Fernando Marrufo y su versión de los sonetos de Shakespeare

Zulai Marcela Fuentes evoca la figura de Fernando Marrufo, artista e intelectual yucateco, quien fue el primer mexicano en traducir los sonetos completos del bardo inglés al español, a la luz de la crítica y el encomio a partir de su publicación. ¡Imperdible lectura!

MEMORIAS DE UNA EDITORA.

 

La rosa tiene espinas, la fuente, lodo.

Fernando Marrufo y su versión de los Sonetos de William Shakespeare a la luz de la crítica y el encomio

 

La querella: los sonetos de Shakespeare, entre la vida y la muerte.

Hoy hablaré de un libro que salió por primera vez en 2002 bajo el sello de la UNAM editado por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial. Se trata de la primera edición mexicana del ciclo completo de sonetos de William Shakespeare, en total 154, en versión de Fernando Marrufo, pintor y poeta nacido en Mérida en 1924, del cual hablaremos más adelante.

Existía una edición de 500 ejemplares de 85 sonetos publicada por la UADY en el año de 1990. Comenzando este siglo, al autor se le propuso terminar la traducción del ciclo completo para que a partir de su culminación se procediera a realizar el dictamen que, de ser favorable, llevaría a su publicación sin más trámites ni demoras.  No fue fácil convencer a Marrufo, pues decía encontrarse cansado y sin condición de salud para asumir semejante proeza como la que había comenzado diez años atrás. Al insistírsele que lo hiciera, que emprendiera la labor para coronar su hazaña, se manifestó reacio y todo quedó en suspenso.

Sin embargo, a escasos dos meses después de esas pláticas telefónicas llegó un día por mensajería aérea un sobre proveniente de Mérida con un legajo de sesenta y nueve sonetos numerados que completaban la faena iniciada. No podía yo creerlo. Fernando había escrito en la carta que acompañaba el envío: “…me vino uno a la pluma, y luego otro, y otro y otro hasta que salieron todos. Pero si me fue relativamente fácil traducir los 69 sonetos, me será en extremo doloroso pasarlos a máquina, labor que detesto hacer” [fin de la cita].

Fernando y yo ignorábamos que esa carta sería la última y que ese hijo recién nacido, cubierto aún de restos placentarios quedaría en mis manos, huérfano ya de su autor, porque Fernando Marrufo murió tras un ataque fulminante de peritonitis. Seis meses me llevó asumir la responsabilidad de transcribir el texto, revisarlo, limpiarlo, para someterlo a dictamen en la UNAM. Seis meses después se firmaba un convenio entre la UNAM, la UADY, el ICI entonces, hoy SEDECULTA y la Fundación Fernando Marrufo.

Pero la historia de la querella no termina aquí. Vino el día de su presentación en la Feria del Libro del Palacio de Minería y sucedió que se dieron cita los maestros José Luis Ibáñez, Alfredo Michel, la Dra. María Enriqueta González Padilla y yo, que moderaba la mesa por parte de la DGPyFE de la UNAM.

Allí siguió el viacrucis, porque en el curso de la lectura de los textos de cada participante se fueron dilatando los tiempos que cada lector se tomaba y de nada servían mis tarjetitas avisando que el tiempo apremiaba, pues los eventos en una feria de libro comienzan y deben terminar a tiempo y, ni modo, hay que apurar a quienes no sueltan el micrófono y dan pie a que el siguiente orador se vea limitado en su exposición. Eso sucedió, en efecto, cuando uno de los participantes se extendió más de la cuenta y dejó al Mtro. Ibáñez con poca holgura para explayarse, mientras el público y los presentadores de la siguiente sesión se arremolinaban en la puerta para entrar.

Homenaje a Fernando Marrufo en la UADY.

Cundió el descontrol. Afuera ocurría la crucifixión voluntaria del escritor Gonzalo Martré en protesta porque el Fondo de Cultura Económica no le publicó su libro y, literalmente, se colgó de la balaustrada del balcón del primer piso. De sobra está decir cuál era el ambiente que reinaba afuera de las puertas de la sala. Al anunciársele al Mtro. Ibáñez que debía abreviar su disertación, éste montó en ira, y tuvo que entrar Fernando Macotela, el Director de la Feria de Minería, a calmar los ánimos y a decirle al maestro indignado que procediera y terminara su disertación con calma.

Lo sensible ocurrió no sólo por el tiempo excesivo que tomó el segundo orador, sino porque allí leyó una diatriba y alegato en contra del libro que se estaba presentando. Todo ocurrió hace ya 16 años, yo no puedo asegurar que la reseña que publicó dos años después de la publicación y su presentación, sea el texto que leyó, pero eso no importa. En las manos tengo dicha reseña donde evalúa la tarea realizada por el autor de las versiones como traductor, así como el texto introductorio del mismo Marrufo, junto con la valoración de la parte editorial del proceso.

Se trata de un texto muy amplio donde el comentador hace gala de una serie de calificaciones y descalificaciones, aunque comienza ponderando el hecho de que la traducción en verso rimado a base de endecasílabos merece atención ya que se trata de la totalidad de los sonetos, el ciclo completo, y señala que la faena destaca ya que es la primera vez que un mexicano lo hace. Y allí lo exonera.

Sin embargo, no avanza gran cosa cuando comienza a rechazar la postura del comentarista-traductor, pues este pretende establecer verdades absolutas, algo que Michel llama la “pseudocultura de la verdad shakespeareana”, en un terreno meramente especulativo como todo lo que rodea al poeta isabelino. Los juicios críticos oscilan entre la condescendencia al calificar estas versiones como “una honesta intención, de admirable osadía y arrojo”, pues describe a Marrufo como un versificador imaginativo, intuitivo y creativo.

Lo llama también un traductor ejecutante, es decir, no un artista, sino un artesano. Lo más que llega a decir es que estos sonetos son una traducción atrevida y digna. Con sorna se refiere a ellos como “Los sonetos de Shakespeare en movimiento mayormente alegre hacia los sonetos de Marrufo”, y concluye que el libro es valioso por el trabajo práctico… y mucho más valioso en la vasta y aceptablemente cumplida tarea de la escritura creativa (como invención), y que se trata de una versión sui generis personal que debió publicarse como una especie de edición de autor y no bajo el aval de dos grandes instituciones académicas como la UNAM y la UADY.

No obstante, añade que Fernando Marrufo “en ocasiones es capaz de arrancar del soneto de WS una pieza de valía y música propias”. El crítico no deja de salpicar y condimentar con fuertes aderezos de sorna, sarcasmo y franca burla, como cuando dice que la poética de Marrufo “adopta soluciones de pragmatismo entre color convencional decimonónico, cultismo trashumante y expedito, o abierto juego vernáculo y de trova” (eso sí lo recuerdo muy bien aquel atribulado día de la presentación en Minería).

Mesa panel del homenaje a Fernando Marrufo en la UADY.

Y a partir de aquí, viene lo mejor.

Según Michel este libro resulta “triste, sorprendente y simplemente deplorable”. Mientras que al Marrufo traductor de la poesía de WS lo exonera entre devaneos y adjetivos, al comentarista lo destroza pues dice que la expresión de reverencia y admiración ante el bardo inglés, no es otra cosa que bardolatría, es decir la devoción sin límite que se le profesa al bardo de Stratford. He aquí las dos posturas enfrentadas: la querencia y la querella; la querencia de Marrufo, y el endiosamiento que sitúa al bardo en un pedestal, versus la querella de la postura crítica que se ha desarrollado en tiempos modernos y recientes.

En suma, he aquí las objeciones de la crítica:

  1. La fastidiosa y anticuada bardolatría imperante en el estudio introductorio.
  2. La obsolescencia de la información que maneja FM.
  3. Los equívocos y lugares comunes que abundan en el texto.
  4. El exceso de imprecisiones y el folklor caduco.
  5. El desconocimiento de aspectos técnicos de versificación en inglés y, peor aún, en español.
  6. La omisión de las fuentes originales y el uso de una edición moderna como la que se manejó en la edición de la obra.

Y, lo más grave:

  1. La falta de un estudio menos impreciso y de orientación más crítica, más útil para el conocimiento del fenómeno WS y el corpus de traducciones existentes de la poesía shakespeariana.

Vale decir que el estudio introductorio tan deplorado por Michel y que aparece en la primera edición incompleta de 85 sonetos data de 1985. Aquí me permito sugerir que de hacerse una nueva edición se elabore otro estudio actual de algún especialista y profundo conocedor de la obra poética de WS. El crítico señala que lo bueno de las versiones se opaca con ese estudio tan cuestionable. Pero lo peor viene aquí, cuando señala, ya casi para concluir su diatriba, que el producto William Shakespeare Sonetos (según él así se llama el libro) es un caso de lesa sensatez editorial porque la introducción de Marrufo “pide a gritos cuando menos un par de opiniones antes de darla a la luz como antecedente de la loable labor del traductor”. Hasta aquí lo malo.

 

La querencia

No es posible dejar de mencionar, bien sea solo de paso, lo que la Dra. María Enriqueta González Padilla escribió en su texto de presentación y reseña que se publicó después, igual que lo hizo Alfredo Michel, La doctora escribió con toda propiedad un texto puntual sin calificar ni descalificar; un texto organizado y pulcro que abordó aspectos técnicos y formales, y como docente, traductora e investigadora del Proyecto Shakespeare de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, fue una académica eminentemente leal sin dejar de ser objetiva.

Ella estaba a cargo de la colección Nuestros Clásicos que hasta 2015 contaba con 20 títulos de obras de Shakespeare, según información de la Enciclopedia de la Literatura en México. Lo que es cierto es que no existe aún una versión completa de los Sonetos en esta colección. ¿Cuál sería la razón? A dieciséis años de haber pasado por estas querencias y querellas, y verlas con la distancia emotiva que da el tiempo, consolido mi convicción y entusiasmo por el trabajo de Fernando Marrufo.

La Dra. González Padilla lo encomió discreta y objetivamente pues tan solo explica lo que hizo el “vate yucateco” (así lo llamó) y las razones para proceder como lo hizo cuando tuvo que sortear dificultades Y, como dice, se limitó a reseñar las características del trabajo destacando la estructura del soneto inglés o isabelino, a diferencia de la mayoría de poetas-traductores o traductores de poesía latinoamericanos que optan por la forma italiana del soneto dividido en estrofas. Esto frente a los españoles que optan por la forma del soneto inglés, según Ángel-Luis Pujante.

María Enriqueta González Padilla pone en claro cuáles fueron los procedimientos usados por Marrufo. Entra en asuntos técnicos como los acentos, la musicalidad, los pies frente a las sílabas, por mencionar solo algo, y lo mejor es que ofrece ejemplos y los analiza. Va de frente al verso, trabaja, cumple un encargo, asume su labor, su compromiso con el texto y no pierde en ningún momento la compostura, aunque no por ello deja de señalar algún defecto como lo artificioso de algún remate de pareados finales. Y concluye:

“Para terminar diré que, aunque existe pérdida inevitable de sentido, de énfasis o de rigor métrico en la traducción de Marrufo, ésta alcanza un alto nivel de aproximación que introduce con éxito a ese bosque tupido, exuberante y laberíntico que es la poesía de Shakespeare. Por ello estamos agradecidos con el vate yucateco y lo consideramos un cabal maestro del difícil y laborioso arte de traducir.”

Fernando_Marrufo (Foto: Erling Mandelm, 1961)

En la cuarta de forros del libro se puede leer lo siguiente: “Fernando Marrufo nació en Mérida, Yucatán, en 1924. Su sed de conocimiento lo llevó a recorrer el mundo durante casi veinticinco años entre los cuales hubo un periodo en que siguió estudios formales de pintura en las universidades de Oxford, Sorbona y Perugia. Inveterado lector en las más espléndidas bibliotecas de Estados Unidos y Europa y asiduo concurrente de sus regios museos, Marrufo asimiló con pasión diferentes disciplinas humanísticas. 

Autor de una vasta obra pictórica, Fernando Marrufo incursionó también en la poesía, el teatro y la música. Su versión de los Sonetos de William Shakespeare constituye una noble aportación que se suma a todas las demás versiones existentes en lengua española y nos acerca a uno de los grandes y enigmáticos escritores de todos los tiempos, gracias a la contemporaneidad y la frescura de su lenguaje”.

Quiero expresar aquí mi gratitud al Dr. Hernán Lara Zavala, por su apoyo incondicional en el enorme esfuerzo realizado en la edición de esta obra, así como a los funcionarios de la UADY y del entonces Instituto de Cultura de Yucatán, en la coedición de la misma.

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