Crónica de los últimos días del reinado de Game of Thrones

Advertencia: Este artículo contiene spoilers…

VIERNES        

Es viernes y la primera actividad que tuve en el día ha sido el dar una entrevista matutina para la radio, el tema: Game of Thrones. Durante 15 minutos he discutido en el teléfono sobre lo que significa para la televisión y para los espectadores el final de la serie, al colgar he reafirmado que Westeros y sus habitantes serán protagonistas de las próximos días no solamente en mi vida sino en la de millones de personas alrededor del mundo. Se vienen horas de mucha espera, de mucha ansiedad televisiva. Mientras desayuno miro el teléfono y en la pantalla me encuentro con varios artículos que hablan sobre los Siete Reinos, sus habitantes y los posibles finales que tendrán varios de ellos. Surgen nuevas teorías a partir de lo que se ha presentado en la octava temporada, surgen molestias y rencores en contra de los escritores porque aparentemente el final que han dibujado no corresponde a las expectativas que muchos se crearon mientras siguieron la serie.

Un ejemplo de lo anterior se presenta al momento de entrar a Twitter y leer la cuenta de una chica que dedica el 95% de sus tweets a denostar al programa. Los leo y admito que tiene puntos interesantes, pero también otros por los que corre una importante cantidad de bilis. Asumo que la decepción es tan grande como la satisfacción que tantos otros hemos sentido por lo que se ha visto en la temporada final. Así son las obras que trascienden: generan siempre reacciones -positivas o negativas- que todos asumimos como importantes porque hablan de algo que realmente hemos hecho nuestro.

He pasado toda la tarde inmerso en las actividades cotidianas, contando como todos los días noticias que provienen del mundo real. Vuelvo a Game of Thrones por un momento cuando me encuentro con un artículo publicado en la Revista Anfibia titulado “Se viene el invierno” y escrito por Eugenia Mitichelstein. Se trata de un estupendo texto que resume lo que muchos sentimos ante el final de la serie y que concluye con una línea que me parece contundente: “Este domingo vamos a necesitar toda la ayuda posible. El último episodio de una serie que nos ha acompañado durante años”.  La frase resuena en mi cabeza: “toda la ayuda posible”.

}No sé ustedes, queridos lectores, pero un servidor sí ha sentido la necesidad de auxilio luego de lo visto en muchos de los capítulos de Game of Thrones; mi corazón, mi estómago, mi cerebro, han sido tocados en algún momento por lo presentado por los creadores del programa. Reparo entonces en que tal vez esa ayuda sí sea necesaria después de la noche de un domingo que representará el último viaje a Westeros, ese en el que veremos quien se queda con el trono que ha generado tantas rencillas, tantas emociones, tantas horas frente a una pantalla. Lo siento, es viernes y la nostalgia ya se apoderó de mi y tengo la sensación de que vendrá acompañada de un largo invierno televisivo.

 

SÁBADO

La madrugada me sorprende escribiendo. Ayer por la noche repetí el ritual que he seguido durante los últimos 5 viernes: he visto nuevamente el capítulo de Game of Thrones que se transmitió el pasado domingo. No es cualquier episodio, se trata del más polémico de toda la historia del programa, ese que esperamos con ansia porque nos traería la batalla a las afueras de King’s Landing, el encontronazo entre Cersei Lannister y Daenerys Targaryen y –si teníamos suerte–, el esperado Clegane Bowl. Todo sucedió y todo ardió. El fuego consumió a King’s Landing en algo que solamente puede describirse como un genocidio, un crimen de guerra que seguramente traerá muchas consecuencias para el epílogo de la serie. He vibrado de nueva cuenta con The Bells, que junto a esa belleza que fue A Knight of The Seven Kingdoms, me han parecido los dos mejores episodios que Game of Thrones nos ha regalado en años. Y lo fueron porque nos recordaron en gran medida de qué va el programa. Les comparto a continuación algunas reflexiones sobre las dos entregas.

En A Knight of The Seven Kingdoms todo giró en torno las relaciones entre los personajes, esas complicidades, esos odios, esos perdones entre unos y otros. Fue un capítulo de conversaciones que evidentemente sonaban a despedidas antes de la gran batalla en contra de las huestes del Rey de la Noche. Encuentros filmados en la intimidad de Winterfell, bajo la luz de las velas y unas cuantas copas de ese vino que Tormund no soporta. Lleno de momentos emotivos producidos por esas largas y bien escritas secuencias en las que los diálogos son preponderantes, el episodio volvió en ese sentido a los orígenes de la serie, pero con un dejo de mayor nostalgia. Pero no solo eso, la revelación de Jon a Daenerys también trajo otra de las sensaciones que son características de Game of Thrones: la de que todo lo que el poder toca lo corrompe, incluso a aquellos que en su momento pudieron vestirse con la capa de los héroes, pero que ceden ante ese deseo por ser el animal más alto de la cadena alimenticia cuyo principal ingrediente es precisamente la acumulación de poder.

Y entonces llegamos a The Bells

Game of Thrones es una oscura alegoría del poder político. Quienes aspiran a sentarse en el Trono de Hierro lo hacen escudados por el miedo que generan entre aquellos que están por debajo de ellos. Y ese miedo es su motor. Por ello alguien como Ned Stark nunca pudo aspirar a ser el monarca de los Siete Reinos pues sus intenciones estaban marcadas por el honor, la lealtad –incluso a alguien de moral tan cuestionable como Robert Baratheon– y un genuino interés por el otro, mismas motivaciones de alguien que creció bajo su ejemplo como lo es Jon Snow. Tanto Ned como Jon utilizaron su posición de poder para la protección de otros, para tratar de crear un mundo un tanto más justo y armonioso y ello en el universo de la serie es algo que se confronta directamente con la visión predominante: la del egocentrismo, la corrupción, la traición, la locura y la dominación a costa de todo y de todos. El arco de transformación de Jon quizá lo lleve a enfrentarse con Daenerys por la simple razón de que ahora ella representa la antítesis de su propia educación y de los valores que le inculcaron en Winterfell. O quizá otra persona educada bajo los mismos estándares sea la que termine por enfrentarse a la Madre de los Dragones.

Estos pensamientos son los que me ocupan a las 2 y media de la mañana de un sábado y mientras escribo lo anterior ya tengo la conciencia de que lo que tendría que seguir es una forzosa reflexión sobre Daenerys. No voy a prolongarme mucho pues creo que ya se ha dicho en muchas páginas lo que tenía que decirse. Pero más allá de que a lo largo de todas las temporadas escritores y realizadores nos fueron dejando evidencia de lo que sucedería con ella en The Bells, creo que muchos esperábamos un giro de su propia historia, que se transformara en todo aquello que no estaba destinada a ser y por ello cuando las campanas de King’s Landing sonaron seguramente más de uno contuvo el aliento con la esperanza de que se mantuviera incorruptible.

No ha sido así y se ha convertido en una criminal de guerra, en una genocida y en alguien que sigue perfectamente los parámetros marcados a lo largo de toda la serie en relación a la visión pesimista que presenta del ejercicio del poder, una visión que –tal y como sucede en la vida real– no distingue género alguno. Mujeres y hombres son seducidos y corrompidos de igual forma. Danaerys siempre fue tan vengativa como cualquiera de los otros personajes que lucharon por dominar a los Siete Reinos y si bien tuvo momentos en los que parecía realizar intervenciones humanitarias –la abolición de la esclavitud en La Bahía de los Esclavos, por ejemplo– éstas estaban siempre marcadas por un interés ulterior y cargado por una visión unipersonal, egocéntrica y con visos de tiranía. ¿Cambiará, tendrá la oportunidad de redimirse en el último episodio? Lo dudo.

Se encuentra sola, acorralada, sus más leales seguidores han muerto y los pocos que le quedan están horrorizados por sus acciones, pero está protegida por un poder militar que no tiene comparación alguna en todo Westeros. Su destino parece estar sellado por dos opciones: su triunfo político y su derrota personal o la muerte como única esperanza de redención. Faltan unas cuantas horas para que tal interrogante encuentre una respuesta. Creo que es momento de parar y seguir con la espera, con el último viaje a lo que queda de King’s Landing y a la esperanza que parece provenir de un norte victorioso y heroico.

 

DOMINGOT

La vida en domingo suele pasar más rápido de lo que muchos deseamos. Es el último día previo a la rutina, al quehacer cotidiano que reclama a veces más tiempo del que tenemos. En 2011 en un domingo como éste, en uno más que pasamos con la familia o los amigos, en el que comimos algo que probablemente hemos olvidado, un domingo como cualquier otro en HBO comenzó el viaje por una tierra ficticia. Inició con dos personas en un bosque que caen víctimas de una especie de espectro. Comenzó con muchos que de los que hoy se declaran auténticos fanáticos ignorando por completo al objeto de su actual fanatismo. Los que estuvimos ahí en ese domingo también ignorábamos qué iba a ser de nuestras vidas, cuántas gentes iban a pasar por ellas, con cuántas nos sentaríamos a ver uno o dos episodios y cuántas hoy permanecen junto a nosotros.

Está claro que si nos ponemos a pensar en ello quizá podríamos contar nuestra vida en función de las temporadas que vemos de series de televisión. Tal vez por eso se han convertido en algo tan trascendente: porque paralela a su historia también se desarrolla la nuestra. Pero el domingo esperado ha llegado. 19 de mayo de 2019. La jornada está por terminar. Faltan unas horas para que el drama tenga su desenlace. No sé si a ustedes les pasó lo mismo, pero yo sí he sentido que era el último domingo con Game of Thrones y, entonces, entendí aún más aquello de “toda la ayuda posible”.

 

DOMINGO POR LA NOCHE – LUNES POR LA MADRUGADA

Es el mismo bosque en donde todo comenzó, ese bosque en el que el terror se presentó durante la primera secuencia de la serie. A ese bosque ahora regresa Jon Snow al frente de una columna de sus antiguos enemigos: los salvajes. Junto a él caminan Tormund, su amigo, su compañero de armas y Fantasma, el lobo huargo que le esperó hasta lo último para volverse a poner a su lado. Junto a ellos van mujeres y niños. Caminan tranquilamente porque a diferencia de lo que sucedió la primera vez que vimos ese bosque, ahora las cosas han cambiado: ya no existe el miedo. El miedo se disipó con la muerte de los Caminantes Blancos, con la muerte de El Rey de la Noche, con la de Cersei Lannister y con la de Daenerys Targaryen. El miedo se terminó cuando la amenaza de un régimen militarista fue destruida. El miedo no existe más porque ya no hay un trono de hierro símbolo del terror que se ejerce a través del poder.

El Trono de Hierro fue el título que Benoiff y Weiss –los responsables de toda esta locura– eligieron para nombrar al capítulo con el que Game of Thrones se iba a despedir de nuestra televisión y de nuestras vidas. Un título elegido a la perfección. Porque los guionistas y creadores de la serie conocían el valor que había adquirido el enorme sillón de acero. El domingo por la noche todos los que sintonizamos el programa ansiábamos conocer quién sería el o la que finalmente se sentaría sobre el símbolo más importante de toda la serie para imponer su voluntad sobre los Siete Reinos que conforman Westeros. Pero si algo hemos aprendido a lo largo de 73 episodios es que las cosas no son siempre como uno las espera y que los símbolos están ahí también para ser destruidos y cambiados por otros que les brinden un nuevo significado a las cosas.

Ese cambio se dio a partir de una serie de circunstancias que se desarrollaron a lo largo de la temporada. Se fue haciendo cada vez más evidente que el poder militar iba a continuar con la instalación de otro régimen tiránico, de otro reino del terror. Mirar a Daenerys Targaryen al frente de su ejército y arengarlo para continuar con la guerra después de los crímenes contra la población civil y los prisioneros de King’s Landing, dejaba en claro que la lucha entre dos visiones solamente iba a resolverse con un acto individual en el que la esperanza derrotara al terror, en la que los virtuosos tengan que asesinar para seguir siendo virtuosos. ¿Paradójico? Sin duda, pero ese es el camino por el que transitaron todos aquellos que intentaron darle un giro a la codicia y a la ambición que eran los detonantes de quienes se sentaron o aspiraron a sentarse en el trono.

Eso es precisamente lo que Tyrion le recuerda a Jon Snow cuando éste le visita en el calabozo unas horas antes de su ejecución. Vemos entonces una circunstancia que nos resulta conocida: Tyrion en un calabozo esperando su ejecución. Pero a diferencia de cuando Bronn le rescata de morir en el Nido de Águilas, o de cuando se encuentra prisionero a la espera del combate entre La Montaña y Oberyn Martell que decidirá su permanencia en el mundo, ahora el último de los Lannister sabe que que hay causas más importantes que su propia vida. Y lo que vemos es una escena adornada con esos diálogos de campeonato que fueron un sello de Game of Thrones: “El amor es la muerte del deber” receta Jon Snow ante un Tyrion sorprendido por la elocuencia del auténtico heredero al trono. “¿Se te acaba de ocurrir?”, responde el enano entre intrigado y maravillado. Jon, siempre honesto, confiesa que la frase se la dijo el Maestro Aemon. Tyrion ve una puerta abierta, aprovecha y revira: “A veces el deber, es la muerte del amor”. Apela a toda la educación de Jon, a todas sus virtudes, para que cumpla con honor el único acto de amor que puede terminar con la masacre, con la madre de todas las masacres.

Y Jon lo hace. Termina con ella.

Lo hace no sin antes reconocer su lealtad porque así es Jon Snow: un tipo leal, un hombre lleno de dudas y que quizá no sabía muchas cosas, pero siempre dispuesto al sacrificio con tal de garantizar un mejor futuro para un reino que a pesar de ello le va desterrar nuevamente y al que decide dejar desobedeciendo, si mal no recuerdo por primera y única vez, una regla: la de regresar para siempre al resguardo del Castillo Negro. Tiene que alejarse porque el deber mató al amor y porque ha recobrado su condición de bastardo cuando Daenerys le confirma frente a ese trono que tanto anheló, su visión de imponer un nuevo mundo destruyendo por completo al anterior.

Cegada completamente por la victoria, la Madre de los Dragones reafirma que está hecha de fuego y sangre, que lo que ha pasado en King’s Landing se va a repetir hasta que sea necesario. “El mundo que necesitamos no se construirá con hombres leales al mundo que tenemos”, afirma una Daenerys completamente entregada a una causa y sin mostrar remordimiento alguno por las muertes que ha provocado. El fin que siempre justifica a los medios tiene un solo nombre, un solo camino: el del absolutismo representado por ella, nadie más que ella puede elegir el destino del mundo y de quienes en él habitan. “Siempre serás mi reina, ahora y siempre” son las últimas palabras de Jon antes de terminar con la última mujer Targaryen.

Lo que sigue tiene una gran carga simbólica. Drogon intuye que algo le ha pasado a su madre e irrumpe en las ruinas de la sala del trono. Ahí olfatea el cadáver de Daenerys y mira amenazante al asesino. Entonces aspira y descarga su ira, pero no lo hace contra Jon Snow sino lo que hace es derretir el Trono de Hierro. Con el se consume el régimen de terror, con el se acaba el mundo que Daenerys decía terminar pero que iba a perpetuar, con el también se acaban los linajes y la guerra entre los mismos por lo que Jon Snow vuelve a ser el bastardo que siempre fue para un mundo que una vez más le dará la espalda. El dragón toma el cuerpo inerte de Khaleesi y sale volando para perderse en el horizonte y llevándose al miedo entre las garras.

Curioso: el trono de hierro se va a convertir en uno de madera sobre el que se va a sentar quien menos esperábamos que fuera rey. Se llama Bran el Roto y es Tyrion quien lo ha nombrado. ¿Quién más sino Tyrion tendría la inteligencia para entender quién tenía que ser el nuevo gobernante de Westeros, quién podría cambiar al ficticio mundo y unir a los poderosos señores de los Siete Reinos bajo una nueva forma de entender el poder? Solamente alguien cuyo periplo no haya estado marcado por el ansia de sentarse en lo que fue el Trono de Hierro, alguien que fue condenado por las circunstancias y la ambición que fueron características del antiguo régimen puede aspirar a cambiar el nuevo. Habiendo Jon renunciado a ello la única opción es Bran Stark.

¿Cambia con Bran la visión oscura y negativa del ejercicio del poder que marcó siempre a la serie? Sí, aunque nunca sabremos cómo. Ahí es donde tendremos que hacer uso de nuestra imaginación y de las múltiples conjeturas que ella trae consigo. Es decir, seguiremos por años discutiendo el tema tal y como lo hicimos con cada final de temporada de Game of Thrones. Lo que sí sabemos es que el arco de Tyrion tuvo una gran conclusión: es de nuevo la Mano del Rey y ahora tiene un consejo conformado por amigos. Su última escena es fascinante: discute con los consejeros –Bronn entre ellos como Maestro de la Moneda– asuntos propios del gobierno: barcos que reconstruir, fondos que recaudar.

Es Tyrion cumpliendo con su destino: ser la inteligencia, la mano que teje los hilos del poder. Es aún más evidente que ha llegado al final de su camino cuando la última línea del maravilloso enano es: “una vez llevé un burro y un panal a un burdel”. Ahí está el último Lannister a punto de contar una de sus grandiosas anécdotas, la cámara va haciendo un zoom out mientras dejamos para siempre a un grupo entrañable de personajes a los que realmente vamos a extrañar como extrañaremos a Ned Stark, a Sandor Clegane, a Theon Greyjoy, a Lianna Mormont, a Sir Jorah Mormont a tantos otros hombres y mujeres de ficción que durante ocho años nos hicieron esperar el invierno justo en medio de la primavera.

 

LUNES 3:00 AM.

Sigo escribiendo y me doy cuenta que no he hablado de las hermanas Stark. Supongo que no lo he hecho porque ambas han tenido el final que se merecían: Sansa es la reina de un Norte independiente y Arya, una vez que Sandor Clegane la liberó de la loza de la venganza, se ha embarcado hacia tierras lejanas que no aparecen en la cartografía de Westeros y quién sabe, tal vez leeremos sobre sus aventuras en alguna novela o incluso las veremos en eso que el lenguaje de las series llama “spin-off”.

Volvamos a la realidad: entro a las redes sociales y miro reacciones. Muchos decepcionados, otros aplaudiendo a la conclusión. Supongo que en esto de los finales nunca nadie estará de acuerdo. Es cierto que la última temporada de Juego de Tronos tuvo errores de guion bastante notorios, quizá producidos por la prisa de reducir la narración a tan solo seis episodios (por ejemplo: el terrible manejo de la elipsis entre la muerte de Daenerys y la elección del nuevo Rey no nos permite ver el proceso de reconstrucción de King´s Landing, lo que hace que de un golpe la ciudad aparezca prácticamente como si un dragón nunca le hubiera pasado encima), pero creo que a pesar de los mismos la resolución de la serie es una consecuencia lógica de lo que se había venido planteando desde un principio. Que la lógica no siempre gusta, pero bueno ese ya es otro cantar. Lo cierto es que es hemos sido afortunados de poder ver el desenlace de una producción magnífica y, en lo personal, en mi papel de devoto de la ficción audiovisual, no puedo estar más que agradecido por el viaje.

En unas horas más seguramente estaré discutiendo con mis compañeros de trabajo sobre el final de la serie, una escena que se repetirá en cientos de miles de oficinas alrededor del mundo, en salones de clase, en gimnasios o en otros tantos lugares públicos. Porque a pesar de que el último capítulo nos haya gustado o no, de que –como a mí- nos haya conmovido o que nos haya producido repulsión, si uno fue televidente de Game of Thrones no se puede permanecer inmune ante lo que hemos visto, simplemente porque el trayecto ha sido alucinante.

 

Lunes. 3:35 am.

No sé si ya se dieron cuenta, pero se ha acabado el último fin de semana con Game of Thrones. No habrá más inviernos que se presenten en la primavera, no habrá más discusiones sobre quién debe gobernar a los siete reinos, no habrá más vuelos en dragones, ni nos volveremos a preguntar si Jon Snow alguna vez se enterará de algo. Tampoco odiaremos más a Cersei y miraremos cómo un Lannister siempre paga sus deudas. Es el final de una era y como siempre sucede, toda conclusión trae consigo la sensación de que hemos perdido algo que nunca vamos a recuperar.

Cuando Lost terminó un 23 de mayo de 2010, muchos de quienes seguimos la historia de los sobrevivientes del vuelo 815 de Oceanic recorrimos con ansiedad la parrilla televisiva de aquel entonces en la búsqueda de alguna serie que sustituyera a la que había concluido. Nueve años después aún seguimos buscando. Ya que, aunque hay algún producto de ficción televisiva que se le ha intentado parecer, ese sustituto nunca ha llegado. Asumo que ahora a partir de estos primeros minutos del 20 de mayo de 2019, nos declararemos huérfanos de Game of Thrones e iremos con ansia en la búsqueda de algo que se le parezca, que nos haga volver a elucubrar teorías en torno a lo que puede suceder en pantalla. Les cuento algo: el asunto no es sencillo y seguramente nos frustraremos en esa búsqueda. Se ha ido un grande y esos dejan gigantescos vacíos que nunca pueden llenarse.

Valar Morghulis, Valar dohaeris

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