“El tenis emplea el lenguaje de la vida. Ventaja, servicio, culpa, descanso, amor… Cada partido es la vida en miniatura”. Andre Agassi
Final del torneo de Wimbledon, año 1980. Frente a frente dos jugadores que con el paso de los años se convertirían en ese grupo selecto en el que se encuentran los mejores de la historia. Es el choque entre dos fuerzas diametralmente opuestas: la de un témpano de hielo y la de un volcán en plena erupción: Björn Borg y John McEnroe. El caballero del tenis contra el joven rebelde. Cuando ambos saltan a la cancha central de la legendaria catedral del tenis, pocos se imaginan lo que están por presenciar. Borg está en la lucha por hacer historia y convertirse en el primer jugador en ganar el Abierto Británico por quinta ocasión consecutiva. Ha tenido un torneo complicado pero al final ha hecho buenos los pronósticos y ha logrado instalarse en la final.
En su camino se encuentra un último obstáculo, pero también el único que parece ser capaz de impedirle el ascenso al Olimpo de la historia tenística. Es el número dos del mundo, el retador impredecible, el chico que está comenzando a escribir su propia historia: un McEnroe iracundo que se ha ganado el desprecio de toda la flemática afición británica por sus ataques de enojo en la cancha, los cuales rompían con todos los rituales propios de un deporte cuyas reglas no escritas suelen ser aún más importanes que aquellas que funcionan para determinar al vencedor de cada encuentro.
Los espectadores presentes, los medios de comunicación y los propios jugadores estaban conscientes de que aquel partido iba a ser memorable, pero a pesar de ello nadie estaba preparado para lo que estaban por presenciar. Porque más allá de jugarse un partido de suma trascendencia, Borg y McEnroe saltaban a la cancha para llegar a un punto de inflexión no solamente en sus carreras sino en sus propias vidas. Se jugaron algo más que un título, se jugaron años de preparación, de sacrificios, de lucha contra el mundo y contra ellos mismos.
Ese partido va a ser el punto de partida y el momento climático que toma el realizador danés, Janus Metz, para contarnos la historia no solamente de aquel tormentoso y duro encuentro, sino también de cómo dos chicos provenientes de dos entornos tan distantes y diferentes parecían destinados a colisionar de una manera inevitable en una película de grandes alcances: Borg vs. McEnroe. Metz nos internará en los días de aquel convulsionado Wimbledon para dibujar la personalidad de los dos tenistas que a la larga disputarían la final. Pero también hará un detallado estudio de cómo Borg y McEnroe piensan y funcionan, hasta llegar a esa colisión de estilos de juego y personalidades.
Para ello, recurre a bien trabajados flashbacks en los que el espectador conocerá cómo un chico iracundo y con problemas de control se convertirá en el frío y calculador Björn Borg; cómo un tranquilo -pero siempre exigido por su familia- McEnroe terminará por ser el explosivo tenista que fue durante toda su carrera. Metz utiliza la arquitectura temporal de manera ingeniosa pues introduce cada flashback en momentos en que el espectador requiere de entender el comportamiento de cada uno de los protagonistas en el tiempo presente del filme. Sin embargo, lo que Metz enfatiza con gran fuerza es la obsesión que cada uno provoca en el otro, lo que también es un reflejo de sus personalidades como adultos.
Pocas veces un trabajo de casting es tan acertado. A lo largo de toda la película Borg es interpretado por tres actores (en su etapa infantil el tenista es interpretado por el propio hijo de Björn, Leo) que parecen fundirse en uno solo. El Borg adulto es Sverrir Gunadson, cuya mirada y contenida actuación reflejan a ese hombre que es una caldera a punto de llegar a su punto de ebullición. Gunadson posee la gran capacidad de reflejar a ese jugador de tenis que ha llegado a un punto en el que sostiene una intensa de relación de amor-odio hacia lo que mejor hace y lo que le ha permitido cumplir con sus sueños.
Shia LaBeouf, resulta en la elección perfecta para interpretar a McEnroe. LaBeouf tal y como lo fue John, es un Enfant Terrible y parece volcar sus propios fantasmas en cada una de sus interpretaciones. Borg vs. McEnroe no es la excepción y aquí es capaz de transformarse en un chico que desea ante todo ganarse la aceptación de su padre, del mundo del tenis, de los aficionados y de él mismo, que sale a la cancha para disputar la final del torneo más importante del mundo en la búsqueda de encontrar tal aceptación.
Y claro, ahí está el siempre cumplidor Stellan Skärsgard en uno de los mejores papeles de su carrera: Lennart Bergelin, el diseñador de un campeón, el hombre que fue capaz de construir la leyenda que el mundo conocería como Björn Borg. Skärsgard funciona como el complemento perfecto para la actuación de Gunadson; incluso por momentos parece guiarla tal y como lo haría cualquier entrenador con su pupilo haciéndose a un lado en el instante perfecto para que el alumno tome el lugar que le pertenece.
Hay que mencionar que el partido final es una auténtica lección de lenguaje cinematográfico. Metz va a utlizar todos los elementos del mismo para construir, recrear y ser capaz de transportar al espectador a ese momento tan importante y emocionante de la historia del tenis y del deporte en general. Es magistral la forma en la que usa el plano cenital para registrar la soledad del jugador en su lado de la cancha, cómo utiliza las líneas de la misma para generar un sentido único de la composición y darle a ésta una importante función dramática.
También su edición del montaje para ir creando expectativa; plano tras plano, Metz se va apoyar en la espectacular cinematografía de Niels Thastum y en la música de Vladislav Delay, Jon Ekstrand, Carl-Johan Sevedag y Jonas Struck para ir generando sentido, para ir generando tensión y, sobre todo, drama. Toda la narrativa del partido reproduce la batalla con gran autenticidad, en una de las mejores secuencias del cine que está basado en hechos deportivos (tal vez la mejor que haya sido filmada).
No es casualidad que Borg vs. McEnroe inicie con la frase de André Agassi con la que también inició esta reseña. Agassi resume perfectamente al tenis como una alegoría de la vida misma, lo cual se reafirma al mirar la película de Janus Metz. Una fantástica reflexión sobre el triunfo, los caminos para llegar a el y las consecuencias que el éxito trae consigo. Una mirada a dos personalidades que marcaron una época en el tenis y que contribuyeron enormemente a su popularidad, teniendo para ello que sacrificarse en muchas ocasiones a sí mismos.
Una película imperdible para todos los espectadores, sean o no fanáticos del tenis, imperdible por sus altos valores cinematográficos y porque Borg vs. McEnroe trata sobre temas que trascienden lo meramente deportivo, para hacerlo sobre asuntos inherentes a la vida misma y, por ende, a todos nosotros. En resumen: un enorme logro.