Las nueve sinfonías de Beethoven: Tríptico I

Sinfonía número 1 en Do Mayor, opus 24

Ludwing van Beethoven gozaba de una excelente salud el segundo día de abril de 1800. Tenía veintinueve años y dirigía, aquel miércoles, el estreno en Viena de la primera de sus sinfonías. Aquella primavera entonaba las trompetas de la guerra. Austria, Inglaterra, Nápoles, el Papado, Portugal, Rusia y Turquía reforzaban sus posiciones en contra de Francia. Justo en medio de esta tormenta hizo su aparición en el firmamento un astro llamado Napoleón Bonaparte, este general nacido en Córcega y recién llegado de una campaña en Egipto, dio un golpe de Estado y se adueñó del poder.

Mientras el auditorio austríaco escuchaba la primera interpretación de esta pieza orquestal, el Cónsul Bonaparte preparaba a su ejército para atravesar los Alpes, caer por sorpresa sobre Italia y vencer a sus enemigos; es por esta circunstancia que la primera de las sinfonías del oriundo de Bonn se estrenó en una coyuntura culminante de la historia occidental.

Aunque Beethoven había aprendido de la gracia de Mozart y del colorido de Haydn, el ímpetu de su juventud lo empujó a ser más enérgico y romper con los modelos previos de elegancia y equilibrio. Su velocidad es estruendosa desde un principio y sus notas rebosan un vigor apasionado y optimista: los redobles de su Allegro con brio son los golpes con que irrumpe al mundo de la sinfonía, su Andante cantábile con moto es un homenaje a las melodías galantes de Mozart y Haydn mientras que su tercer movimiento abre con una danza de pasos fuertes que deviene en un vaivén de cuerdas, en marcha triunfal. Por último, un rayo de luz se transforma en una cascada desenfrenada de fanfarrias. La primera de Beethoven le abre el camino hacia su destino, ha conquistado sus Alpes.

Grabación recomendada:

Sinfonía número 1 en Do Mayor, opus 24 de Ludwing van Beethoven, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Leonard Bernstein, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=NCgHeA939Jc

 

Sinfonía número 2 en Re Mayor, opus 36

Sinfonia 2Entre 1804 y 1805 el pintor alemán Joseph Willibrord Mähler retrató a un Beethoven de treinta años y de recia complexión. Lleva los cabellos cortos pero despeinados, unas patillas largas y oscuras que enmarcan un rostro iluminado por unas mejillas sonrosadas, unos ojos y una boca de pequeñas proporciones. El personaje da la espalda a un árbol de tronco desgajado y, al fondo, la entrada de un templo de columnas griegas es custodiada por un par de pinos. El hombre del cuadro viste como un caballero, con amplias solapas y corbata blanca, y su pierna derecha es cubierta por un manto azul. La mano diestra, cual si dirigiera a una orquesta, se halla extendida mientras que la zurda sostiene una lira. Esta es la imagen verdadera, la efigie auténtica del autor de la Segunda Sinfonía en Re Mayor.

Un golpe de orquesta abre los devaneos de los vientos y de las cuerdas; cual presagio de una tempestad, la Segunda de Beethoven comienza con un juego de claroscuros donde la flauta presagia un combate, una tempestad en la que la ligereza brillante de los metales convoca agitaciones de cuerdas y profundas percusiones. A esta primera ventisca en la que la orquesta se funde en un trueno heroico, la sucede un Larghetto de ternura pastoral; fue un Beethoven adulto ya pero jovial todavía el que compuso este movimiento de refrescante regocijo. Sin embargo, esta pieza no carece de tensiones y contrastes ocasionales que, no obstante, muy lejos están de cortar con el baile a que se entrega la orquesta. Tan delicado y apacible es este diálogo entre instrumentos que uno jamás vislumbraría el final a no ser por la exaltación con la que se acalla un solo de flauta y los puntos suspensivos que anteceden al Scherzo. Comienza éste con un cuerpo balanceante pero pesado al que empujan hacia el frente el apresuramiento de los metales. Juegan aquí, cual en una competencia campestre, cada una de las secciones de la orquesta, poco a poco cada una de estas se embriaga de manera inesperada. Por último, algo hay de infantil y caprichoso en el cuarto movimiento de la Segunda de Beethoven –hasta los hombros de Karajan se forzaban en sus primeras notas– pues una melodía etérea se eleva por sobre los latidos conturbados de esta última parte de la sinfonía. Parece que algo desespera a los violines y, por ello, el clarinete y sus compañeros intentan apaciguar esta tremenda turbación, cuando lo logran este triunfo dura tan solo unos segundos pues todo parece irremediablemente perdido. Callan todos y reinician desde lo más bajo, casi desde lo inaudible, la lucha cortante y jubilosa; este vaivén saltarín del principio y unas cosquillas de cuerdas desencadenan un final insospechado de tambor y trompeta.

Grabación recomendada:

Sinfonía número 2 en Re Mayor, opus 36 de Ludwing van Beethoven, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Berlín, bajo la dirección de Herbert von Karajan, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=MGKxsRqKWsU

 

Sinfonía número 3 en Mi Bemol Mayor, opus 55, la Heroica

Sinfonia 3Al proyectar la tercera de sus sinfonías, el compositor quiso honrar al hombre más célebre de aquella época y los principios republicanos que regían por entonces en Francia; tal era su admiración hacia los valores que propugnaba este país, que la primera página de la partitura de esta pieza orquestal va firmada por Louis van Beethoven y, bajo un borrón envejecido de tinta, se halla el nombre del conquistador de las pirámides y del vencedor de Marengo; en otras palabras, era Napoleón Bonaparte a quien Beethoven quería ofrecer su Sinfonía Grande.

La causa de la mancha que afea el manuscrito de nuestro personaje se presiente con facilidad, quien admira a un político se expone a la más atroz de las decepciones. Cuando Bonaparte se coronó Emperador de Francia traicionó a aquellos principios de renovación que fascinaban al compositor; es decir, la corona que el corso se ciñó el 18 de mayo de 1804, le costó la devoción de Beethoven, quien a partir de entonces lo consideró un tirano más y, en venganza, rebautizó su creación con el título de Sinfonía Heroica, compuesta según su autor “para festejar el recuerdo de un gran hombre”. El mensaje era claro, el Cónsul Bonaparte murió para Beethoven en el momento mismo de su entronización.

Abre la tercera con una fanfarria apaciguada. Cual engrane de un reloj apagado que de pronto se echara a andar, el mecanismo emprende su andar sin protagonismos; la orquesta es una sola, trabaja al unísono y en conjunto va tomando fuerza, como si se tratara de una nación cronometrada por el placer reposado que despierta su melodía a quien la escucha. Aunque, faltaba más, a similitud de una locomotora, el movimiento se sobrecalienta y los tambores liberan el vapor con tal de que fluya de nuevo aquella tonada del principio. Si bien una nube sombría viene a oscurecer la audición, algunos instantes después la partitura responde con una variación luminosa de aquellos acordes iniciales; éstos triunfan en un final en el cual predomina una total y firme seguridad.

Viene a continuación una Marcia Funebre que comienza de manera tétrica. Se trata de una despedida más solemne cuya lentitud y tonos bajos son espeluznantes. Estamos en un cuarto sumergido en la penumbra y en el cual irrumpe ocasionalmente un pálido reflejo de la luna, es en este escenario a través del cual desfila un espectro, amenazante unas veces, anegado en lágrimas otras. Entre ráfagas en la que el color combate vigoroso por abrirse el paso, los responsos a Bonaparte agonizan en un océano de luto y congoja.

Llega el Scherzo y parecido al vuelo de un abejorro supera obstáculos en su avance. La fiebre se apodera de todo y la exaltación va poseyendo, uno a uno, a cada instrumento; cuando el contagio es absoluto, las trompas introducen un cambio solemne cual si fuese el llamado a una cacería regia. La danza concluye en un arranque violento. Nada es este fin con el Allegro molto que se desencadena súbitamente para luego, tímido, dar pasos cortos; las notas siguientes son dignas para componer el himno de un país orgulloso hasta que, como un silbido, los vientos siembran de inocencia a la música. Todos los intérpretes se apoderan de estos acordes para luego reformarlos: ora es un canto feliz, ora turbio, diáfano ahora, angustiante luego. El ir y venir continúa hasta que, justo cuando el agotamiento pareciera dominarlo todo, estalla el movimiento y arrasa con todo a su paso; a girones arrastra al sonido hacia el aterrador abismo del silencio.

Grabación recomendada: 

Sinfonía número 3 en Mi Bemol Mayor, opus 55, la Heroica de Ludwing van Beethoven, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Christian Thielemann, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=N8jP3o22HGw

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