Sobre Gironella, ese “esperpéntico surrealista novohispano”

Pintar ocurre en tiempo erótico, en tiempo maravillado. Roger von Gunten

En días pasados, el Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán (MACAY), Fernando García Ponce, tuvo a bien realizar la conferencia “Alberto Gironella: Esperpéntico Surrealista Novohispano”, en el marco del programa Punto de Encuentro celebrado mes a mes. En esta ocasión se contó con la presencia del Doctor en Historia del Arte, Esteban García Brosseau, quien es hijo del extinto pintor yucateco que da nombre al recinto cultural y sobrino del escritor Juan García Ponce.

Ante la presencia del director del museo Rafael Pérez y Pérez, del coordinador general Carlos García Ponce, entre otras personalidades, el historiador abundó en la vida y obra del artista plástico Alberto Gironella (1929-1999) a dos décadas de su fallecimiento, y explicó los motivos del nombre “estrambótico” que dio a su exposición, ya que existe un anacronismo evidente entre lo surrealista y novohispano a lo que se agrega el calificativo esperpéntico.

Rafael Pérez y Pérez, director del Macay y el Dr. Esteban García Brosseau.

Autonombrado Barón de Beltenebros (Bello Tenebroso), personaje de El Quijote de Cervantes, como firmaba Gironella sus obras, quien junto con los pintores Vlady y Héctor Xavier, fundaron en 1952 la Galería Prisse en una casa de la Zona Rosa en Ciudad de México, lugar que fungió como punto de encuentro de literatos, periodistas e intelectuales como Ramón Xirau, José de la Colina y León Felipe, entre otros, quienes se oponían al academicismo y en particular a los muralistas Orozco, Rivera y Siqueiros. El movimiento denominado de “La Ruptura” fue altamente criticado por Siqueiros, quien los consideraba pintores abstractos (una ofensa para la época), agitadores trotskistas, vendidos del imperialismo norteamericano, putas de París, entre otros adjetivos peyorativos que buscaban denostar al movimiento cuya finalidad era abrirse al mundo del arte y de las ideas universales. La casa, vituperada como “antro de ladrones y degenerados”, desapareció a menos de un año de su apertura.

Es destacable que en ese año tuvo su primera exposición el enfant terrible José Luis Cuevas, de madre yucateca al igual que Gironella, donde este último dio a conocer su primera pintura considerada madura: “La condesa de Uta” (1952), la mujer más bella del medioevo, una reinterpretación de la escultura del siglo XIII que se encuentra en la Catedral de San Pedro y San Pablo de Naumburgo, Alemania. Cabe el cuestionamiento de los motivos de Gironella para sentirse atraído a pintar a una mujer de la nobleza del siglo XI, a lo que García Brosseau respondió que sea, quizá, por los rasgos de la condesa: bellos, poderosos e inteligentes que pudieron corresponder a las mujeres del Bello Tenebroso, quien al visualizarla de la piedra a la tela pudo imaginarla posando para él. A partir de esta obra se pueden ver las tendencias del maridaje de ideas, pulsiones contradictorias entre sensualidad y religión, el rescate y exploración parafrástica de obras maestras de la historia del arte que permearon su pintura.

García Brosseau puntualizó por qué considera el conjunto de la obra de Gironella como esperpéntica. Para ello, recordó la Teoría del Esperpento, género literario de principios del siglo XX atribuido al dramaturgo y novelista modernista español Ramón del Valle-Inclán, admirado por Gironella, cuyo objetivo fue deformar la realidad de manera caricaturizada y grotesca con el fin de satirizar, criticar o burlar mediante una imagen absurda reflejada en un espejo cóncavo.

Los temas religiosos fueron una de las obsesiones de Gironella, ya que entre sus anécdotas se cuenta que su nana, originaria de Teotihuacán, en vez de llevarlo a la zona arqueológica lo hacía acompañarla a la iglesia cercana a su casa, quedando grabados en su memoria los retablos dorados de donde se le ocurrió construir un altar con latas, papel estaño de las barras de chocolate y un Buda, para luego guardarlo en un ropero. Esta tendencia más tarde  quedó manifiesta cuando realizó, en homenaje a Luis Buñuel, la escenografía de “La ópera del orden” (1963) de Alejandro Jodorowsky, en la cual incluyó imágenes provocadoras que ocasionaron inmediatamente la censura de la puesta en escena y que su progenitor lo desheredara.

Gironella, cuyo padre era un abarrotero de ultramarinos catalán, estuvo influenciado por el orden de la sociedad española, otra de sus obsesiones y aversiones. Rufino Tamayo justificó la temática de sus obras al considerarlo universal y nutrirse de las fuentes hispanas, no de las indígenas, que conforman la otra mitad del mexicano, hecho evidente por el idioma español y la religión católica.

La personalidad y el quehacer del artista, que iban desde lo escatológico hasta lo delirante, se fundaron en cuatro coincidencias a las que hacía alusión por el año de su nacimiento en 1929: la caída de la bolsa en Nueva York, el invento de la Coca Cola, la publicación del Segundo Manifiesto Surrealista de André Breton y el año en que Luis Buñuel y Salvador Dalí concibieron la película “El perro andaluz”. Por los últimos dos puntos se le asoció al movimiento surrealista, ambigüedad que resolvía repitiendo que el venía de más lejos, del Barroco y el Siglo de Oro español.

Octavio Paz no dudó al referirse a la obra de Gironella, que más bien parecía de un escritor que de un pintor; esto por lo visual y narrativo de sus cajas-collage con objetos tridimensionales como los poemas objeto de los surrealistas. Cajas que elaboraba con cosas cotidianas como corcholatas que a veces figuraban balas sobre el cuerpo de Emiliano Zapata, y otras alusiones irónicas a las joyas de la realeza española. No había desperdicio, cualquier cosa podía terminar en una de sus obras: botellas, etiquetas, latas, fotografías, barajas y figuras religiosas, que de manera lúdica y plástica lograban una composición rítmica y armónica. Era un poeta de imágenes y no de palabras, como bien dijo Octavio Paz: “Concibe el cuadro no solo ni exclusivamente como una composición plástica, sino como una metáfora de sus obsesiones, sueños, cóleras, miedos y deseos”. Así lo plasmó el Premio Nobel en el ensayo “Los sueños pintados de Alberto Gironella”.

“Diego Velázquez, artista fotógrafo” (Gironella, 1968)

Otra obsesión del pintor fue Mariana de Austria, consorte del rey de España Felipe IV y madre de Carlos II “El hechizado”, mote granjeado por la precariedad de su salud como consecuencia de matrimonios consanguíneos comunes en la época. Gironella, en franca rebeldía estética, parafraseó y reinterpretó a lo largo de varias décadas el retrato de Mariana pintado por Diego Velázquez en 1652. Versiones desfiguradas y transfiguradas de la reina con rostro de perro, atacada por un perro e, incluso, sometida a la tortura china hasta despedazarla, fueron algunas de las perversiones de la pintura.

La reina nunca recuperó su apariencia humana en manos del artista. A manera de ejercicio estilístico formal intervino la pureza de “Las meninas”, pasando del realismo a lo etéreo del sueño. En el cuadro, Mariana posa para el bufón Francisco Lezcano, observando nuevamente los tópicos dilectos de la trasfiguración y la mutilación, lo que repitió en el retrato de Velázquez. De ahí lo esperpéntico de su obra. Sus cuadros estaban hechos de cuadros pintados por otros pintores, como aseveraba.

Amigo entrañable de André Breton, Salvador Dalí y Salvador Elizondo, admirador de Francisco de Goya y Emiliano Zapata, influenciado por Gustave Flaubert,  Gironella pintó en su personal universo abigarrado lo que quiso y cuando quiso, sin rutina ni estilo, característicos de La Ruptura. Lo burdo de sus primeras pinturas puede atribuirse a un recurso pictórico voluntario y no a la falta de talento. Ahí radica el duende al que se refería Federico García Lorca.

Después de aproximarnos a la obra de Gironella, no podemos quedar indiferentes al discurso de su pincel: atrevimiento, irreverencia, creatividad, ingenio y libertad de uno de los más provocadores artistas plásticos mexicanos del siglo XX, digno representante de “La Ruptura”, quien lo mismo causó admiración como enojo de no pocos por el desparpajo de su “loco intento de pintar el tiempo”, abriendo un caleidoscopio de posibilidades en el infinito horizonte del arte.

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