría de las veces las telas de Von Gunten recuerdan de una manera u otra, la frondosidad vegetal de la selva tropical, ésta parezca bañar en un ambiente acuático que las traslada al mundo del sueño o del mito, una característica sobre la cual ya se detuvieron Jaime Moreno Villareal y, antes de él, Juan García Ponce. En una obra como Hacia la Montaña, de 1998, -una montaña, por cierto, que bien pudiera parecer una volcán-, no sabemos bien, por ejemplo, si lo que vemos es un sotobosque encantado lleno de ídolos precristianos provenientes de México, de Indonesia o de Oceania, o bien si nos encontramos buceando en el fondo del mar, en medio de algas y creaturas marinas multicolores.
Sin duda, contribuyen a fortalecer esta impresión “acuática” de los paisajes de von Gunten las pequeñas manchas coloridas en forma de gotas de agua que aparecieron bastante pronto en su pintura y que parecen conformar una suerte de umbral que divide al espectador, del paisaje representado, creando a la vez una distancia y una cercanía con éste a la manera de un velo, al igual que sucede cuando el inconsciente dialoga con la consciencia a través de los sueños. Aunque quizás resulte anecdótico no sería imposible relacionar estas gotas con los “protozoos y rotíferos de hermosos tonos azules y verdes”[3] que en algún momento el pintor gustaba de admirar en su microscopio.
Ahora bien, se sabe que, para Carl Gustav Jung, un paisano de Von Gunten casi proscrito por la academia, pero no por ello menos recomendable, el agua representa al inconsciente. Eso quiere decir que cuando el agua aparece insistentemente en nuestros sueños, como sucede en los cuadros de von Gunten, estamos, de alguna manera ante el inconsciente buscando hacerse consciente, como aquellos númenes de los que hablaba el pintor en la entrevista de García Ascot. Es quizás por esta característica que los paisajes de von Gunten parecen revelarnos tanto la psique del pintor como el alma de la Naturaleza.
Quizás esta referencia a la psicología de las profundidades nos pueda servir para explicar la presencia tan insistente de múltiples entes femeninos en las telas del pintor que se manifiestan de pronto entre la selva frondosa, de pronto en medio de un mar infinito, ya sea como evas primordiales, como diosas ancestrales o como sirenas risueñas. Si bien es evidente que éstas hacen referencia antes que nada a la mujer amada, -la única mujer amada-, así fuesen varias a lo largo de una vida, es igualmente claro que encarnan simultáneamente al alma misma de la naturaleza, -el alma del mundo-, como la llamaban los antiguos.
Con respecto a esta relación entre naturaleza y mujer amada, resuenan poderosamente estas palabras de von Gunten, que parecen resumir tanto la esencia de su pintura como su actitud ante la existencia: “El enamorado, para usar un ejemplo bastante obvio, no quiere tanto poseer a la amada, como identificarse con ella, vivir en ella”.[4]
Así si bien el tiempo de la pintura de von Gunten parece estar situada en un “tiempo maravillado”[5], lo cierto es que éste es igualmente un “tiempo erótico”, el único, por lo demás, en que, según von Gunten, puede acontecer la verdadera pintura. Al respecto, me parece que la gran afinidad que tuvo el pintor con Juan García Ponce, portavoz de los artistas de la Ruptura, sólo se puede entender a cabalidad cuando se comprende, precisamente, hasta qué punto ambos compartieron la certidumbre de que la pulsión erótica puede provocar una apertura hacia el ser de las cosas, conducente en última instancia a la realización del absoluto, no porque nos extraiga del mundo, sino precisamente porque nos lleva a contemplar la esencia misma de la realidad, y por ende, su inefable belleza, en la profusión de sus formas.
En efecto, como decía Ludwig Klages, un filósofo alemán citado por von Gunten en la entrevista de García Ascot: “ no es el espíritu del hombre sino su alma que se libera a través del éxtasis; y su alma se libera así no de su cuerpo si no de su espíritu”,[6] siendo que para Klages, es precisamente el espíritu o la mente la causa de aquella división que nos aleja de la Naturaleza y por ende de la esencia de la realidad.
Si la vida de von Gunten está pautada por numerosos intentos de escapar al intolerable estridencia de la llamada civilización y su “tiempo medido”, para utilizar otra de las expresiones del pintor, lo cierto es que lo que presenciamos en ellas es sobre todo un encuentro, o mejor dicho un re-ecuento con aquel “tiempo erótico” en donde, para citar esta vez directamente a García Ponce: “se realiza una unión con el otro y con la vida que nos saca del tiempo y de la discontinuidad que se cierra al ser”.[7]
Es precisamente porque nos restaura a nuestra propia esencia que su pintura no podría ser nunca calificada de simplemente exótica. En efecto, muy lejos de representar únicamente la belleza de las selvas tropicales y de los mares del sur, la obra de Von Gunten nos hace tomar consciencia, a través de ellas, de la existencia misma de la Naturaleza, fuera de la cual no existe nada.
Así, cada vez que dejamos absorber en la contemplación de una obra de von Gunten, ya sea antigua o reciente, se opera una suerte de rescate, con respecto al sinsentido de aquel “tiempo medido” que en todo se opone al “tiempo maravillado” o al “tiempo erótico”. Cada uno de sus cuadros parece, en efecto, ser el resultado de un nostos, de un viaje de regreso, que, abandonada ya toda nostalgia, nos restaura, como a Ulises, a Ítaca y a la presencia de Penélope, que no es sino el alma de todas las cosas. Como von Gunten, en la última parte de su poema Mar de Pericos, podemos decir entonces:
Yo vengo de lejos, de un mar de amaneceres reverberantes
Donde naufragué, pero pude salvarme nadando
Hasta que en un instante, y de una manera que desconozco
Me fue dada esta barca en cuya borda me hallo encaramado
Aquí estoy, lleno de recuerdos, perseguido por una memoria
Tan oscura como el mar que he dejado.
Las olas me mecen -selemat pagi-y el mundo vuelve en sí
Una vez más en lo redondo del horizonte.[8]
Es precisamente porque nos sitúa frente a la Naturaleza, no desde un punto de vista externo y anecdótico, sino enfatizando el lazo que existe entre nuestra esencia propia y la phusis generadora de todas las formas, que la pintura de von Gunten sea quizás más conducente a transformaciones radicales, tanto colectivas como individuales, que cualquier forma de arte que publicite de forma evidente un “contenido social”, en particular con respecto al desastre ecológico y humano que se nos avecina.
Qué mayor transformación se puede esperar, en efecto, que la que podría operar en nosotros la disponibilidad constante hacia el ser de las cosas y de los entes, a la que nos convida esta obra que sin duda merece que se le considere, quizás más que muchas otras, no tanto como la consecuencia de una ruptura con respecto a una determinada ideología, sino como el resultado de una auténtica apertura al mundo.
Notas:
[1] Jomí García Ascot, Roger von Gunten (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1978), 73
[2] Roger von Gunten, (México: Secretaría de Cultura de Morelos, 2013), 55.
[3] García Ascot, Roger von Gunten, 36.
[4] Ibid., 52.
[5] Ibid., 39
[6] Ludwig Klages, Cosmogonic Reflections: Selected Aphorisms from Ludwig Klages, Jonathan Paquette and
John B. Morgan, eds. (London: Arktos, 2015), 7. La traducción al español del inglés es mía.
[7] Juan García Ponce, “El arte y lo sagrado”, en La aparición de lo invisible (México: Aldus, 2002), 135.
[8] Roger von Gunten, “Mar de pericos”, 55.