Cualquiera nacido en los ochenta recordará fácilmente 1995, un año en que millones se estremecieron con el veredicto del juicio de asesinato contra O. J. Simpson. Lo que pocos recordarán es que O. J. no fue el primer “monstruo” en gozar de cobertura por parte de la caja idiota. Dicho honor corresponde a Pamela Ann Smart, cuyo proceso en 1990 por el homicidio de su esposo en complicidad con tres adolescentes constituyó el primer juicio televisado en Estados Unidos.
Mucho menos recordarán que una novela basada en este mismo caso sirvió como inspiración para un retorcido retrato de esta telecultura y de la infamia popular que hizo a Simpson célebre. Esto y más se halla latente en “Todo por un sueño” (To Die For, 1995), normalmente asociada a otros filmes sobre la influencia de medios masivos que dominaron parte del panorama fílmico de los noventa. Sin embargo, difícilmente merecen competir con éste en cuanto al corazón oscuro que late en su interior. ¿Qué tan oscuro?
Basta decir que la última imagen muestra a un personaje bailando sobre la tumba de otro. Nada raro si se sabe que el guión lleva la autoría de Buck Henry; pilar del humor negro estadounidense gracias a otro mordaz pedazo de comentario social llamado “El graduado” (1968). Henry eleva la historia de Smart a grandes extremos de obsesión para crear su símil en Suzanne Stone (Nicole Kidman); una frustrada aspirante a reportera de TV casada con el empleado de un restaurante (Matt Dillon) en New Hampshire. Para Suzanne, nada es más importante que ser alguien. Y la única forma de lograrlo es a través de la pantalla chica.
Nicole Kidman da vida a una sociópata narcisista, hipócrita y caricaturesca que al mismo tiempo no es demasiado de estas cosas como para que el público se niegue a permitir que se muestren los hechos bajo su perspectiva. Todo en ella parece tan ensayado como una telenovela en horario estelar: su manera de vestir, de hablar, de caminar, de reaccionar ante la muerte del marido, de llorar en su funeral, de responder preguntas respecto al estudiante de secundaria (Joaquín Phoenix) al que manipuló sexualmente para que lo matara. En resumen: un ser menos humano que televisivo.
Jugando con el fondo y la forma, el director Gus Van Sant concibe la mayor parte del filme como narrado en primera persona por Suzanne frente a una cámara de video, para que al poco tiempo esta narración unilateral sea fragmentada por intervenciones de familiares y conocidos; cada uno aportando un pedazo de la verdad detrás del crimen. Esto fortalece la sensación de encontrarnos en un mundo por y para él monitor, donde no hay emociones mas que las dictadas por apuntador ni sucesos inmunes a convertirse en encabezados. Igual que en la mente de Suzanne.
Si “Todo por un sueño” tiene un talón de Aquiles, ese sería que los blancos de su sátira parecen haber caducado. No obstante, sobrevive como la evidencia cinematográfica de una era en que los teléfonos servían para hacer llamadas, MTV era un canal de música y apenas nos sumergíamos en el proceso de banalización mediante el cual, parafraseando a David Cronenberg en “Videodrome” (1983): “la televisión se convertía en realidad y la realidad en menos que televisión”.