Aproximaciones poéticas de José Emilio Pacheco, traductor

En su ensayo, Zulai Marcela Fuentes aborda las aproximaciones poéticas de José Emilio Pacheco en su vertiente de traductor, para conformar un ars poetica propia en sus versiones de otros textos literarios.

Para José Emilio Pacheco (30 de junio de 1939 – 26 de enero 2014), a 82 años de su nacimiento.

En forma paralela a su obra narrativa y poética, José Emilio Pacheco realiza desde sus inicios una labor de traducción ejemplar, caracterizada por su intento de trasladar poemas de otras lenguas para incorporarlos a su propia obra y así refundar o resignificar el sentido de la poesía actualizando el discurso de la tradición a los tiempos actuales. Hablar en un instante de José Emilio Pacheco como traductor, sería tan descabellado como pretender hablar de su obra poética. Con esto quiero decir que puesto que la escritura y la traducción son para José Emilio ‘de un pájaro las dos alas’, la realización de su poesía es inseparable de su incesante labor de traducción y, más aún, de su inveterado afán de reescribirse, corregirse, recrearse, reproducirse y diversificarse  (he aquí la doble operación de su ejercicio: buscar convergencia con la versión original, aproximándose a ella pero, a la vez, encontrar la propia divergencia cuando parte de un fenómeno semejante en el arte pictórico de la intervención que manipula los elementos de la escena, se los apropia y se hace parte de la misma, como en “Las Meninas” de Velázquez y, más ilustrativo aún, como los artistas que hacen un cuadro a partir de otro cuadro donde dos creaciones se funden en un mismo lienzo.

Tal vez este arrojo ha podido provocar la crítica de quienes ven en este modus operandi la confirmación de lo que se ha dado en llamar la traición del traductor, trátese de un poeta que traduce poesía o de un traductor literario que no necesariamente es poeta. Borges llama a la vieja expresión traduttore traditore, una “superstición ampliamente arraigada” popular y simplista, aunque no niega el mínimo componente de verdad que esto puede llegar a tener. (Jorge Luis Borges, Arte poética. Seis conferencias, 2000). Pero ¿acaso no será que toda producción artística es un cúmulo de experiencias que se van nutriendo, influyéndose unas a otras, ya sea por adopción, asimilación, rechazo, ajuste y un sinfín de posibilidades más? Lo mismo ocurre en la literatura.

Más aún, en la traducción ese traslado no sólo de una lengua a la otra, sino en la miríada de interpretaciones que todo lector realiza de una obra y las respuestas que ofrecerá como lector, como poeta y como traductor en su recreación. Lo que José Emilio hace es mostrar el entramado de un proceso no necesariamente individual, sino la forma en que opera ese abanico inmenso de posibilidades de lectura, interpretación y voluntad creadora no de uno sino de múltiples individuos que han intentado rendir cuentas de su propia percepción, a través de los años y los siglos. Tal vez así podrían llamarse también las traducciones, visiones como las de Blake. Porque un poeta es, por definición, un visionario.

“Nada es de nadie, todo es de todos…Un poema pertenece a quien tenga la voluntad de hacerlo suyo”.

Esto lleva al asombro si pensamos en su última gran obra de aproximación que es El cantar de los cantares. Aquí, vale la pena recordar cómo el poeta deplora la idea de exclusividad y exclusión que significa la atribución de ser “autor”, porque para él, insisto, la poesía es una serie infinita de apropiaciones e intercambios. El cantar, así, es la obra de muchas generaciones tanto de escritores como de traductores elaborada a través de los siglos. Nos revela, y no tiene empacho en decirlo, que se trata de “un saqueo de todas las versiones disponibles en todos los idiomas al alcance por cualquier medio…”, porque hubo sucesivos y muy distintos Cantares: de allí su nombre, no podía ser más perfecto, Cantar de los cantares (un cantar de los cantares, no necesariamente el non plus ultra, simplemente uno de tantos).

Sin embargo, pese a esta colosal diversidad, Pacheco tampoco tiene empacho en resaltar su gran aportación –y esto no lo dice con soberbia, sino con justo orgullo y satisfacción― que la innovación indiscutible de su versión es que utiliza el género del poema en prosa, género que los antiguos desconocieron. He aquí lo nuevo en una obra clásica, lo fresco, lo contemporáneo. Por eso es que resulta perfectamente válido aquello de que no importa cuántas veces se emprenda de nuevo la traducción de lo que ya ha sido traducido infinidad de veces a lo largo del tiempo, cada generación debe emprender la tarea para mantenerla siempre fresca, actual, contemporánea. Esta es la búsqueda que hace que la traducción sea no sólo oportuna sino indispensable en un mundo cambiante y desconsiderado que amenaza con borrar de su memoria esa pervivencia del espíritu y no sólo del espíritu, sino del trabajo del aquí y ahora; la capacidad de la poesía no de salvación, porque no es éste su poder, sino el de iluminar lo que no está dicho, lo que el poeta rescata de la cotidianidad y exalta como sólo él sabe hacerlo.

Otro rasgo conmovedor y de agradecerse siempre, porque es sincero, es que José Emilio pone de manifiesto sus fuentes, hace pública su gratitud con quien ha contribuido en hacerle posible la titánica labor no sólo de traductor, sino de cronista de cómo se van reuniendo esos esfuerzos. Agradece a Julio Scherer, por ejemplo, el haberle dado a conocer la existencia de la magnífica obra insospechada de un personaje mexicano de Aguascalientes que era el doctor Jesús Díaz de León (1961-1919), y su versión heptalingüe, escrita en 1889,  El médico, catedrático, etnólogo, filólogo y académico que realizó una increíble versión analógica, es decir, palabra por palabra,  del Cantar, basándose en siete versiones: del hebreo, del latín y el griego, pero también a partir del alemán, el francés, el italiano y el inglés. Hay que ver el tremendo arsenal de riqueza filológica que utilizó Pacheco para emprender su aproximación.

Todo lo anterior lleva a formularse la pregunta: come si diventa poeti? (en recuerdo del entrañable actor fallecido Massimo Troissi del film El cartero de Neruda). Obviamente, por la poesía, aunque parezca una perogrullada. Y bien harán los que comiencen por leer no sólo poesía en su propia lengua, sino de otras lenguas y culturas, porque así se aprende, según Pacheco, a leer con atención. José Emilio admite que en sus años verdes aprendió a escribir poesía leyendo poesía y, mejor aún, traduciendo poesía. ¿Quiénes fueron sus mentores, por así decirlo, cuando era un muchacho de 23 años? Samuel Beckett, Oscar Wilde, Eisenstein, Tennessee Williams y Harold Pinter. Esta idea del poema en el poema, es el título de un libro del crítico George Steiner, Poem into Poem, en torno al Penguin Book of Modern Verse Translation, editado por él en 1966 (After Babel, 1975). También en épocas tempranas descubrió a John Donne, Baudelaire,  Rimbaud y Salvatore Quasimodo.

Pero además, tradujo mucho haikú, porque para él hay que poner un especial empeño en las lenguas orientales que tienen antecedentes esplendorosos de traducciones británicas admirables. Por ello, hace falta universalizar la poesía, contemporizarla. Traerla de sus confines geográficos y hacerlos cruzar la barrera del tiempo y la distancia. En eso, la labor de Paz y de Pacheco no tiene rival, sin demérito de los excelentísimos trabajos de tantos de nuestros escritores. Y ambos saben, que lo que no hay que perder jamás de vista es el peligro inminente de echar a perder un buen poema con una mala traducción, por fiel y justa que parezca. Paz nos dice que hay que llevar lo literal a lo literario, y Pacheco nos conmina a alcanzar esa aproximación siempre y cuando nuestra versión sea de una calidad digna de la calidad original del poema. De este modo, habría que contradecir de una vez por todas a Robert Frost cuando dice que en un poema traducido lo que se pierde es la poesía.

Finalmente, habría que añadir que alrededor de la inmensa obra publicada (poesía narrativa, traducción, guion) caracterizada por el rigor, la lucidez, la generosidad y la honestidad, queda pendiente la reunión de la obra dispersa que publicó José Emilio Pacheco a lo largo de su vida; obra más abundante y de igual importancia que reclama la urgente necesidad de su publicación: su obra ensayística y de su trabajo como traductor de poesía. José Manuel Oviedo refiere que sus poemas traducidos que aparecen en la reedición de Tarde o temprano de 2000 hacen constar una realidad incuestionable, “esa sección ha crecido aún más hasta llegar a convertirse en un corpus tan vasto que el autor ha tenido que desgajarlo de la última reedición de 2009, pues casi iguala las 800 páginas de su obra personal para ir a formar un libro autónomo”.

Termino mencionando aquí un fragmento de una carta personal que Octavio Paz le escribe a José Emilio, citada en su columna “Simpatías y diferencias” (Revista Universidad de México, agosto 1960):

“El poeta debe saberlo todo, antes de escribir el poema, y en el momento de escribirlo debe olvidarlo todo. Conciencia e inocencia, técnica y desnudez, reflexión e inspiración, dominio del lenguaje y docilidad ante los movimientos del lenguaje, malicia y espontaneidad, todo junto. Esto es lo que hace, a mi juicio, que el ejercicio de la poesía sea al mismo tiempo un juego y lo contrario de un juego, la actividad más seria y la más fútil”.

Esta enorme revelación de Paz se convierte no sólo en una desiderata, sino un ars poetica que José Emilio entendió y atendió llevándola a la práctica desde el inicio de su carrera, en su doble camino en la escritura de poesía, de manera paralela a la postura ética y estética que significó la traducción de poesía para el entrañable escritor mexicano.

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