Un disco hipnótico…

CRÓNICAS MELÓMANAS XIX.

Isabel había sido por mucho tiempo el amor de mi vida, y parece que ella me correspondía de igual forma. Sin embargo, era la novia de mi mejor amigo, y no hubo más que aceptar que ambos se involucraran y me hicieran a un lado. A él lo apreciaba tanto que no tuve más remedio que permitir que su noviazgo caminara directamente hasta el registro civil. Así que me quedé solo y triste como un perro; aunque me dio gusto saber que vería a Isabel con la misma frecuencia. Él y yo éramos tan amigos que siempre nos vimos en todas partes: en la oficina, en el almuerzo, en su casa (con Isabel, por supuesto) y en cualquier otro lugar.

Un día, al pobre de mi amigo del alma le vino una disfunción cerebral, que le dejaba pasmado por largo rato, hasta que después de mucho tiempo volvía en sí. Para aliviarle en algo, el médico le recetó una serie de medicamentos que muchas veces se confundía para tomarlos. En eso, Isabel le ayudaba a organizar sus pastillas, cápsulas, grageas y demás. En realidad tuvo mucha suerte de tener a Isabel a su lado, como enfermera de cabecera. Y yo les visitaba casi diario para ver cómo iba con el tratamiento, y ayudar en algo a la abnegada de Isabel.

https://www.youtube.com/watch?v=VciqafMEWng

Con la intención de aminorar el pesar que nos causaba la situación de salud de mi amigo, yo llegaba a su casa por la noche. Por coincidencia, en ese rato que duraba mi visita, él se quedaba inconsciente, pero con la apariencia de que estaba ahí con todos. Aunque Isabel y yo sabíamos muy bien que no, que él se quedaba como ausente y que tardaría de menos una hora para regresar de su estado inerte. Así que ella y yo aprovechábamos para escuchar música en tanto esperábamos a que él despertara de su letargo.

A Isabel y a mí nos gustaba mucho el rock psicodélico. Al principio, poníamos los discos de ellos dos, como los de The Doors, Jimi Hendrix y Cream. Después, yo comencé a llevar los míos, que sabía a ella le encantaban: Love, Captain Beefheart y Grateful Dead. Y todas las noches, mientras mi amigo entraba en trance, poníamos esos discos para esperar su despertar, y también para disfrutar un poco de música durante la espera.

Una noche, llegué con el disco American Beauty, de Grateful Dead, e Isabel se entusiasmó de volverlo a oír. La última vez que lo escuchamos juntos fue en su casa de soltera. Esa ocasión había llegado a visitarla con la intención de confesarle lo enamorado que estaba de ella. Pero el disco era tan bueno, que me introduje en las piezas del álbum y ya no le dije nada. Pero esta vez, a pesar de que Isabel ya era casada, y con mi mejor amigo, estaba decidido de confesarme con ella.

En el momento en que el marido de Isabel quedó pasmado, como todas las noches, ella corrió a poner el disco en la consola. Mientras tanto, yo repasaba las palabras que había pensado decirle, pero no hubo necesidad. Ella se acercó hasta donde yo me había quedado y me besó. Ese hecho me dejó estúpido y, sin saber qué decirle, preferí besarla con aquella pasión de toda mi vida. Poco a poco nos fuimos alejando de su marido hasta llegar a la cocina. La verdad nos angustiaba pensar que mi amigo despertara y nos sorprendiera en el momento más apasionado de aquella simbiosis.

Así estuvimos, escondidos en la cocina por una hora, que era el tiempo promedio en que mi amigo tardaba en su inconsciencia. Como vimos que aún no volvía en sí, ambos regresamos a la cocina con la intención de terminar nuestro embeleso. Una hora después, regresamos a donde él se había quedado pasmado, y nada, aún seguía en trance. Yo aproveché para volver a poner por enésima vez aquel disco y seguir disfrutando a Isabel.

Más tarde, no nos quedó otra que ir a la recámara y hundirnos en ese amor que por mucho tiempo estuvo contenido, y todo por mi amigo del alma. Una hora después, bajamos a la sala, y él seguía ahí, quieto, como si nada pasara, como si acabara de entrar en su trance. Entonces ya nos preocupó porque ya estaba amaneciendo, y nunca antes había sucedido tal cosa, que se hubiera quedado pasmado más de una hora. Y claro, ¿cómo no lo pensamos antes? El disco de Grateful Dead había resultado demasiado hipnótico para el pobre de mi amigo. Ya era muy tarde, él había quedado inerte para siempre.

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