Chernobyl, una miniserie sobre el día después al desastre

Chernobyl está disponible en HBO.

Chernobyl es terrorífica porque muestra que el horror puede sorprendernos en un segundo y transformar para siempre nuestras vidas. Nadie está exento de lo anterior y no se necesita vivir a unos kilómetros de una planta nuclear para atravesar por una situación que nos recuerde que somos una especie vulnerable. Vulnerable a la impecable y despersonalizada furia de la naturaleza, pero también a la imperfección humana y a los errores y mentiras que ésta puede provocar. Porque ante todo, la espectacular miniserie de HBO es un poderoso instrumento de denuncia sobre la capacidad que tienen los poderosos de ocultar la verdad a pesar de cualquier consecuencia que ese acto pueda traer. Se trata de mentir para mantenerse en la cima, para no caer, para seguir viviendo en la cúspide del sistema porque al final los que pagan son aquellos que están en la base de la columna que, aún roída, mantiene firme a cualquier forma de gobierno.

Lo anterior es una de las grandes aportaciones que tiene el programa. Otra tiene que ver con recordar la mayor catástrofe de finales del Siglo XX y homenajear a aquellos que hicieron todo tipo de sacrificios para enfrentarse a algo que jamás pudieron prever. Porque si algo queda claro después de los primeros minutos de la miniserie, es que nadie estaba preparado para lidiar con una situación como la que se presentó una vez que el reactor 4 de la central nuclear de Chernobyl estallara.

No estaban preparados los mismos trabajadores de la planta, mucho menos los bomberos que acudieron al llamado sin el equipo ni el entrenamiento para enfrentarse al infierno radioactivo y ni siquiera los hombres y las mujeres de ciencia que tuvieron que poner todo su conocimiento para imaginar y resolver escenarios que nunca existieron previamente en sus aulas, escritorios y pizarrones. Está claro que hubo culpables, pero también personas que lo sacrificaron todo para evitar que media Europa quedara destruida. Pensar que hoy en día la zona de exclusión es de tan solo 30 kilómetros, resulta en algo increíble ante la dimensión del desastre y lo que pudo ocurrir.

Existe una aportación más de Chernobyl que considero muy importante: es un estupendo ejemplo del poder del lenguaje audiovisual. Sólo a través del mismo podemos viajar en el tiempo hacia la extinta Unión Soviética que, sin saberlo, vivía sus últimos días. Solamente por medio de un fantástico diseño de producción se puede volver a levantar la ciudad de Prípiat y mostrarla como lo que era: el orgullo del poderío industrial soviético. La única forma de recrear lo que se vivió en la sala de control del Reactor 4 es precisamente a través del lenguaje audiovisual, pues solamente con un guion perfectamente escrito es como uno puede imaginar lo que se dijo en aquella fatídica prueba de la madrugada de 26 de abril de 1986 que desencadenó el accidente y la consecuente explosión.

También es el único medio que tenemos para la reconstrucción visual de lo que vivieron personas que estaban en el peor de los lugares y momentos, para observar de manera directa lo que la exposición a grandes niveles de radiación pueden ocasionar en el ser humano. Y solo por esta recreación es como podemos empatizar con gente que se perdió en el tiempo, en el olvido, gente común que estuvo en el peor de los momentos, en el peor de los lugares y cuya vida se transformó violentamente en un suspiro. Niños que jugaban mientras los bañaba una nube de ceniza radioactiva; padres que miraban desde un puente un espectáculo que, detrás de un hermoso y perfecto halo de luz que se elevaba hasta el cielo, escondía la muerte misma. Todos cobran vida de nuevo gracias al lenguaje audiovisual y a su capacidad para horrorizarnos con una imagen bellísima pero sombría, porque nos vuelve conscientes de lo que le sucedió a quienes la vivieron en la realidad.

Johan Reck filma con gran maestría un estupendo guion de Craig Mazin. Director y guionista se hacen acompañar de un increíble grupo de actores para llevarnos a esas aciagas horas en las que el destino de millones de personas estuvo pendiendo de un hilo. Jared Harris, Stellan Skarsgard, Emily Watson, Paul Ritter y Jessi Buckley, entre otros,  hacen que la serie se convierta en un producto coral en el que cada uno interpreta las notas exactas para ir construyendo la terrible y heroica sinfonía de Chernobyl, de los hombres y mujeres envueltos en el drama. No se puede entender el éxito de la serie sin la capacidad interpretativa de sus actores. Todos se meten con gran talento en la piel de sus personajes y todos, junto con el director, construyen arcos narrativos llenos de credibilidad mientras recitan diálogos bien escritos para comprender mejor la tragedia e incluso explicarla en términos que parecen sacados de los mejores textos de divulgación de la ciencia.

En los años ochenta dos películas hechas para televisión hablaron sobre catástrofes nucleares, pero en el contexto de una guerra con ojivas atómicas: una fue The Day After (1983), producción de la ABC norteamericana que, de acuerdo a IMDB, fue vista al momento de su transmisión por unos 100 millones de personas. La otra fue Threads (1984), un falso documental producido por la BBC que contaba sobre las consecuencias de un holocausto nuclear en el poblado de Sheffield, Inglaterra. En su momento, ambos productos funcionaron como una advertencia hecha por la cultura pop sobre lo que sucedería en caso de que las potencias nucleares jalaran el gatillo. Eran los tiempos de la Guerra Fría y de un mundo dividido en dos bloques que se apoyaban en su poderío atómico para tensar la cuerda con la que se repartían al mundo. Por lo tanto, The Day After y Threads fueron muy pertinentes para crear conciencia sobre la necesidad de proscribir las armas atómicas.

Y aquí es donde creo que vale la pena apuntar uno de los riesgos que se puede correr con Chernobyl: alguien podría confundirse y pensar que Chernobyl es una advertencia sobre el uso de la energía nuclear, particularmente en un contexto como el que vivimos actualmente en el que, aparentemente, la amenaza de una guerra nuclear no está tan presente como sí lo estaba en los ochenta, y lo que hoy nos preocupa tiene que ver con amenazas al medio ambiente y a potenciales asesinos invisibles como la contaminación. No faltará quien piense que la energía producida por reactores nucleares entra también en tal grupo, particularmente después del extraordinario manejo que hace Chernobyl de la radiación como un elemento amenazante una vez que ésta ha sido liberada por la explosión que causó la tragedia.

Sin embargo, la energía nuclear es hoy un día una de las más seguras que existen en el planeta y de las que menos producen contaminantes hacía el medio ambiente. Podríamos caer en el bulo, que ha sido alentado falsamente por grupos radicales como Greenpeace, de que vivimos en un enorme riesgo si el mundo sigue produciendo electricidad a partir de reactores nucleares. Pero no hay que olvidar que la producción de HBO retrata brillantemente un momento en un sitio muy particular: la Unión Soviética de los años ochenta. Un régimen que estaba a punto de desmoronarse y que ocultaba bajo la capa de un falso progreso una serie de irregularidades económicas y políticas que tenían repercusión en todos los aspectos de la vida de la nación, incluyendo por supuesto a sus centrales nucleares.

De hecho, me parece que esa es la denuncia más importante que hace la miniserie: apuntar como culpable a todo un sistema político fundamentado ante todo en un oscurantismo disfrazado de seguridad nacional. Las plantas de producción de energía nuclear eran operadas por personal sin la preparación suficiente –como lo evidencian los personajes interpretados por Jared Harris y Emily Watson–, y la reducción de presupuestos había generado el detrimento en la calidad de los materiales con los que se habían construido los reactores y con el que se intentaba garantizar su seguridad.

Al final, Chernobyl es un poderoso instrumento de denuncia sobre los intentos de un grupo de políticos por ocultar la verdad (al Gorbachov de la serie le preocupa más la reacción de la prensa internacional que las consecuencias de la explosión en la gente a la que gobernaba), pero también resulta en una fantástica muestra del poder que tiene el conocimiento para enfrentar y desenredar una situación inesperada cuya causa solo puede entenderse, explicarse y descubrirse a través de la ciencia.

Legasov y Khomyuk se convierten en dos detectives que pisan terrenos desconocidos, imaginan escenarios y utilizan todo su conocimiento al servicio de los otros. Eso es lo mejor que tiene la ciencia y ellos lo representan a la perfección. Chernobyl no es un alegato en contra de la energía nuclear, sino en contra de la mentira como sistema y de la insistencia por sostenerla a pesar de todo y de todos. Un logro.

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