Robert Carter y Alex McDonald dan cátedra en la OSY

Los norteamericanos Robert Carter Austin y Alex McDonald, director huésped y solista, respectivamente, fueron bienvenidos en la casa de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, que recibió con agrado a sus invitados, según cuenta Felipe de J. Cervera.

Mozart, Schumann, Haydn. Estas palabras bastarían para iniciar y concluir la tercera reseña del programa interpretado por la Orquesta Sinfónica de Yucatán, en el bello Peón Contreras, los días 11 y 13 de febrero de este dos mil veintidós, ataviado de la cada vez más ignorada pandemia. La aureola de los compositores resultaría suficiente para dar una idea de la ocasión. Mozart y Haydn engarzando a Schumann. La consideración se hizo rotunda con los artistas invitados, el pianista Alex McDonald y el director Robert Carter Austin, ambos estadunidenses. La cercana impresión del Beethoven de hace unos días ha dejado un clima cordial, ahora reiterado con otras dos luces representativas del Clásico, alternándose al Romanticismo de Robert Schumann.

Para empezar, una obertura. “La Clemencia de Tito”, ópera tardía de Mozart busca, no necesariamente adular, sino expresar los elevados méritos de un gobernador que, pudiendo ser cruel, más bien era justo. Desde la propulsión de salida, Mozart es perfecto al punto de lo normal. Escucharlo fue suficiente para dejarse atrapar por una energía catártica, plenipotenciaria hacia un estado anímico bastante mejor, al que ojalá muchos accedieran. La obertura hace una pausa en las relaciones del pensamiento con los problemas. La sinfónica, con batuta prestada, brillaba de nuevo, pero distinto. La interpretación llegó a buenos términos y sostuvo la intención de principio a fin, por lo que fue premiada con un cálido aplauso.

No se iba la buena impresión, cuando apareció el pianista Alex McDonald, amable pero concentrado en las teclas que tendría frente a sí. Y entonces ocurrió una cosa explosiva. La ejecución de aquella partitura de Schumann, fue sacada de un cofre del tesoro. Piano y orquesta avanzaban en un canto de frases emotivas, de pronto crecientes hasta una intensidad limítrofe. Por momentos se desvanecían, un resuello que servía para dirigirse a otra frase y entonces, seguir creciendo. Las tres partes que forman el Concierto para piano, opus 54, aunque divididas, están unidas por un hilo conductor, como se espera en la perfección de Schumann.

Los ritmos galopantes o serenos fustigaban melodías que brincaban del piano a la orquesta o viceversa, dándose una sonoridad invasiva para el público. El oboe de Alexander Ovcharov -estupendo- midió fuerzas con la expresividad de McDonald, que fue largamente ovacionado y, volviendo sobre sus pasos, obsequió un encore. La pieza -de Chopin- quedó perfecta para la emoción que se había creado: con el hálito Romántico del “Nocturno en Do menor, opus 48 – número 1”, se despidió de Mérida.

Para el cierre, la Sinfonía 97 de Haydn fue enorme. Con el formato de costumbre, sus cuatro partes eran el catálogo hilvanado de su madurez como compositor. La OSY, en la temporada reciente, ya había traído sus sinfonías con una numeración cercana. La noventa y siete mantuvo una excelencia sin vuelta atrás. La batuta visitante, mostraba otra sinfónica. Enérgica y resuelta, sabía explotar sus recursos, haciendo que el virtuosismo sonara como cosa simple.

Las obras, naturalmente están dotadas de equilibrio y finísimo gusto, además de bonitas frases musicales. Es obvio, tratándose de tales compositores. Pero una cosa es comprender lo que salió de aquellas inteligencias y otra -bien distinta- es emitir el significado con un instrumento musical, con muchos instrumentos musicales e incluso, trayendo invitados a la casa. Cada aplauso, ganado por el esmero, merecería el doble de intensidad. Más ocasiones así, harán de esta temporada un refrendo de lo grande que es tener una Sinfónica de Yucatán. ¡Bravo!

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