No pienses. El pensamiento es el enemigo de la creatividad. Simplemente dedícate a hacer cosas. Ray Bradbury
Un 22 de agosto de 1920 cayó en nuestro planeta un meteorito llamado Ray Bradbury. El escritor, originario de Illinois, EUA, tuvo una infancia aparentemente normal, pero trajo consigo un virus que sólo podría provenir del espacio exterior: una imaginación sin límites. Parte de sus experiencias formativas y aventuras de infancia le sirvieron para abrevar y reelaborar de manera literaria en la novela “El vino del estío” (1957), el cual ciertamente no es tan popular como sus obras de ciencia ficción, pero que ayuda a comprender el bagaje vivencial del cual parte como narrador.
En ella, se nos cuentan las vacaciones veraniegas de Douglas Spaulding, un puberto de 12 años que vive en la ficticia ciudad de Green Town, trasunto de Waukegan, Illinois, que sirve como marco para evocar la infancia del escritor, cuya niñez, la igual que la del protagonista, fue hasta cierto punto común y corriente. Sin embargo, tras los hechos más nimios y cotidianos, se encontraba la chispa que habría de encender el cohete que lo llevaría hacia el mundo de fantasía que tantos lectores conocemos y amamos.
Esta especie de autobiografía soterrada, abona al entendimiento de la mente capaz de gestar obras maestras fundamentales de la literatura fantástica como lo es la novela “Fahrenheit 451” (1953) y la famosa compilación de relatos “Crónicas marcianas” (1950).
A Bradbury se le suele encasillar dentro de la ciencia ficción, aunque en realidad era un escritor inclasificable al que ninguna etiqueta le hacía justicia. Era polígrafo, pues aunque se le conoce más como narrador, también fue poeta, ensayista, dramaturgo y guionista, además de cruzar las fronteras entre los géneros literarios como si fuera un niño saltando la cuerda.
Además de la fantasía y la ciencia ficción, escribió numerosos relatos negros y policíacos, de los cuales da cuenta el libro “Memoria de crímenes” (1984), entre otros textos dispersos en este tenor. Asimismo, dentro de literatura de terror cultivó una exitosa carrera, pues dos de sus novelas se han convertido en clásicos modernos del género: “La feria de las tinieblas” (1962) y “El árbol de las brujas” (1972), tan sólo por mencionar dos de sus libros más exitosos, los cuales son asequibles y reeditados constantemente (casi toda su obra se puede encontrar en español publicada por la Editorial Minotauro).
Pero si el Ray Bradbury novelista es un puntal de la literatura norteamericana, el Bradbury cuentista no tiene parangón a nivel universal. Y es que Bradbury -al igual que Asimov-, es el epítome del escritor sumamente prolífico, al grado que entre los entendidos es muy conocida su disciplina y filosofía como escribiente, primero en la máquina de escribir y, más tarde, en los ordenadores modernos, al grado de que publicó los ensayos “Zen en el arte de escribir” e incluso historias románticas en “Siempre nos quedará París” (2009).
Este pequeño homenaje no pretende abarcar la totalidad de su amplia obra, pero creo da una muestra representativa de las lecturas que, en lo personal, me parecen las más fascinantes del viejo Ray, a quien llegué no a través de los libros, sino gracias a una serie llamada “El teatro de Ray Bradbury” que solían pasar a la medianoche en televisión por cable.
A partir de su visionado, quedé inoculado por la creatividad de ese señor con el cabello canoso que siempre aparecía detrás de una máquina de escribir. Un tipo que dominó las técnicas y recursos narrativos, el lenguaje esencial para contar cualquier historia sin importar el tópico, pues el viejo tío Ray solía aconsejar a los jóvenes creadores: “Escribe una historia corta cada semana. Es totalmente imposible escribir 52 malas historias seguidas.”
Sea como sea, ¡larga vida al cohete Bradbury…!