Station Eleven o la salvación a través del arte

David Moreno reseña la miniserie "Estación Once", ambientada en un futuro postpandémico en donde sólo la creatividad, la belleza y la cultura podrán salvar a la humanidad. Protagonizada por Gael García Bernal, está disponible en HBO Max...

La miniserie de 10 capítulos está disponible en HBO Max.

La pregunta es: ¿en el colapso de la civilización, qué es lo que puede salvarnos, qué es lo que nos recordará que alguna vez pertenecimos a una especie capaz de provocar los horrores más profundos, pero al mismo tiempo de crear las cosas más bellas? Esa es una de las preguntas que se hace durante sus 10 episodios la serie Station Eleven. Y durante cada uno de esos redondos, perfectamente escritos, y bellísimos capítulos, plantea la misma respuesta, sencilla pero poderosa: lo único que puede salvarnos es el arte.

El año es 2020. Arthur Leander (Gael García Bernal) interpreta ante un teatro lleno “El Rey Lear”, es el momento de su consagración como actor. En una de las escenas culminantes de la obra, Leander comienza a tambalear. El público permanece impávido, salvo una persona: Jeevan Chaudhary (Himish Patel), no es médico, no tiene ningún tipo de entrenamiento en primeros auxilios, pero se da cuenta de que Leander está teniendo un ataque cardiaco, por lo que salta inmediatamente de su asiento y sube al escenario mientras el histrión cae al suelo. La acción de Jeevan puede ser considerada como un reflejo, en realidad revela mucho de su carácter: es alguien preocupado por el otro, alguien con un espíritu de ayuda a pesar de las muchas dudas que le pueden acechar sobre sí mismo y sobre su relación con los demás.

Una vez que el cuerpo de Leander es llevado a una ambulancia, Jeevan conocerá tras bambalinas a una niña que ha crecido admirando, venerando y amando a Arthur: es Kirsten Raymonde (Matilda Lawler), tiene 8 años y de pronto se da cuenta de que la mujer encargada de llevarla a casa se ha ido en la ambulancia que traslada a Arthur. A la salida del teatro, Jeevan se la encuentra de nuevo, le queda claro que la niña ha sido abandonada. A regañadientes, el joven decide cruzar con ella la ciudad de Chicago y acompañarla a casa.

En el camino, algo comienza a suceder. La gente empieza a recibir correos electrónicos y mensajes: una mortal enfermedad respiratoria está dejándose sentir en el mundo, en la ciudad. Los hospitales comienzan a llenarse. La hermana de Jeevan, doctora en uno de ellos, le advierte sobre el cataclismo que viene y le urge a que se resguarde en casa de su hermano Frank (Nabhaan Rizwan). El joven decide dejar a Kirsten con sus padres para luego seguir la recomendación de su hermana, pero los padres de la niña no se encuentran. A Jeevan no le queda más remedio que llevarla consigo, supone que será por una noche. No será así.

20 años después, Kirsten Raymonde (ahora interpretada por la gran McKenzie Davis) es parte de un grupo artístico que recorre la zona de los Grandes Lagos de lo que alguna vez fueron los Estados Unidos de América. Es la Sinfonía Viajera, la cual está integrada por actores, músicos y acróbatas. Una Troupe que es algo más que eso: es una familia conformada por personas que tal vez en otras circunstancias quizá nunca se hubiesen reunido. Llevan a poblados que han subsistido a la brutal pandemia obras de Shakespeare, las cuales representan con extraordinaria calidad.

Kristen ha logrado sobrevivir y en el año 20 (el mundo se ha reiniciado) ha aprendido a hacerlo con base en un carácter férreo, una gran habilidad para usar los cuchillos y una absoluta entrega a la Sinfonía y a las obras que ésta representa. Encontraremos a Kirsten en un momento definitorio de su existencia, uno en el que tendrá que enfrentarse a su pasado para entender mejor su futuro, uno en el que ella y el mundo están intentando rehacerse, reconstruirse, encontrarse de nuevo, apuntar hacia un nuevo horizonte.       

Station Eleven no es el típico relato post apocalíptico, tampoco es una obra que esté inspirada por la situación por la que el mundo atraviesa actualmente, pues la novela de Emily St. John Mandel en la que se sustenta fue publicada en el año 2014. La enfermedad que acaba con el mundo está siempre presente, aunque no de manera explícita, pues nunca se ven sus efectos en el físico de las personas, tampoco se ve a nadie muriendo por causa del virus, si acaso en una escena se muestra la puerta de un hospital que evidentemente ha sido desbordado por personas que acuden en la búsqueda de ayuda, pero jamás la cámara se enfoca en algún individuo en particular. La pandemia está ahí causando estragos pero en lugar de enfocarse en los aspectos más evidentes de la misma, la serie opta –con mucha inteligencia- por mostrarla como un fantasma que acecha, que siempre está presente y que evidentemente trastorna al mundo entero al grado de acabar con la vida como la conocemos.

Sin embargo, los personajes de Station Eleven verán cómo la pandemia produce que todo se derrumbe ante ellos, cómo todo lo que construyeron se termina en cuestión de días. Son hombres, mujeres y niños que tienen que encontrar herramientas que los acompañen en el desastre y que al mismo tiempo les brinden esperanza. Unos días antes del fin del mundo, Kirsten recibirá de manos de Arthur Leander un libro. Es una novela gráfica que fue escrita y dibujada por su ex mujer, por su gran amor, Miranda Carroll (Danielle Deadwiller). El título es Estación Once y es la triste historia de unos astronautas cuyo fatídico destino es escrito y dibujado con la pasión con la que se construye un proyecto que termina por definir a una vida entera. Kirsten se aferrará al libro como si fuera un texto casi sagrado. Lo representará incluso en una improvisada obra hecha durante su encierro con Jeevan y Frank, cuyo final tendrá tintes fatídicos para los tres personajes.

En Station Eleven la literatura funcionará, en el caso de Kirsten, como una ventana a un mundo que ya no es, al tiempo que le acompañará en su camino por lo que ha quedado del planeta como un recordatorio de que la esperanza es una palabra que nunca quedará en el desuso. Otros personajes también acudirán al libro en algún momento, algunos lo harán con aproximaciones diferentes, pero su constante presencia es una alegoría de la atemporalidad que tiene la ficción y el impacto que posee, incluso en sus vertientes orales, en los relatos que pasan de una boca a otra para irse estructurando en una historia, en una forma de recordatorio de la capacidad creativa que nos ha permitido construir y reconstruir a la civilización, a la especie entera.

El teatro será el otro elemento al que Kirsten acudirá para salvarse a sí misma. Es un instrumento de salvación que comparte con los otros miembros de la Sinfonía Viajera. Las obras de Shakespeare son retomadas por el grupo para irlas representando en las pequeñas comunidades que se han formado en la región. Viajan llevando alegría, esperanza y, lo más importante, humanidad. Los poblados los esperan anualmente y su temporada se convierte en un auténtico acontecimiento. La producción utiliza elementos propios del lugar que visita para hacer de las obras algo aún más personal, algo que habla directamente a las personas que las miran.

La Sinfonía ha logrado desarrollar un alto nivel interpretativo que los llevará al llamado “Museo de la Civilización”, un aeropuerto en el que los viajeros que en su momento se quedaron varados en el mismo se ha transformado en una comunidad liderada por un viejo actor de teatro llamado Clark Thompson (David Wilmot) y por una famosa actriz de cine llamada Elizabeth Colton (Caitlin FitzGerald) –la segunda ex esposa de Arthur Leander y madre de su hijo– quienes han construido una aparente comunidad modelo. En lo que fue la torre de control de la terminal aérea, se erige el museo en el cual se guardan artefactos que en su momento fueron importantes para los humanos: tabletas, teléfonos celulares, almanaques deportivos, libros y otros objetos que recuerdan lo que era el mundo antes del año cero. El encuentro de la Sinfonía con los habitantes del Museo será un parteaguas para todos y a partir del mismo se revelará una serie de situaciones que alterarán el devenir de la Sinfonía, del Museo y de los protagonistas de la historia.

La serie irá de un tiempo a otro con agudeza a partir de un guion escrito para que ninguna pieza quede suelta, para que todos los personajes cumplan a la perfección con su arco de transformación y para que el espectador se adentre en una historia que narra un proceso civilizatorio a partir de la inesperada extinción de la civilización anterior, mientras se exploran las consecuencias que ese abrupto final tiene entre quienes lo vivieron y, aunque no es del todo explícita en ello, entre quienes son producto del nuevo mundo.

Con gran sensibilidad, con mucha paciencia, Patrick Sommerville –creador y realizador del programa– va a contrastar lo que sucedió en los días anteriores a la catástrofe, lo que pasó cuando ésta tomó por sorpresa al mundo entero y lo que sucedió una vez que los sobrevivientes salieron de su confinamiento o construyeron, a partir del mismo, un nuevo hogar.  Viajará en el tiempo, usará el flashback (a veces con cortes que duran tan solo un par de segundos), para ampliar el contexto de su obra y para que el televidente vaya descubriendo poco a poco lo que sucedió con los protagonistas de la misma, antes, durante y después de la pandemia.

Sus escenarios también cambian con el tiempo y el diseño de producción es extremadamente cuidadoso en contar como se van transformando los espacios conforme los sobrevivientes los van adaptando según sus nuevas circunstancias y cómo la naturaleza también se ha apropiado de lo que alguna vez fueron grandes ciudades, cómo el ser humano pasa de ser la especie dominante a una más de las que se integran al paisaje.

Station Eleven termina por ser la historia de un grupo de seres humanos que intentan recuperar lo que han perdido, que intentan darle un sentido a su existencia cuando no parece que existan razones para ello. Es un poderoso drama en el cual los personajes van usando las narrativas de otros –Shakespeare o el libro que da nombre a la serie– para ir construyendo la propia. Es el uso de la ficción, del arte, para darle sentido al caos o al menos para intentar hacerlo.

Es una serie llena de momentos espectaculares, teatrales, oníricos, filmados con enorme talento. Una narrativa que da rienda suelta a un lirismo muy particular que convierte a la tragedia en una oda a la esperanza y lo hace sin caer en la cursilería o en lo chabacano, ya que por el contrario, lo mejor de Station Eleven es que su proyección apocalíptica se siente tan realista, tan dolorosa y tan conmovedora, que uno termina aceptándola como si no hubiera otra salida para una humanidad que recoge sus propios restos para intentar reconstruirse a partir de ellos.

Será difícil encontrar en el 2022 una ficción televisiva tan perfecta, tan original, tan bien contada, tan hermosa como lo es Station Eleven. Entrar a ella puede resultar complicado, pero una vez que uno está dentro de ese universo difícilmente saldrá inmune del mismo. Es un homenaje al poder transformador del arte y al mismo tiempo a la capacidad de resistencia, de adaptación, de resilencia y de cambio que tiene la humanidad. Una humanidad que incluso en las condiciones y circusntancias más difíciles e inimaginables usa a la creación para soñar, para escapar, para encontrarle rumbo y sentido a la vida para alumbrarla aún en las horas más oscuras y desesperanzadoras.

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