El nocivo abuso de la autoficción: Xavier Velasco y la trilogía del Yo

Mario Lope charló con Xavier Velasco en torno a su más reciente novela, al tiempo que ensaya y pondera las virtudes y desatinos de la autoficción literaria, una manida estrategia editorial que se volvió tendencia.

La autoficción ha sido duramente criticada por algunos escritores en los últimos años. Aducen que es un recurso faciloide, barato, donde domina el ego del autor, quien hace creer al lector que su vida es super interesante, construida con artilugios mágicos de fiesta infantil. Es el caso de Xavier Velasco. La crítica se ha ensañado con su obra, pues tras la publicación de “Diablo Guardián”, sus novelas posteriores abusan de este subgénero y sus recursos. Se ha dicho que la autoficción fomenta la apatía y displicencia en los escritores, los hace pocos luminosos, y sus obras ocupan espacios en editoriales y librerías donde podrían estar escritores más vanguardistas. Sin embargo, Xavier Velasco tiene otra opinión.

“Es una fechoría muy trabajada. Para empezar, escribo a mano. Y sentarse a escribir es un proceso largo. Una vez que me siento, pasan hasta cuatro horas para que empiece a carburar. Tengo la necesidad de meterme y sentir el texto porque después lo voy a escribir con un enorme cuidado y conciencia de las palabras”. Xavier y yo nos encontramos en la presentación de su más reciente libro, “El último en morir”, novela de autoficción donde nuevamente el centro de la historia vuelve a ser él mismo. Y le pregunté si escribir varios libros sobre la vida propia no es un abuso. Rotundo, me respondió que lo que quería contar era la memoria del oficio.

“Algunos me han criticado porque me dicen que por qué publiqué otro libro con la historia de mi vida. Yo nunca me propuse contar mi vida en este libro. Yo quería contar cómo el oficio de escritor llegó a mí, cómo lo entendí y qué sucedió con todo eso. Este libro no tiene que ver con mi vida privada, tiene qué ver con la persecución de ese oficio”, me confesó.

Sin embargo, Xavier cae en su misma trampa —como lo hace cualquier lector que lee autoficción creyendo que lee ficción—, cuando afirma: “Yo quería contar cómo el oficio de escritor llegó a mí”. Se trata de él, no del oficio; es decir, “El último en morir” habla de un joven que cuenta cómo llegó a convertirse en escritor, ergo, en cómo Xavier Velasco se convirtió en escritor.

El cuentista vasco Iban Zaldua habla de que el abuso de este subgénero ha mermado la producción literaria de calidad en lengua española ya que muchos escritores jóvenes la han visto como una ventana de oportunidad para poder ser publicados. Y reparte culpas a los editores que han “manoseado” y permitido una ola de libros de autoficción, sobre todo en escritores que no saben hacer otra cosa que inventarse la vida que quieren vivir en sus páginas de “ficción”. Una tramposa forma de melodramatizar el oficio literario.

“La autoficción, lo mismo que el autobiografismo de autoayuda –también floreciente, y otra cara de la misma moneda–, fomenta la holgazanería del novelista. A fin de cuentas, reduce o elimina por completo el sagrado deber de documentarse, ya que tiene muy a mano el tema principal de su investigación literaria: él mismo.” (Iban Zaldua, “Manifiesto contra la autoficción”, publicado en Contexto y Acción, 2018).

“El último en morir”, sin embargo, utiliza recursos que podrían hacer “atractiva” la novela: los aforismos. Algunos conciben comparaciones ingeniosas argumentando que este artilugio es un remate de batería en el momento adecuado de una construcción literaria. Para Xavier Velasco, según dice, los aforismos forman parte de su vida. Él es así, sentencioso. “Trato siempre de condensar la vida en seis o siete palabras. La vida es una fuente infinita de aforismos”, se aventura a decir.

Sin embargo, para algunos críticos los aforismos están pasados de moda. Forman parte de una voz que se quedó en el pasado, precisamente por su característica principal: ser sentenciosos. El aforismo choca con las épocas modernas donde no se busca la sentencia sino la apertura, la búsqueda, el encuentro. Entonces, el éxito de la autoficción está garantizado más allá del éxito literario. Algunos escritores han levantado la voz señalando que se publican demasiados libros que nadie lee, con historias lamentables que, con el tiempo, se descubre que retrataban la vida de quienes los escribieron: unos auténticos desconocidos de la autoficción.

Y no solo de los desconocidos. He aquí la principal premisa de las críticas a las que ha sido blanco Xavier Velasco: después de un libro como “Diablo Guardián”, ocupó 13 años en escribir una trilogía sobre sí mismo: “Este que ves” (2007), “La edad de la punzada” (2012), y “El último en morir” (2020). Por lo tanto, el autor que escribe autoficción, sea “reconocido” o conocido, se ha vuelto una marca registrada.

“El auge de la autoficción podría considerarse, entre otras razones, como una consecuencia de la hinchazón que la figura del autor está sufriendo en nuestros días. El escritor se ha convertido en marca, y parece estar muy lejos de haber muerto, contra lo que defendía/preveía Roland Barthes: fuente, símbolo y objetivo máximo del negocio literario, el escritor ya no sólo escribe, sino que guía las campañas de venta de su libro e incluso intenta imponer, desde el mismo día de la presentación, cómo debemos los lectores interpretar su obra; el escritor desarrolla ahora una vida pública que va mucho más allá de la de cada uno de sus libros.” (Íbid).

La industria editorial literaria ha caído en las fauces, no de la forma, sino del fondo que manejan las líneas editoriales de las revistas del corazón y de chismes. El escritor es una marca —no su obra—, como lo es Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, por lo tanto, hay que contar su vida. Y quién mejor para hacerlo que él mismo.

Y no solo eso, sino que su imagen será explotada en redes sociales, Ferias de Libros, entrevistas, donde contará las penurias del oficio de escribir, hablará de sus gustos y manías mientras sostiene la portada de su más reciente novela. Ya lo dijo John Irving: “Un mal escritor es alguien cuya vida resulta más interesante que su obra”.

Y de esto están llenas las Ferias de Libros. El problema no es que los lectores juzguen esto. Lo lamentable es que los escritores piensen que sus vidas son más interesantes que sus obras y se dediquen a escribir sobre eso, y que dejen a un lado la capacidad para inventar historias ajenas y ocupen ellos el lugar donde debe estar la empatía.

¿Se podría concluir que la autoficción es la incapacidad del escritor para centrarse y concentrarse en las maravillas de la creación literaria? En pintura los autorretratos son muy bien valorados. Si pudiéramos preguntarle a Rembrandt, ¿verdad? Pero en literatura, y sobre todo en estos tiempos donde todo nos lleva a las jugosas ganancias de las transnacionales, la autoficción parece ser una fórmula en la que, parafraseando al filósofo chino Byung Chul Han, el escritor es un empleado de sí mismo.

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