Este relato fue publicado originalmente en el libro Llama la sangre (Nitro Press, 2023).
Esa última vez le insistió mucho a su amiga que escribiera bien mi nombre. Para asegurarse de que yo recibiera el dinero y, al mismo tiempo, nada más me relacionara con la situación. No entiendo por qué, no tenía que protegerme ni darme nada, era un año mayor que yo, pero era él quien necesitaba que lo cuidaran. Porque brillante lo era, sí, todos se daban cuenta, pero mi madre y yo también sabíamos que el mundo lo atravesaba más fuerte que al resto, aunque pusiera siempre su mente para bloquearlo, ordenarlo, entenderlo.
Recuerdo lo de mi nombre porque me causa culpa, es que no sé si él hubiera actuado diferente. No sé si el dinero lo liberaba de la obligación de venir, de darme una explicación clara de lo que estaba pasando. No sé si era su manera de hacerme un lado e irse con el orgullo que siempre tuvo, mientras los demás pensaran que se había distanciado porque no lo comprendíamos ni estábamos a su altura.
Al principio no quiso decirme nada de las actividades en que se había comprometido, porque además se guardaba todo. Un día llegó a la casa de mi madre, donde yo vivo todavía. Todo el tiempo tenía esa actitud de sospecha, volteaba a la ventana, como si vigilara. Lo vi nervioso, se tomó tres cafés de golpe sin hablar. No me preguntes, decía, pero luego fue relajándose y de pronto me enteré que lo habían mandado a Estados Unidos a estudiar con una beca de la que nunca me había contado.
—Por eso no he venido en tanto tiempo. Los geógrafos tenemos aplicaciones que la gente no se imagina —me dijo—, sobre todo por nuestro conocimiento de mapas y zonas del territorio nacional.
—¿Y tú conoces mucho el país?
—Pues he viajado mucho al sur, es una zona difícil por el cruce de cordilleras y el terreno muy accidentado, hace que un trayecto que sería de cincuenta kilómetros lineales se haga en un día —me contestó—. Es un lugar perfecto para esconderse.
Yo no decía nada, lo dejaba hablar y le servía más café, porque eso era lo más difícil con él: entrar, hacerte un espacio en su vida o en sus pensamientos sin que se sintiera invadido. Tienes que ser más discreto, le decíamos de niño mi madre y yo, porque antes le daba por quejarse y llorar por cualquier regaño. Nos decía que tenía una voz en la cabeza que lo torturaba más que nosotras. Que lo obligaba a ser mejor. Ahora creo que se tomó muy a pecho esas palabras. No queríamos que fuera de piedra, sólo que aprendiera a contenerse. ¿Y yo cómo iba a imaginarme?
Estaban sus libros, sí, porque todos deberían saber que mi madre nos inculcó la lectura en casa, pero nunca entendí la fascinación de él por la historia militar, las guerras, los enfrentamientos. A veces abría un mapa y se ponía a mencionar nombres de generales o personas que habían tomado una ruta u otra, cómo habían salido de un lugar, cómo habían aprovechado las condiciones para ganar una batalla, empezar sus escaramuzas o escapar sin tantas bajas. Hablaba de Morelos, de Hidalgo, de Napoleón, son los nombres que recuerdo. Mencionaba siempre sus errores, como si él estuviera a la cabeza de un ejército y hubiera decidido algo más inteligente, aunque tenía todo menos la estatura de un general, porque era pequeño, regordete y con una cara de niño que no le cambiaba.
Y yo me obligaba a ser dura, lo ignoraba para verle ese gesto de fastidio porque deseaba hacerlo un hombre, porque no teníamos un padre y mi madre se aferraba a él, porque ella decía que César se parecía tanto al hombre que la había abandonado y no quería duplicar la pérdida. En el fondo yo quería que se fuera de nuestro lado, porque no deseaba que lo ahogara ese recuerdo, que lo obligaran a ser otro. Así lo fui curtiendo a mi manera, lo picaba, le decía a mi madre que lo hiciera repetir las tareas, le decía a él que podía dar más, que mirara más alto para salir de aquí, hasta que resultó que mi hermano César era bueno en sus mapas y sus ideas, y empezaron a llamarlo, a darle trabajo desde la universidad.
Me hubiera gustado conocerle una novia, un amorío que le sacudiera la mente y lo distrajera del estudio, pero él se veía feliz y se creía valioso, con los lentes circulares sobre los ojos pequeños de tanto leer, de tanto pensar el mundo como un mapa de criminales y perseguidores, donde él jugaba sus propias piezas de ajedrez para determinar las posibilidades de ambos bandos.
Pero de eso no hablaba. Él estaba muy ocupado, tenía que entregar algo para sus jefes, aunque yo no sabía quiénes eran sus jefes, sólo decía que de eso dependía que consiguiera otro permiso de trabajo para mantenerse en Estados Unidos. Que tenía una larga carpeta de la Dirección, que se había aprendido de memoria cada montaña, cada río y cada grieta de Chiapas, de Oaxaca, de Guerrero, y si todo iba bien, tal vez podría tomarse unos días después de acabar con sus tareas para ir al mar.
Pero dejó de pasar a la casa, dejó de contestar mis llamadas. Mi madre, cada vez más callada y perdida en sus recuerdos cuando la atacó la enfermedad, dejó de preguntar por él. Por lo que entiendo, el proyecto se cayó al final. No entendí bien si fue porque a él no le gustaba el resultado o no había convencido a los jefes o no cedió a lo que le pedían. Cuando volvió esa última vez de visita, no le pude sacar más, aunque le notaba a leguas el gesto de tristeza. Creo que sintió que le había fallado a esos primeros sueños que tenía para él mismo. Le dije que se animara, que volverían a llamarlo a nuevos trabajos. De hecho me extrañó que se despidiera de mi madre besándole la mano, eso no lo hacía desde muy niño, cómo iba yo a saber que estaba dejando las cosas a su modo.
Y bueno, volviendo a la amiga suya que me contactó, ella me dijo que el último día lo notó ausente, tristón. César le dijo que estaba cansado de las habladurías, de las acusaciones, de la puesta en duda de su trabajo. Dijo que lo iban a boicotear, quedaría cancelado para todo. Y él iba a hacerse a un lado porque ya no tenía fuerzas para seguir luchando con eso, para ser el único con una opinión diferente en esa oficina. Le habían inculcado una cosa en casa y no podía romperla, su propia voz en la cabeza le decía que no, ni siquiera por todo el dinero o todo el miedo del mundo.
La amiga creyó que César estaba más dramático que de costumbre, que era el golpe de haber perdido una gran oportunidad en el gobierno, pero él le habló entonces de lo que hacían. Me estoy fascinando con un crimen, me estoy fascinando con la idea de que puedo detenerlos, pero no es cierto, dijo César. Quieren exterminarlos, quieren terminar con cualquier idea distinta a la suya. Para ellos todo es rebeldía, sedición. Y no puedo con eso, con esa carga. No puedo abrirles ese camino. Es lo único que puedo decirte. No estoy loco, sobre todo eso último es lo que recuerda su amiga, lo repetía a cada momento.
Desconozco cuántos detalles se guardó ella para no hacerme daño. No sé qué hacía él en Estados Unidos cuando se citaron allá. La amiga me dijo que le extrañó que la llamara y verlo tan delgado, que él no se quitara el saco porque hacía un calor horrible. Se tomaron un café en un lugar al lado de un puente y César hablaba sin mirarla a los ojos, vigilando a supuestas presencias alrededor que lo perseguían, y se separaron después de medianoche. Él se fue inquieto, caminando al otro lado, y ella lo vio perderse sin siquiera girar la cabeza para decir algo más. Al otro lado. La amiga me dijo que la imagen de César cruzando al otro lado del puente hasta desvanecerse se le había quedado grabada y ahora también me acosa a mí.
Él le dijo que se iba al hotel. No me dieron muchos detalles. Creo que tal vez se abrazó a sí mismo como lo hacía de niño, cuando le dolía el estómago, cuando lo abrumaba la voz de mi madre recordándole que no tenía que ser como su padre, que él podía ser mejor. O me vio a mí, cuando lo regañaba pese a que era más pequeña que él y le insistía en que los hombres debían tener carácter para afrontar sus problemas y no llorar desconsolados por cualquier cosa si tenían miedo.
Lo sé, pero él ya no me lo dijo. Me llamó esa última noche para avisar que iba a enviarme un paquete. Las palabras se le atoraban, sé que se esforzó mucho para indicarme apenas lo necesario. Firmó los papeles que había juntado para un periodista gringo con un bolígrafo azul, le gustaba ese color. Ahora sé que eran sus notas de campo y opiniones sobre el tema del Sur, aunque no hemos sabido nada de ellas. Todavía echó la caja de las pastillas en la basura, enjuagó el vaso de agua, lo volteó sobre una toalla doblada del hotel y alineó sus zapatos frente a la cama, ordenado como era, como le decíamos que lo hiciera de niño porque no queríamos que se volviera un loco aventurero como su padre y tenía que empezar por hacerse cargo de sí mismo hasta en los pequeños detalles. Ay, César. Eso es todo lo que pudimos saber por el reporte oficial, tardaron casi una semana en trasladar el cuerpo a México y no nos dejaron abrir su caja. ¿Sabe? Lo que más me pesa es que no puedo acordarme de la última vez que lo vi sonreír.
*****
Adán Medellín (Ciudad de México, 1982). Escritor y periodista. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ha publicado seis libros de cuentos, por los que ha obtenido galardones como el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017, el Concurso Nacional de Cuento Sueño de Asterión 2013, el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2019 y el Iberoamericano de Cuento Ventosa Arrufat – Fundación Elena Poniatowska 2020. Obtuvo su segundo Premio Bellas Artes en la categoría de Ensayo Literario por El cielo trepanado. Su libro Acéldama obtuvo el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza 2019 y ha recibido una opción para convertirse en una serie audiovisual. Textos suyos han aparecido en España, Argentina y Cuba.
Fue parte de la redacción de Playboy México por doce años; ahora imparte talleres de narrativa y literatura en formatos presenciales y virtuales. En 2022 fue seleccionado por la Revista Casa de las Américas (Cuba) como una de las 22 voces relevantes de la literatura mexicana joven. Actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en el Colegio de San Luis y es cofundador de Cafebrería Ítaca, espacio de librería-cafetería-talleres en Cerritos, San Luis Potosí.