Una exploración posdramática sobresaliente: “Caín”

Con esta obra se gradúan alumnos de la ESAY. Fotos: Diana V. Heredia

¿Qué diablos de Dios es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín? José Saramago

Violencia, deseo, miedo, nausea, marginalidad, estridencia transgresora, soledad de soledades, sudor, incomprensión, vínculos que nunca acaban de tejerse, crisis de sentido en el mundo contemporáneo; momento de preguntas fuertes y respuestas débiles. Los alumnos del octavo semestre de la Escuela Superior de Artes de Yucatán montaron como práctica escénica de graduación, la obra de teatro “Caín”, original de Javier Márquez, con la dirección pedagógica de Miguel Ángel Canto.

Usando el mito bíblico de Caín, que asesinó a su hermano Abel por celos, la puesta en escena explora por medio del posdrama un caleidoscopio de temáticas actuales: consumismo, banalización en los medios masivos de comunicación, feminicidios, negación de derechos políticos a minorías sexuales, migración, muros trumpianos, etc. 

Esto se realizó mediante un complejo entramado de metáforas que combatieron en una partitura narrativa impactante, siempre apuntalada por un dispositivo escenográfico reticular, de figuras fractales, que expanden y contraen el espacio de representación, complementado de una poderosa musicalidad. El diseño de iluminación redondea la propuesta estética. Un dispositivo complejo que opera mediante disparadores variados. Una de las bases nodales de la construcción, o dramaturgia posdramática. Destacan las constelaciones de símbolos que dibujan las imágenes construyendo complejas redes polisémicas que golpean con potencia la emocionalidad. Subvierten hasta el llanto, la náusea, el asco, la ternura y la empatía. No hay medias tintas. Todo está pensado para vulnerarnos.

Lo anterior podemos observarlo en una escena donde se habla de la ternura y de los cuerpos humanos, mientras un actor es colgado de cabeza, como una res en el matadero,  y maniatado en una bolsa de plástico. Igual, en un momento climático donde un par de actrices mastican un perro caliente acompañado de una Coca-Cola que luego escupen en un plato. El producto repulsivo es inmediatamente emplayado y puesto en un aparador, como en el supermercado, para ser contemplado por el público: canibalismo, nigromancia, multiprocesados, monopolios alimenticios, agroquímicos. Ambiguo tejido de símbolos entre lo obvio y lo insondable, entre el lugar común y lo enigmático. Ámbito de detalles con urdimbre rizomática.

El montaje se sostiene por el cabal manejo actoral de los intérpretes, mismos que despliegan una narrativa corporal de exactitud meticulosa que, al igual que el dispositivo, se contrae y expande; implosiona y estalla súbitamente con violencia frenética. La energía del trabajo está siempre a tope. Gran parte de la acción dramática se ejecuta en un cuadrilátero pequeño que los actores dominan perfectamente: transitan, se movilizan, saltan acrobáticamente, se deslizan y ejecutan peripecias al límite. Los actores cuentan con la potencia física para sostenerse. Juegan con los niveles del espacio, se mueven en el escenario de un lado a otro a ritmos vertiginosos pero con precisión milimétrica, no se les perciben movimientos en falso, manejan la contención física necesaria para que el cuerpo se encuentre bien colocado, etc.

Quizás en este aspecto cabe aclarar que el excesivo golpeteo de los cuerpos en las tarimas del cuadrilátero complejiza escuchar el texto y resulta extenuante sobre todo en el principio de la representación. Del mismo modo, en la dimensión actoral, el trabajo coral es insuficiente, igual que ciertas colocaciones vocales, algunas carentes de matiz, dicción, impostadas o gritadas. De esta manera, no se logra apreciar la contundencia poética del texto dramático y su reiterado uso de aforismos y sentencias filosóficas. Si bien se busca mediante la redundancia de imágenes establecer convención temática con el espectador, por momentos la obra decae por la exacerbada hipertrofia de las fórmulas escénicas. Una repetición innecesaria y predecible.  

El montaje tiene un claro posicionamiento ético, político y filosófico. Una línea discursiva que no da lugar a dudas desde dónde se sitúa. Las referencias a temas actuales como la discriminación a las minorías LGBTTTIQ+, los feminicidios, o el hecho que una de las actrices saliera en un momento con una pañoleta verde -símbolo del aborto legal en todo el mundo- atada al cuello, lo corroboran.

Lo anterior no es asunto menor, tierra adentro de nuestra república teatral donde muchas escuelas de actuación se preocupan más por egresar ejecutantes técnicos y pulcros, que epistemólogos de la escena. Acierto de esta generación de la ESAY y su asesor pedagógico por asumir tal responsabilidad. “Caín”, sin ningún afán de complacencia, es un trabajo de manufactura sobresaliente que debería ser continuado en posteriores temporadas y festivales. El público merece que le cuenten que fue Abel y no Caín quien comenzó la plaga de muerte en la tierra.

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