El disco de la infidelidad

CRÓNICAS MELÓMANAS XX.

Nunca imaginaste que a Conchita le gustaras tanto, al grado de que uno de aquellos días en que todos trabajábamos en la automotriz, te obsequiara un disco. Su regalo te provocó un impacto extraordinario. Ni siquiera tu esposa te hubiera dado tremendo obsequio. Y claro, yo me quedé como simple espectador, sólo me quedé mirando su acuerdo secreto.

Era el disco 360 Degrees, de Billy Paul, que incluía la canción más escuchada en aquella época: Me and Mrs. Jones. Y ambos disfrutaron su entusiasmo por ese regalo inesperado. En primer lugar, porque tú no imaginaste que un día Conchita te enviara el mensaje de infidelidad contenido en esa canción. Y en segundo lugar, porque ella esperaba de ti la reacción que anhelaba: la aceptaras con toda tu infidelidad.

Ese mismo día, tú me lo confesaste después, se fueron directamente a la casa de Conchita a disfrutar el disco y deleitarse uno al otro. Y yo, triste y compungido, imaginé lo peor. Así que no tuve más remedio que irme a mi casa solo, como hasta entonces hacía. Lo que tú no sabías es que también a mí me gustaba Conchita y que, cuando estaba a punto de pedirle que fuera mi mujer, porque yo era soltero, tú te me adelantaste y le pediste que fuera tu amante. Y al parecer, ella aceptó tu propuesta, y el disco que te regaló fue el sí que tú esperabas, aunque yo no.

Esa ocasión, cuando tú regresaste a tu casa, con tu esposa y tus hijos, tuviste que llevar el disco regalado. No podías dejárselo a Conchita; si te lo había regalado para que te lo llevaras. Y no tuviste otra opción. Así que entraste a tu casa con el disco bajo el brazo. Enseguida lo pusiste entre los demás discos que tenía la familia, y asunto concluido. Y como nadie hurgaba en el disquero, te quedaste muy tranquilo. Pero, una vez que tu esposa se puso a limpiar por todos los rincones de su casa, ella quedó extrañada de ver aquel disco que nunca antes había visto. Lo miró por todos lados y, al sacar el álbum para ponerlo y escucharlo, cayó la tarjeta que Conchita te había dado cuando te obsequió el disco. Entonces ella leyó: “Para el amor de mi vida. De Conchita”, y se quedó estupefacta.

Cuando llegaste a tu casa esa vez, luego de salir de la automotriz, tu esposa te sorprendió con preguntas que te hicieron sudar frío: “¿Y este disco? ¿De dónde lo sacaste, quién te lo dio, por qué lo trajiste a la casa? Ah, ¿y quién es esa Conchita?” Y con esa frialdad que te dejó el sudor inicial, le contestaste que el disco era mío, que me lo había regalado una enamorada y que yo había querido que lo escucharas. Y enseguida lo pusiste porque, según le dijiste a tu esposa, habías olvidado oírlo, y mucho más devolvérmelo.

Al día siguiente de aquel lío, muy temprano en la automotriz, te acercaste a mí y, sin que te alcanzara a escuchar Conchita, me pediste que te ayudara a salir de aquel embrollo. Me dijiste que te visitara esa noche para reclamarte mi disco, el cual me lo darías enseguida. Y así, tal como me instruiste, lo hice exacto. Tú saldrías del problema de infidelidad y yo me quedaría con el disco de Conchita.

En la mañana del día acordado, no te enteraste que yo llegué mucho más temprano al trabajo, para encontrar a solas a Conchita y decirle que tú me habías dado el disco que ella te había regalado. Yo esperaba que ella, en un arranque de ira, te dejara y así yo podría proponerle matrimonio. Pero no me atreví; a ella la seguía queriendo bien y a ti te seguía siendo fiel y no te traicionaría para quedarme con tu amante. Así que escondí muy bien el disco y, al término de la jornada laboral, fui a mi casa para escucharlo y suponer que Conchita me lo había hecho llegar a través tuyo, como si a mí me hubiera dado el sí, un sí tan sólo imaginario.

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