David Gilmour en vivo: el regreso a Pompeya…

En 1971 el director Adrien Maben convenció a los integrantes de Pink Floyd de trasladarse al legendario anfiteatro romano de la Ciudad de Pompeya con el objetivo de filmar un documental artístico en el que la banda grabaría algunos de sus temas mientras las cámaras registraban la interpretación. El resultado fue uno de los trabajos más admirados tanto por la crítica como por los fanáticos de la banda, porque a pesar de la mala calidad del equipo de grabación, se logró registrar el virtuosismo de Pink Floyd y lo trascendente que iba a resultar su música en el futuro.

Cuarenta y cinco años después, David Gilmour decide regresar al anfiteatro de Pompeya con el objetivo de brindar un concierto que rememorara aquel primer encuentro de su banda con la mítica ciudad romana y, al mismo tiempo, ofrecer por primera vez en el lugar un concierto con público presente, un recital que quedase registrado en un nuevo filme a manera de homenaje a lo hecho en aquellos años en los que Pink Floyd comenzaba a generar su rico legado musical. El resultado es el David Gilmour Live At Pompeii, cuya premiere mundial se realizó de manera simultánea el pasado 13 de septiembre en varios países del mundo,  proyectándose por única vez en salas cinematográficas. 

Los afortunados que pudimos asistir a tales proyecciones seguramente estaremos agradecidos con la experiencia de ver y escuchar al genial guitarrista en una pantalla de gran formato y con un sonido envolvente. La tecnología puesta al servicio del cine y de la música provocó que la experiencia del retorno a Pompeya sea algo único en términos de lenguaje audiovisual, pues las dos partes que lo conforman –imagen y audio– alcanzan en el Live at Pompeii un grado de comunión pocas veces visto. Para ello contaron con el enorme repertorio de Gilmour y con un cineasta como Gavin Elder que pone su gran talento para emplazar la cámara a las órdenes de la música, creando un contexto visual exquisito digno de la talla del material interpretado por el genio británico y por los músicos que junto a él interpretaron algo que sólo podría definirse como arte.

Musicalmente el concierto es excelso. Gilmour se hace acompañar de músicos en extremo talentosos como los tecladistas Greg Phillinganes y Chuck Leavell, el guitarrista Chester Kamen y el saxofonista brasileño Joao Mello; además de viejos conocidos dentro de su banda como el bajista Guy Pratt y el baterista Steve DiStanislao. Añade también a tres espléndidos coristas: Bryan Chambers, Louise Clare Marshall y Lucita Jones. Con ellos, Gilmour hace una revisión de temas de su repertorio solista y de lo que hizo en su momento con Pink Floyd.

El viaje inicia con la banda ensayando en Brighton, Inglaterra, ensayo en el que el espectador puede asistir al génesis de lo que será posteriormente la propuesta musical en escena. Gilmour hace énfasis en la importancia de rodearse de grandes músicos porque ello le obliga a elevar su nivel interpretativo, lo que se ha hecho evidente a lo largo de su trabajo. El concierto inicia con 5:00AM y Rattle That Lock, temas de su último álbum solista y a partir  de los cuales se embarca para navegar y sumergirse en ese inagotable y elegante océano sonoro que el guitarrista posee. Existe una versión muy interesante de The Great Gig in The Sky en la que la complicada parte vocal es interpretada por primera vez a tres voces incluyendo la voz de barítono de Bryan Chambers, generando que la canción adquiera un sentido aún más lúdico.

En un momento del concierto Gilmour menciona que el pequeño anfiteatro –el aforo al concierto es de solamente tres mil personas-,  está rodeado de fantasmas, añorando que quizá el de su mejor amigo Rick Wright sea uno de ellos cuando aparece A Boat Lies Waiting, la canción tan llena de añoranza y melancolía que envuelve todo el tema. “What i lost was an ocean, now i’m drifting through without you”, canta Gilmour con una emotividad que abraza al espectador para no soltarle a todo lo largo del recital. David va a demostrar su dominio de la guitarra con ese lirismo tan particular que posee y que ha ido perfeccionando con el paso de los años, generando una profundidad emocional que difícilmente posee otro guitarrista en el mundo. El concierto tendrá momentos climáticos en piezas como High Hopes, One of These Days, Shine On Your Crazy Diamond, Smile, Coming Back To Life, Run Like Hell y Comfortably Numb, resultando en una amplia exploración de un legado musical cuya veta es inagotable.

Gavin Elder lo entiende así y proyecta una planificación visual que no solamente acompaña a las piezas musicales, sino que tiene la intención de rendirles homenaje y de proveerles de un revestimiento único y memorable. Va a presentar planos cinematográficos que trasladan al espectador de la intimidad a la majestuosidad del escenario montado en la ciudad en la que se desarrolla el recital. Para lo primero, cambiará de posición a los sujetos del encuadre dirigiendo de un lado a otro el enfoque central de la imagen, generando que el ojo viaje junto con la música por los diferentes puntos de cada uno de los planos que conforman al filme.  Un peso visual que estará apoyado por el maridaje perfecto logrado entre el gran trabajo fotográfico de Anna Wloch y el diseño de iluminación en el escenario de Steve Knee.

Cada uno de los miembros de la banda va adquiriendo protagonismo gracias a la composición de los encuadres y a los elementos que la conforman. Y para contextualizar mejor el mítico escenario del festival, Elder recurrirá a tomas áreas y moverá su cámara entre los asistentes al concierto para adentrar aún más al espectador en el concierto. Pero la cámara se mueve al ritmo que la música va marcando, con una preciosa armonía y conjugando nuevamente los elementos del plano para contarnos la historia de lo que estamos escuchando y observando. Entendiendo perfectamente que en un evento de esta naturaleza el tiempo presente adquiere un valor único e irrepetible, porque un concierto en la actualidad se trata de eso: de ver, de escuchar, de perderse en el momento…

David Gilmour Live At Pompeii es ante todo un filme, una película musical que documenta un recital memorable y que tiene como protagonista a uno de los artífices del rock en el Siglo XX, alguien cuya música sigue teniendo una asombrosa vigencia en el siglo que ahora vivimos. Es una obra que lleva a la música a alcanzar nuevos horizontes tanto sonoros como visuales. Es la película de un acontecimiento dotado de la elegancia musical que solamente alguien como David Gilmour puede lograr.

Haberla visto en una sala de cine ha sido un privilegio único que no va a repetirse. El DVD y el Blue Ray seguramente serán de alta calidad, pero la proyección cinematográfica hace que, como en pocas ocasiones, puede valorarse la experiencia mágica de asistir a una sala de cine para poder sumergirnos en la oscuridad de un lenguaje que nunca deja de sorprendernos. Un logro.

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