James, Pushkin, Reyes y Fuentes: reelaboraciones literarias

Noé Vázquez analiza similitudes y diferencias entre cuatro relatos de Alexander Pushkin y Henry James, Alfonso Reyes y Carlos Fuentes, en los cuales se reelaboran una y otra vez los mismos tópicos: una dama madura, una joven y un apuesto mancebo...

Para empezar, pensemos en un joven: la temeridad, la avaricia, la imprudencia, la necesidad de aventura. Una posible cita a cenar en una casa en donde ha sido invitado, o tal vez no, nuestro personaje solo se presenta de manera casual o pide ser presentado a la anfitriona de la casa. Hay que reconocer la imperiosa necesidad de ascenso social, del éxito académico, la búsqueda de un hecho, aunque sea absurdo que rompa el tedio. Luego, una mujer, madura de preferencia. Notable por su linaje, tal vez viuda de un militar o de un poeta laureado y famoso. La dama en cuestión habita un mansión señorial, tal vez una casa grande y antigua, o un viejo palazzo. La dama es viuda, también puede ser noble. Es posible que viva con su hija, su sobrina, su nieta o con su protégé desde hace varios años. Ellas viven solas.

El joven ambicioso se presenta en la casa. Hay una cena, o quizá una fiesta con muchos invitados de la nobleza. La anciana es poseedora de un secreto, un dato codiciable, unas memorias, unos documentos necesarios al visitante. En el transcurso de la narración suceden eventos ilógicos, a veces mágicos y sobrenaturales. A los hechos los rodea una atmósfera de misterio y de irrealidad. El joven se relaciona con la hija de la señora para obtener lo que busca, ese secreto tan valioso: ganar en las apuestas, unos papeles heredados por un investigador. Otras veces solo es una simple visita a la casa con motivos ambiguos, o se sugieren sin dar más detalles. Pasan cosas curiosas, ridículas, trágicas, inexplicables, hasta sobrenaturales. Fin de la historia.

Los hechos arriba mencionados suceden más o menos de la misma forma, que yo sepa, en cuatro relatos distintos: el cuento «La dama de picas» (1833) de Alexander Pushkin; la novela Los papeles de Aspern de Henry James (1988); el relato «La cena» (1920) de Alfonso Reyes y la novela corta o novelleta Aura (1962) de Carlos Fuentes. El primero corresponde al escritor ruso Alexander Pushkin en su cuento «La dama de picas».

En la narración de Pushkin, uno de los personajes, Hermann, es un oficial de ingenieros que estudia las jugadas de sus compañeros. Observa silencioso a los demás, pero no quiere arriesgarse a perder una partida. Solo estudia con frialdad y detenimiento las jugadas quizá esperando su oportunidad, una ventaja que reduzca su riesgo al mínimo. Mientras juegan, Hermann escucha el relato de Tomsky, uno de sus compañeros, que habla de la condesa Anna Fedotovna, su abuela, quien recibió un oscuro secreto para ganar a las cartas y ganar siempre. La condesa, jugadora compulsiva en sus mocedades y además, una mujer tan bella que había enloquecido a Richelieu, había perdido una suma cuantiosa en el juego que su devoto y acaudalado marido se había negado a pagar.

Desesperada, recurrió al conde de Saint-Germain para que le ayudara. Según la leyenda, el conde había descubierto la piedra filosofal y el elixir de la vida y a la condesa la ayudó a ganar en el juego a través de la combinación de tres cartas. Hasta aquí se señala un elemento apegado a la comprensión mágica de la realidad: las combinaciones cabalísticas y la cartomancia. Pushkin azuza la curiosidad del lector que, como Hermann, necesita saber cuál es esa combinación, así que, como lectores, acompañaremos al protagonista a visitar a la vieja condesa para que revele sus secretos.

Hablemos de otro secreto, esta vez no para ganar en las cartas y hacer una fortuna sino del contenido escandaloso de unas cartas personales. En la novela de Henry James Los papeles de Aspern, el narrador, quien relata en primera persona, busca apoderarse de las cartas que el poeta Jeffrey Aspern le escribió a su adorada musa Juliana Bordereau, quien ya es una mujer mayor que vive con su sobrina nieta. El narrador propone ganarse la confianza de la anciana y se hospeda en el palazzo donde viven ellas dos y es alojado como un huésped a cambio de una suma cuantiosa. Ellas no saben sus verdaderas intenciones: apoderarse de esos documentos personales que guardan celosamente.

Se podría pensar que Henry James planchó el relato de Pushkin para trasladarlo a un ambiente aristocrático europeo veneciano con personajes nuevos, sin embargo no fue así. Se trata más bien de uno de esos casos en donde la vida imita al arte o viceversa. Cuando James concibió la trama para su novela se encontraba viviendo en Florencia y ahí supo sobre la condesa de Gamba, quien había estado casado con el sobrino de Teresa Guiccioli, quien fue el último amor de Lord Byron. Los rumores se esparcen entre la aristocracia del lugar y los turistas europeos que visitan la zona. La condesa de Gamba guarda un jugoso secreto que puede ser la comidilla para los curiosos: la candente correspondencia con Lord Byron, el poeta romántico, unas cartas, que se decía, eran «escandalosas e impublicables».

Pero esto no termina aquí, Henry James, como el personaje de su novela que busca los papeles del poeta Jeffrey Aspern, piensa apoderarse de las cartas hasta que descubre que dicha correspondencia fue quemada. Una lástima para los cazadores de chismes. La chismografía en torno a Byron, como veremos, se extiende a otros ámbitos. Henry James se da cuenta de que en Florencia vivió Claire Clairmont, una de las amantes de Byron que murió en 1879 y quien vivía con una sobrina nieta soltera, y ambas, se comenta, guardaban documentación de interés para los estudiosos de la vida Byron y Mary Shelley.

En el cuento de Pushkin, la condesa vive con una allegada, que en este caso es su sobrina nieta, Lizavyeta Ivánovna, su doncella. Volviendo a Florencia, por ahí aparece un bostoniano de nombre Silsbee, admirador de Shelley que elabora un plan maquiavélico  para alojarse en la casa de la Clairmont esperando la muerte de la anciana para echar el guante a las cartas, pero al morir aquella, la sobrina propone la entrega de las cartas a cambio de que Silsbee se case con ella.

Ahí tienen el argumento de Los papeles de Aspern. Una copia de la realidad con un tratamiento novelesco del genial James. En el cuento de Pushkin, la joven Lizavyeta Ivánovna se enamora de Hermann y al morir la condesa Fedotovna, ésta se le aparece a Hermann para revelarle el secreto para ganar a las cartas a cambio de que se case con su protégé Lizavyeta. Cual debe ser, hay un joven ambicioso, una anciana y una muchacha de por medio. Literatura que imita a la vida, ya que Pushkin no lo inventó todo sino que se inspiró en la condesa Golitsyna, famosa apostadora en su tiempo y que sirvió como camarera de cinco emperadores rusos.

Henry James se apropia de otro hecho verídico, le cambia los nombres y los americaniza, traslada a sus personajes a Venecia —una ciudad de la que venía huyendo— y se convierten en Jeffrey Aspern, Miss Bordereau y su sobrina. Hay algo de fetichismo y de nostalgia en la búsqueda de esos papeles. Enfermo de literatura, el crítico que narra la novela corta de James llega como un infiltrado a la casa de la Juliana Bordereau y terminará invadiendo su habitación en donde ella guarda celosamente las cartas de Aspern. Ahí hay otro paralelismo con Pushkin, en ambas historias, el protagonista termina por dañar de una u otra manera a la anciana protectora del secreto. Juliana Bordereau queda inconsciente mientras que la condesa Fedotovna sufre un infarto de la impresión. En ambas historias hay un posible matrimonio con la joven, el cual nunca llega a concretarse. Se trata de metáforas sobre la ambición y el arribismo, pero también, sobre el fracaso del amor. Son historias pesimistas.

El cuento de Alfonso Reyes La cena se debate entre lo ambiguo y lo desconcertante. En su narración hay ciertos elementos fantasmagóricos, una atmósfera de irrealidad en donde no queda muy claro si el personaje vive una experiencia real o solo sueña o alucina. Se confunden los espacios y los tiempos. Reyes juega con la comprensión del lector a través de una serie de imágenes verbales que, más que aclarar los hechos, tan solo sugieren. Y ahí radica el encanto del relato: en la multiplicidad y la apertura a las interpretaciones. El cuento es narrado en primera persona.

Un joven narra su viaje hacia la casa de doña Magdalena, una dama que vive con su hija, Amalia. El joven acude, dice él, «con el ansia de una emoción informulable». Hay algo de temerario y de absurdo en acudir a una cita sin una intención prefijada. El joven corre  a su cita «a través de avenidas de relojes y torreones» hasta llegar a la casa en donde lo esperan las dos mujeres. Luego de una cena y unas copas de Chablis, el joven se queda dormido, al despertar le muestran el retrato de un capitán de artillería, presumiblemente el difunto marido de doña Magdalena. Aquellas dos mujeres le dicen al joven que el capitán se quedó ciego en Alemania y nunca pudo cumplir el sueño de ver París, a pesar de haber pasado por el Arco de la Estrella.

El muchacho comprende que está ahí con el propósito de hablarle a un retrato, a un fantasma que conocerá la Ciudad Luz a través de sus ojos. Él llega a confundir su identidad con la del militar del retrato, la cual parece desdoblarse: se concibe como otra persona. Piensa que él mismo es una caricatura de aquel retrato. Luego descubre que la dedicatoria del retrato tiene la misma letra de la invitación que recibió para llegar a aquella casa. Evidentemente, se trata de un cuento de fantasmas narrado de una manera muy sutil y ambigua.

Reyes confecciona su cuento de una manera vertiginosa y éste termina de forma abrupta, tal y como empezó. Como en los dos relatos anteriores, se presentan dos mujeres viviendo en una casa. Esta vez, la madre y la hija. Luego, alguien que llega como visita con un propósito no muy claro. En esta ocasión, las dos mujeres tienen un plan que no resulta muy evidente, ni para el protagonista que narra la historia ni para el lector. Carlos Fuentes escribirá una historia parecida: una novela corta que se debate entre los sugestivo y lo simbólico. Prevalecerán las mismas premisas: la ambigüedad y cierta atmósfera onírica.

Llega el turno de Aura.  En un artículo escrito por el mismo autor llamado «Cómo escribí ‘Aura’». Fuentes narra que cuando empezó a escribir Aura se encontraba en París y resulta muy sutil cuando narra las primicias y los eventos que le sucedían y tenían que ver con personajes y momentos muy variados. Habla de una muchacha a la que había conocido en México y que en ese momento era una mujer de veinte años. Piensa en lo transitorio que hay en todo. La muchacha había cambiado, el recuerdo de su juventud seguía habitando en ella aunque fuera otra, esta vez, toda una mujer de veinte años. Nos dice que la luz «le esculpió una muerte en la mirada, le arrancó la sonrisa de los labios, le languideció la cabellera con la tristeza flotante de la locura: era otra». Vemos a las mujeres maduras y pensamos en su juventud perdida, como si ésta se siguiera comunicando con nosotros. Lo mismo pasa entre la vida y la muerte: entre ambos polos hay un diálogo que no cesa.

Fuentes enumera la sucesión de influencias que lo llevaron a la redacción de su obra: vivencias, eventos, películas y algunas lecturas.  Una de éstas se encuentra en Francisco de Quevedo, de quien Fuentes dice que es «el verdadero autor de Aura». El autor menciona la voz de María Callas en la ópera La Traviata y algunos textos como Grandes Esperanzas de Charles Dickens, ente otros. En Aura, un  joven historiador es contratado por una viuda que vive con su sobrina en una antigua casona de la calle Donceles. Al llegar ahí, se le pide que rescate las memorias de su difundo marido, el general Llorente, un militar de la época porfiriana que hizo estudios en Francia. Felipe Montero, de quien se narra en segunda persona, va a entablar una relación con la citada sobrina y aquí es donde aparece el elemento sobrenatural y diáfano que da el carácter a la narración.

Para Carlos Fuentes, un libro siempre es escrito por otros, reconoce que su texto es una reelaboración. La formula de estas historias provienen de irradiaciones de mitos ya existentes. Fuentes habla de la posibilidad de ser alguien más mientras nos fingimos auténticos; de lo que sucede cuando nos vemos en el espejo de la otredad, tal y como el personaje de La cena que, por un momento, pierde su identidad para fundirse con la de aquel militar del retrato, de quien se percibe sueño y sombra; la caricatura de un fantasma que no llegó a cumplir su sueño de ver la ciudad de París. Así lo expresa el narrador de La cena de Reyes:

Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato.

De la misma forma, Fuentes recurre a duplicidad del personaje: uno joven, Felipe Montero y otro viejo que son el mismo. En Aura, Felipe Montero ve un retrato en donde aparece el general Llorente al lado de Consuelo:

Verás, en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es… eres tú.

La joven Aura y la señora Consuelo son expresiones de una sola personalidad. Consuelo crea su vertiente joven y bella para tener una segunda vida. En ambas historias se recurre a la memoria de la juventud para vampirizarla y que nos rescate de la destrucción del tiempo. Felipe Montero se siente ajeno a sí mismo cuando descubre que es un instrumento por parte de la señora Consuelo para insuflarse vida. Alfonso, el trasunto de Reyes que acude a esa misteriosa casa con doña Magdalena y su hija Amalia, será una proyección del militar que jamás pudo ver París debido a su ceguera. Ambos jóvenes son atraídos para ser utilizados por las dos viudas, para ser vampirizados de una u otra manera.

Los textos mencionados nos hablan de reelaboraciones de mitos que se desplazan en su cadena de significaciones. Esas redundancias no cesan de mostrarnos esos puentes entre lo real y lo imaginario, entre las obsesiones del autor y la curiosidad del lector. Ver una bruja avara y una princesa en cada historia puede obedecer a un lugar común pero también revela la posibilidad de asombro de los autores respecto a hechos dotados de un significado más profundo. Se dice que Alfonso Reyes tuvo una vivencia parecida aquella de su personaje mientras estuvo viviendo en París, mientras que Henry James tomó mucho de sí mismo para el personaje principal de Los papeles de Aspern al querer apoderarse de las cartas de la condesa de Gamba. Muchas veces, los autores no son distintos de sus personajes. Uno termina por entender la obsesión de los lectores con ciertas obras, con ciertas recurrencias o repeticiones cuando éstas parecen ser inagotables en sus lecturas o interpretaciones.

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