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Cierra con brillo la Temporada 39 de la Orquesta Sinfónica de Yucatán

Dice el proverbio de José Martí: “Bueno es lo que bien acaba”, y éste es perfectamente aplicable a la temporada 39 de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, que terminó con broche de oro el último fin de semana de junio, según comenta Ariel Avilés Marín en su crónica musical. ¡Bravo...!

Dice el proverbio de José Martí: “Bueno es lo que bien acaba”, y éste es perfectamente aplicable a la XXXIX temporada de la OSY. Y también es aplicable aquello de que: El movimiento se demuestra andando. Afortunadamente, esta accidentada temporada termina felizmente; después de angustias, de incertidumbre, de no vislumbrar un futuro para nuestra orquesta, el navío llegó a buen puerto, y lo hizo de la mejor manera, con un concierto brillante y muy difícil.

Lo brillante lo puso Modesto Mussorzgky con su genial “Cuadros de una Exposición”. Lo difícil, lo puso Gabriela Ortiz con “Altar de Viento”. Y Lilí Boulanger, colgó del ambiente una delicada telaraña de cristal, con su D’un Matin du Primtemps (de una mañana de primavera) que se deshizo en el paladar como un merengue del Colón. No podemos menos que congratularnos de haber dejado atrás todas las angustias que rodearon la primera parte de esta temporada, todas ellas provocadas por la nula empatía y desconocimiento del ejecutivo del estado, por la cultura en general.

Abre programa D’un Matin du Primtemps, de Lilí Boulanger. Ya desde la composición de su título nos da noticia de su carácter impresionista, nos trae a la memoria obras como Prelude a l’Apres Midi d’un Faune, de Claudio Debussy, o La Belle Exentrique de Erick Satie. Lilí, fue bendita entre los varones del grupo impresionista, en el que predominaban los hombres. Inicia la obra con la amplia participación de las maderas, primero la flauta principal, se unen la segunda y el pícolo, y en seguida el fagot y el oboe; las cuerdas abordan sentido pasaje, se unen las maderas y va subiendo, dialogan las flautas, primero con el oboe y luego con el fagot, el pícolo canta y entra el concertino con gran delicadeza y se une el piano, la viola principal ejecuta delicado solo, los chelos abordan fuerte pasaje al que se une el tutti con fuerza y va subiendo para llevarnos a alegre final. Suena fuerte la primera ovación de la tarde.

En seguida, se desata en el escenario una verdadera odisea musical. Altar de Viento, de Gabriela Ortiz, constituyó un duro reto para concertista, director y atriles, pues es una obra llena de retos de toda clase. Gabriela no deja cabo suelto, armonías de la mayor complicación, no he leído la partitura, pero debe ser intrincada y feroz; el concertista nos tuvo que demostrar el dominio absoluto de su embocadura, pues sólo así se puede obtener las notas dificilísimas que la obra exige, sobre todo las graves, que son verdaderos suspiros del alma.

Alejandro Escuer, puso de relieve tenerlas todas consigo, tuvo que usar dos flautas de diferente tesitura, para poder abordar los complicados retos que Gabriela le pone en la partitura. Sin ser, formalmente, un concierto, Altar de Viento lo es, y, además, de cuatro movimientos: Luz Eólica, Geometría del Aire, Viento Nocturno y Tornado. Entre las percusiones, el xilófono tuvo que trabajar horas extras con sus complicados acentos.

La obra de Gabriela Ortiz, está enfocada a la música incidental, y tiene importante influencia del folclor nacional, (sus padres, Rubén y María Elena, son fundadores de Los Folkloristas) Alejandro Escuer y la orquesta, navegaron por la partitura como por un mar proceloso, y lo hicieron con el buen pulso en el timón de José Areán. Llegaron a puerto seguro remontando todos los escollos. Al llegar al fuerte y sonoro final, estalla tremenda ovación de pie del respetable, la ovación crece al destacarse la presencia de la autora, que también recibe tremenda ovación.

Después del intermedio, el programa se reanuda con la gustada y conocida obra de Modesto Mussorgzky, Cuadros de una Exposición, la cual enhebra una gran variedad de ritmos, temas, estilos y efectos. Modesto, pertenece al destacado grupo de músicos nacionalistas rusos, conocido como: Glinka y los Cinco Grandes, grupo opositor a Tchaikovski. Mussorgzky, llevó una vida atormentada por el alcoholismo y su homosexualidad; tuvo una relación cercana con un joven pintor que, después de triunfar su primera exposición, muere prematuramente, así que, Modesto escribe esta obra musical como un homenaje póstumo al joven.

La obra está compuesta por catorce partes breves, entre las cuales destaca la bellísima Promenade, que es el tema que sirve de enlace a todos los demás, que se ejecuta primero por los metales, destacando el cornetín con sordina, luego por las maderas con los cornos, y en cada caso, con una tonalidad diferente. Las partes que la integran son: Promenade, Gnomos, Promenade, El Viejo Castillo, Promenade, Las Tullerías, Bydlo, Promeade, Ballet de los Pollitos en sus cascarones, Samuel Goldenberg y Schmuyle, El Mercado de Limoges, Catacumbas: Cum mortius in lingua morta, La Cabaña con patas de gallina (la brujita Baba Yaga) y La gran Puerta de Kiev.

La gran obra tiene una riqueza incomparable que le aportan sus variados temas y motivos, pues en ella hay leyendas tradicionales, descripciones de lugares, liturgias religiosas, y una impresionante armonía prodigiosa. Mussorgzky, hizo trabajar horas extras al cornetín, a la tuba, al saxofón, al oboe, al clarinete, al fagot, a la flauta, al pícolo, al arpa, al trombón, al concertino, a las percusiones; a todos ellos, con toda justicia, les dio su lugar el director José Areán. Al llegar la última parte, la Gran Puerta de Kiev, se desparrama por la sala una verdadera avalancha sonora, que hace estallar en tremenda ovación al multicéfalo, de pie como un solo hombre, y gritando ¡BRAVO! Digno final del concierto y de la temporada.

Salimos del Palacio de la Música, deseando que la siguiente temporada transcurra sin sobresaltos para nuestra orquesta. ¡Se lo merece!

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