Rescatando la alteridad: “Maten a Darwin”, de Franco Félix

Un ensayo de Mario Lope sobre la novela publicada por Random House en 2018.

Franco Félix es un autor que no embona en ningún catálogo de literatura mexicana. A pesar de pertenecer a una generación de prolíficos escritores norteños como Luis Jorge Boone, Daniel Salinas Basave, Carlos Velázquez, Elmer Mendoza, entre otros, su propuesta literaria rechaza fórmulas temáticas desgastadas. En su obra asistimos al diagnóstico terminal de la humanidad, una distopía que juega con la historia, la evolución, el incesto y la idea de quién es Dios. Félix no se detiene en el relato fotocopiado del contexto inmediato mexicano. Descuartiza imágenes apocalípticas cuya apariencia autodestructiva pretende ser el hilo conductor de sus novelas.

Maten a Darwin (2018), publicado por Penguin Random House bajo el sello Caballo de Troya, es una oda al racionalismo patológico. Una novela “exigente”, con una carga filosófica hobbesiana, en la que sus personajes deslumbran y encienden luces en los sótanos más oscuros de eso que él cree un concepto “faciloide” llamado humanidad. Juzga su obra como un “laboratorio literario diseñado para crear un catálogo de otredad”. Sin embargo, la alteridad no se aborda desde lo social sino desde la perspectiva humana, psicológica: el otro está loco, ergo, todos lo estamos. La racionalidad es un intento de invento social para dar orden y justificar el progreso de las sociedades en beneficio de unos y en detrimento de otros, parafraseando a Zygmunt Bauman.

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En Maten a Darwin vemos guiños a Thomas Hobbes desde lo filosófico, y a Thomas Pynchon, David Foster Wallace y Samuel Beckett, desde lo literario. Por supuesto, la sombra que el autor intentará llenar de luz para hacerla desaparecer, es Franz Kafka. Todos estos autores forman parte del salvaje río que confluye e influye en su novela. En la presentación del libro en la Ciudad de México, platiqué con Franco Félix sobre el riesgo que representa para un escritor joven publicar una novela de 560 páginas en un mundo editorial “pro millenial” donde se exige atrapar a los lectores con un estilo minimalista y concreto.

En realidad creo que los riesgos los tomó la editorial”, me dijo aún sorprendido de que su “pequeño granuja” de medio millar de páginas deambule en las librerías. Félix se asume como un lector de ladrillos. Considera que esa acción corresponde a la reacción de escribir mamotretos donde divaga en modo lacónico y filosófico sobre los alienados, los ignorados, los llamados locos sociales. “Lo que escribo participa de una desconexión entre aquello que se considera la vida real (ese concepto) y se conecta con intersubjetividades muy específicas. Maten a Darwin, por su parte, parece no reparar en la realidad. Pero sólo es una apariencia”.

El escritor sonorense Franco Félix.

Y tiene razón: las historias narradas en su novela parecen expelidas del diario de un psiquiatra cuyo diagnóstico parece tener propiedades apocalípticas que a todos atemoriza conocer. En esta obra descubrimos que hay un terror cotidiano a no aceptar nuestra locura, que ésta se ha mantenido a raya bajo esquemas morales y éticos que, frágiles, se derrumban a la menor provocación. “Recogemos patrones dentro del caos y levantamos nociones de organización con un suelo muy delgado que, cuando colapsa, nos provoca ansiedad”, sostiene.

Maten a Darwin podría considerarse como una alegoría humorística de los tiempos que vivimos: nihilistas, vacíos, sin discursos ni visión, donde pareciera que estamos viviendo dentro de una etapa ulterior en la que todo se ha dicho. Franco me dice que hay algo perverso y oscuro en esto. La alegoría que se percibe en el libro parece responder a una codificación casi metafórica. Aunque podría no serlo. Toda esa irracionalidad que habita las páginas de Maten a Darwin está apuntando hacia una ventana de la realidad.

“Algunas escenas desgarradoras de la novela están basadas en hechos reales, o peor, algunas de las acciones más violentas, como quemar indigentes, se ha vuelto realidad. En México, Argentina o Colombia están quemando a las personas sin hogar. Sólo abre Google y haz una búsqueda. Sorprende la cantidad de notas sobre esa mezquindad. En la novela también hay un capítulo sobre una mujer sacándose los ojos porque no quiere ver a un sujeto sin piel y no hace mucho un sujeto hizo lo mismo porque no deseaba ver fantasmas. La novela sexualiza la personalidad del Papa, representa, muy brevemente, a un vicario obsesionado con sus testículos y tira hacia lo que todos sabemos, que la Iglesia oculta sus más oscuros deseos”, argumenta el también autor de Los gatos de Schrödinger.

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¿Qué nos quiere decir todo esto? Que la naturaleza del sujeto contemporáneo es medio bipolar, o al menos sufre un trastorno de personalidad. Por un lado, promete un futuro brillante, donde la inteligencia ha avanzado inimaginablemente, y por otro, está destruyendo al planeta como si fuera ineludible, como si no estuviera en sus manos. Es liberal y mojigato. Es progresista y retrógrado. Es todo y como todo es nada: es nada. Tales contradicciones están implicadas en la narrativa del libro. O al menos, eso ha intentado su autor.

Le pregunto si ve como un obstáculo la carga intelectual, ontológica, filosófica y humorística en su novela para llegar a un público más amplio. Coincidimos en que su libro tiene lectores “reducidos”; sin embargo, Franco advierte que a muchos no les parecerá seductor por la velocidad con la que vive el sujeto contemporáneo y que no facilita el hecho de plantarse frente a una novela heterocrónica (que suspende su sincronía, su linealidad, en distintas ocasiones y que se moviliza entre periodos temporales que van evolucionando de modo individual, de manera aparentemente caótica) porque la atención (en estos días de aparatos tecnológicos) parece cada vez más un concepto arcaico, casi mitológico.

Pero ¿por qué afirma Franco Félix que la gente -entre ellos algunos lectores-, ya no presta atención? ¿La tecnología nos está abstrayendo? Más allá de no prestar atención, el sujeto moderno no escucha. Y leer es una forma de escuchar. Bien razona el filósofo Byung-Chul Han, que en un futuro no muy lejano habrá una profesión que se llamará oyente. El surcoreano afirma que “hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad”. (Byung-Chul Han, La expulsión de lo distinto, Ed. Herder, 2018, pp. 113, Barcelona, España).

Franco Félix, autor de “Maten a Darwin”.

No es que no haya suficientes lectores para la propuesta de Franco Félix, sino que el otro, esa alteridad que el escritor sonorense pincela y trata de rescatar por medio de la novela es la que ya no existe, según Han. En las redes sociales -a diferencia del acto puro de leer- se vive una realidad virtual cuyas voces se superponen, entremezclan y revuelven en una gama de colores monocromáticos conforme se unen más y más voces. Surge un espectro etéreo y uniforme, pero a la vez deforme frente al acto de comunicar. Entonces ya nadie entiende porque nadie escucha, todos quieren hablar.

Hacer una reseña de Maten a Darwin es hacer una reseña de la sociedad misma. Los personajes de Franco Félix tienen una virtud casi patológica: escuchamos una voz narradora con síndrome de Down, un científico incestuoso y loco en busca de la inmortalidad, un obsesionado por las narices y la cocaína, ¿es la sociedad un constructo patológico? “La irracionalidad es el dispositivo de la naturaleza humana. El pathos se suscribe a la afectividad. Antes que cualquier otra cosa, sólo somos unos chimpancés con lenguaje, simulando un espectro de racionalidad sustentada en sus propios principios”, dice mientras siento coincidir esto último con el pensamiento filosófico de Martin Heidegger.

Franco Félix también es autor de “Kafka en traje de baño” (Nitro Press).

Es decir, inventamos el sentido, pero éste sólo es un relato que a veces se revienta y se reinventa. Es la idea que nos heredó el posmodernismo: no hay relatos, sólo ruptura. “En la comunidad del ‘me gusta’ uno sólo se encuentra a sí mismo y a quienes son como él. Ahí tampoco resulta posible ningún discurso”. (Ibid., pp. 119). Entonces, ¿quién es el otro? ¿La literatura ya no abona a la alteridad? ¿Aún es posible reconocerse en el otro en una obra literaria? ¿O el otro ya no existe -como dice Han- y la lectura, ese acto sensorial de escuchar, es parte de un pasado contemporáneo?

Para Mijaíl Bajtín “el yo no puede comprenderse íntegramente sin la presencia del otro. La identidad del sujeto se forma y transforma en un continuo diálogo entre sí mismo y el otro”. (Mijaíl Bajtín, Yo también soy. Fragmentos sobre el otro, México, Ed. Taurus, 2000). En una sociedad que se materializa dentro de los dispositivos tecnológicos y que se refleja en ellos como el yo y no como el otro, la alteridad pierde su sentido y el diálogo su cualidad dialéctica. Narciso no ve, no escucha más que su propia voz y rostro, y solo encontrará al otro dentro de sí mismo bajo cuando reconozca su propia voz bajo la piel de alguien semejante a él. No hay otros.

La historia distópica de Maten a Darwin podría ser un anuncio prehistórico del porvenir futurista, una constante a la pregunta eterna de si el hombre nace bueno o malo. Para Fernando Savater los males de nuestra época tienen que ver con la frase “la gente no ve”. Para Byung-Chul Han, “la gente no oye”. Para Bajtín, “no hay yo sin el otro”. Y para Franco Félix, no hay distopía sin lo irracional.

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