Carlos Denegri, el rey Midas del Cuarto Poder

“El mejor y el más vil de los reporteros”. Julio Scherer

La reciente obtención del “Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores”, me motivó a leer la novela de Enrique Serna, “El vendedor de silencio” (Alfaguara, 2019), la cual me fue obsequiada hace algunos meses por el escritor yucateco Edgardo Arredondo, quien no pudo reprimir el entusiasmo ante su lectura. Luego entonces, con mis sanas reservas hacia todo lo que sea literatura mexicana y contemporánea, me dispuse a sumergirme en el libro del momento.

La novela retrata de pies a cabeza a Carlos Denegri, ese insigne personaje de la vida real, quien fuera reportero y columnista del periódico Excélsior en el periodo comprendido entre 1940-1970, tiempo durante el cual Denegri fue considerado “uno de los diez periodistas más influyentes del mundo” (Associated Press). Pero el libro no es sólo un perfil literario de su protagonista, sino un fresco de la sociedad y la política mexicana de mediados del siglo XX.

A través de sus casi 500 páginas, somos testigos del encumbramiento de este oscuro príncipe del periodismo, desde sus inicios durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho, pasando por Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y culminando con el infame Gustavo Díaz Ordaz -y su patiño, Luis Echeverría-. Los entretelones de la “polaca” son develados por la certera pluma de Serna, quien pergeña un libro “de época”, cuya amplia documentación es novelada al más puro estilo de la no ficción -aunque sabemos que toda novela es ficticia-.

La solvencia narrativa es notoria, pues no busca un lenguaje de altos vuelos; en cambio, su autor opta por largas y detalladas descripciones, a la par de una estructura que permite las digresiones temporales, de tal manera que la propia memoria de Denegri nos lleva a salto de mata de ida y vuelta hacia su pasado y su presente -a fines de los sesenta-. Este recurso da resultado, pues aunque las primeras 100 páginas me parecieron un tanto anodinas -mas no exentas de interés-, cuando empieza a evocar a su padre, Ramón P. Denegri, embajador y destacado funcionario de relaciones exteriores, es el momento en el que uno como lector queda subyugado y comienza a comprender la psicología del personaje, los hechos que habrían de prefigurar su formación y su proceder en lo sucesivo.

Aunque no está ambientada en la revolución, este movimiento armado se proyecta como una sombra -una que abarcaría casi todo el siglo pasado en nuestro país-, ya que los personajes son herederos de ese fallido ideal revolucionario, el cual en apariencia triunfó y nos llevó a meter el pie en la modernidad, aunque a la postre resultara pura llamarada de petate. Ese afán nacionalista de pretendida democracia que, paradójicamente, siempre estuvo maniatada por los métodos fascistas dictados desde el gobierno priísta -del cual aún no nos libramos del todo-.

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No pedía mucho, carajo, sólo que lo dejaran prostituirse a su modo. Enrique Serna

Pese a lo anterior, leí “El vendedor de silencio” a contracorriente y con algunas reservas, sobre todo por la dudosa calidad del sello editorial que publicó el libro. Me explico: las casi 500 páginas de esta novela, que viene avalada por el premio Xavier Villaurrutia de este año, es un culebrón que tiene sus altibajos: algo de paja le sobra y no pocos gazapos ortotipográficos perturban su lectura -parece que en Alfaguara, Lectorum y algunas editoriales mexicanas destinadas al consumo del “lector casual de Sanborns”, no saben lo que es el cuidado de edición-.

Serna hace un gran trabajo de investigación y reconstrucción histórica, así como un portentoso ejercicio de imaginación para enfundarse en la piel de Carlos Denegri, “el mejor y el más vil de los reporteros”. No sé si era su intención, pero por momentos sentí que estaba leyendo la revista Hola o TVNotas; tal vez el espíritu del protagonista lo poseyó al pergeñar frases dignas de “El libro semanal”.

No obstante, en otros momentos su prosa es efectiva para entregarnos una narrativa vertiginosa que profundiza a nivel psicológico en el conflicto ético del protagonista: “Si los escrúpulos paralizaban a los hombres de mérito, pensó, era mejor ignorarlos o amordazarlos. Nunca volvió a creer en la pureza humana, y sin embargo guardaba en el corazón un sedimento de su vieja inocencia, que le reprochaba haber seguido el ejemplo paterno. ¿Golpes de pecho a destiempo? ¿Nostalgia de su perdida virginidad moral?”.

A pesar de estas irregularidades que pudieron ser subsanadas por un buen editor, lo cierto es que no es literatura que aspire a alcanzar la belleza a través del lenguaje -ni lo pretende-, sino una novela que otorga primacía al fondo sobre la forma, para constituir un fresco de lo chabacanas que pueden ser la política y la sociedad mexicana cuando vienen arropadas por medios de comunicación corruptos, como hasta ahora.

Al margen de lo anterior, no podemos soslayar que el machismo y la misoginia es el gran tema del libro, porque la mayoría de los personajes lo padecen, incluso las mujeres. Las actitudes de la época son fiel reflejo de ello, puesto que la violencia hacia la mujer no sólo no era mal vista, sino a veces considerada necesaria. Un retrato terrible, pero no menos cierto, ya que dimensiona al personaje, en especial cuando llegamos al origen de su odio hacia las mujeres.

Queda la reflexión, ¿no será que los mexicanos somos así por el odio a la madre primordial? Malitzin o la Malinche, es decir, la chingada, la traidora, la rajada…, como diría Paz en su famoso ensayo “El laberinto de la soledad” (1950). Su pertinencia en estos tiempos, como ya he dicho, queda fuera de toda duda. Y es que, sea como sea, el libro despega sin dejar de entretener y mantener la tensión dramática. En pocas palabras: está buenísimo el chisme y su mayor mérito es que uno lo lea completito.

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