La OSY celebra sus XV años bailando el vals

Arranca la Temporada XXXI con tres conciertos.

Consecuente con la tradición vienesa, el 18 de enero la OSY inauguró su temporada de conciertos dos mil diecinueve con la pompa que anhelan muchas quinceañeras: con valses que llenen los oídos y las almas de la fina concurrencia a su festejo. Realmente difícil para aquellas, para la Sinfónica de Yucatán fue la asignatura más sencilla de todo el semestre que se avecina y con la cual, en efecto, conquistó el aplauso de un público que abundó todos los niveles del Peón Contreras. Los oídos se llenaron del regocijante compás ternario y las almas salieron un poco más livianas que antes de sentir tal experiencia musicalmente perfecta. Excelente manera de empezar una celebración que implica quince años de vida.

En el repertorio aparecieron algunos de los títulos más conocidos del catálogo que es característico del apellido Strauss, coronados por el Danubio Azul, que finalizaría la entrega. Ver la disposición de la orquesta siempre es un aliciente adicional, con dos arpas y piano aderezando con la fineza de sus timbres, al poderoso conglomerado de cuerdas y alientos. La bienvenida en las cálidas palabras de la señora Margarita Molina, presidente del FIGAROSY, dieron paso a las del director de la orquesta, el maestro Lomónaco, quien dio un repaso frugal de las obras que serían interpretadas, puntualizando al final su pesar (y el de su amplio conjunto) por la desaparición física del maestro José Antonio López, de la sección de chelos, acaecida a finales de diciembre pasado.

A la liviana factura de los valses se adhiere su brevedad. Los giros que deben resaltar están dotados de creativas cadencias, melifluas unas más que otras, pese a la recurrencia de su tema principal. Con ellas destilan el amaneramiento sofisticado de salones palaciegos, no obstante la humildad de su origen hace unos doscientos años. Por ello, los “Valses Nobles y Sentimentales” de Maurice Ravel se destacó como la obra de mayor calado, involucrando un carácter profundo en sus armonías decididamente vanguardistas -y cómo no- de un siglo XX que daba un golpe de timón en los rumbos de todas las Bellas Artes. Así, el balance de la noche quedó perfectamente logrado. La inclusión tonadillera de piezas festivas alrededor de esta obra, que originalmente fue compuesta para piano, fue el acierto de un repertorio circunscrito a ocasiones especiales, muchas de ellas de elegancia socialmente inalcanzable.

La atmósfera aumentó su júbilo hacia el final de la presentación, con el anunciado azul de un Danubio que seguramente caló en aquellos que únicamente lo habían podido disfrutar mediante equipos de audio de burda ecualización. Ante la ovación, cuyo estruendo significaba éxito rotundo, la última fracción de la “Caballería ligera” de Franz von Suppé fue el elemento lúdico con que la audiencia participó entusiasta, marcando con aplausos los acentos que el maestro Lomónaco hacía subir o bajar de intensidad, para regocijo de aquellos que de pronto vieron posible salir de la butaca para estar en el escenario.

Para quien sabe lo que es organizar un evento, no hace falta explicar punto por punto la entrega puesta en marcha y el estrés que, a pesar del profesionalismo, siempre acompaña a la experiencia. Quince años de organizar un evento tras otro, engarzando temporadas de conciertos, solamente merecen encomio y reconocimiento: el esfuerzo y el privilegio de ser un pilar en la vida artística de Yucatán se agradecen. ¡Bravo!

Epitafio: la OSY resonó la belleza de los valses en esta ocasión; pero habrían quedado mejor con tu chelo, querido amigo José Antonio López. Gracias por tu música. Descansa en paz.

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