Sorprenden Sohrab Kashef y Fernando Saint Martin con la OSY

¿Que cómo estuvo el concierto de la Orquesta de Yucatán? Felipe de J. Cervera nos lo cuenta en su crónica musical, en donde tanto el director invitado Sohrab Kashef como el pianista Fernando Saint Martin recibieron sendas ovaciones por parte del público yucateco. ¡Bravo...!

El repertorio de la Sinfónica de Yucatán, seleccionado para los días veintidós y veinticuatro de septiembre, entabló una de las ocasiones quizá más agradables de este año dos mil veintitrés. Se trataba de un programa de secuencia curiosa: formalmente, era su segundo concierto numerado; informalmente, era el tercero, pero segundo con obras mexicanas. Sucedió que, en fecha previa, ofreció una presentación especial para unirse a los fuegos artificiales y generar el tradicional ambiente de patriotismo. Con el Huapango de Moncayo se remataba una cauda de obras que brillan por sí mismas, firmadas por Arturo Márquez, Blas Galindo y nuestro coterráneo Daniel Ayala.

Para esta ocasión, entonces se anunciaba un listado errático a simple vista. El barroco danés Buxtehude – un sol orbitado por J. S. Bach – fue el aliciente para que Carlos Chávez ajustara la orquesta a nuevas proporciones, de lo que fuera dominio del órgano de pipas. Inspirado en su Chacona en Mi menor, el arreglo quedó incorporado a la mexicanidad contemporánea, pese a sus lejanías en tiempo, mapa y estilo.

Joaquín Gutiérrez Heras, con la vivacidad de un estallido, presentaba su Divertimento para Piano y Orquesta con el retorno – gratísimo – del maestro Fernando Saint Martin en la posición solista. La obra consiste en dos allegros enmarcando un adagio, el esquema heredado de Vivaldi. A su término, la segunda sinfonía de Eduardo Mata – “Romántica” – fue el cierre de una entrega cargada de virtudes, comenzando con la propia orquesta y la batuta huésped que la sinfónica tenía frente a sí.  El maestro Sohrab Kashef se halló frente a un conjunto de buen calibre para todas las exigencias asentadas en las pautas.

Carlos Chávez, siguiendo la ruta de Respighi y de otros fascinados con el Barroco, eligió a Buxtehude para traspasar la potestad de su chacona a las posibilidades de una sinfónica, maduro como era en el arte de componer y de nutrirse de las culturas ancestrales, frutos de la tierra que hoy es mexicana. Chávez va formándose un discurso que crece con prisa, como las densidades del órgano, hasta ser inevitablemente supremo y luego suave, según las normas del claroscuro. Toma la voz del gigante viejo y repite sus mismas intenciones, pero llega a crecer hasta rebasar el escenario que lo contiene. La batuta invitada guiaba con una mezcla de amabilidad y precisión. Mantendría ese hilo conductor en las demás interpretaciones.

Muchos aplausos y aclamaciones fueron buen augurio para lo proyectado. Con el entusiasmo fresco, Fernando Saint Martin fue recibido cálidamente en su nueva visita a Mérida. Su ímpetu tejía de inmediato el mensaje que compartiera con la orquesta, en un modo satisfactoriamente distinto de otras tendencias: el compositor, siendo muy joven, dispuso al piano como principal pero, no mucho después, la batuta siempre fue responsable del balance general. El solista fulgura. La orquesta responde a sus acentos jazzísticos y a toda la vanguardia del mediano siglo XX, distribuida en las gamas instrumentales. Un ambiente de fiesta se desarrolla por los allegros y hace una introspección en el adagio, precedida del dulce drama en su inicio. El calor del aplauso hizo salir dos veces al maestro Saint Martin, dejando la promesa de encore en alguna fecha para más adelante.

Sin piano ni pianista, la tercera obra – de Eduardo Mata – bien pudo desprenderse del ideario de Mendelssohn, como un eco de la juventud que compartieron en sus respectivas épocas. Los recursos para cada familia – alientos y cuerdas – eran sorprendentes considerando la simplicidad del fraseo, interesante en las combinaciones todas apuntaladas por el lujoso sistema de timbales de Ivonne Revah, desde que empezara la noche: fagot y oboe, emparejados a una voz, residían sobre la base de cornos franceses, resaltadas de flautas discretas y acentos de trompeta.

Su disposición de allegros – tres, engarzando al movimiento lento cantábile – describe a su modo, como lo hicieran Chávez y Gutiérrez Heras, al México terrenal pero mucho más al idealismo de una nación, de un modo que puede explicarse solo con música. Afortunada ocasión, hecha de las mejores condiciones. Su selección de temas funcionó bien, atinando con su manera alterna lo correspondiente a celebrar las fechas. La dirección expertísima y el desempeño virtuoso en el piano hallaron su elemento en la Sinfónica de Yucatán, dispuesta y siempre acostumbrada a superar las expectativas. Viva México. ¡Bravo!

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