Grieg y Sibelius conquistan a la OSY

Los sentimientos nórdicos invaden al Peón Contreras. 

Ha llegado tu día, oh patria mía.  Jean Sibelius

Con el candor esperado, la flauta lanzó tímida su melodía, al lado de fagotes y del discreto único clarinete. Un par de compases más adelante, ese entorno pastoral -de un tiempo y un cielo lejanos- quedó fortalecido con las pinceladas suaves de cornos y cuerdas. La imaginación de Edvard Grieg, al componer una de sus suites más famosas “Peer Gynt Núm. 1”, da los primeros pasos hacia cuatro movimientos -con los matices más emotivos de la expresión- que cualquiera puede reconocer en el acto, como involuntariamente ocurre con las obras de Tchaikovsky. Cuando el Nacionalismo regularmente se traduce a golpes de heroísmo y de lucha, el caso del genio noruego es un canto que nace de la paz, de las leyendas populares y la contemplación de la vida campirana.

Por encargo, ambas suites primera y segunda de Peer Gynt, narran fábulas y tradiciones en versiones de miniatura, con el completo triunfo melodista del compositor. La “Danza de Anitra” resplandece por su gracejo significado: un diccionario dependerá por siempre de esta, para explicar qué es tener o portar gracia. Sin embargo, los límites acústicos del teatro consiguen dar la zancadilla en el momento inesperado. Pueden impedir el diálogo armónico según la proporción descrita en partitura. “En la Gruta del Rey de la Montaña”, un descuadre incipiente fue sofocado por fortuna, hasta alcanzar el nivel de frenética energía, el mayor distintivo de su final -emocionante, festivo- a la manera que se acostumbra en aquellas frías montañas.

Tras la primera suite, suspiro que evoca el folklore noruego a ritmo de mazurcas y marchas de acentos muy marcados, sobrevino la segunda, hecha de dimensiones bien distintas. Es una música enorme. La OSY, con refuerzo de cuerdas y metales, a duras penas pudo alcanzar la sonoridad tanto como el carácter. Atrás quedó el encanto inocente y la gentil poesía. Grandes voces, arrebatos inesperados, todo en un lenguaje precursor del siglo XX, hacen de la suite número dos una creación asimétricamente interesante y bella. Anticlimática, en su culminación delicada se decanta en una frase de tersura plena. Unos por desconocimiento, otros por preservar el sentido allí volcado, retardaron el aplauso exiguo a la interpretación tan cuidadosamente trabajada.

Diferente de ocasiones anteriores, en este concierto número seis de la temporada septiembre diciembre 2019 no hubo invitados. Se prefirió una fiesta exclusivamente con la gente de casa y no fue una mala decisión. Batuta y orquesta, entendiéndose con su acostumbrada fluidez, continuaron sus cantos septentrionales ahora acudiendo al nacionalismo finlandés. Jean Sibelius, inmortaliza un sentimiento patriótico, el anhelo posible para romper cadenas. Excava el corazón del pueblo al que hace sentir el empeño para luchar y ganar. Y formula -contundente- un canto supremo de libertad al que, tras algunos ajustes, logra bautizar con el nombre de su tierra Finlandia. Se trata de un tema descomunal, con tanto carácter que va por caminos de interpretación semejando el espíritu alemán. Ello explicaría el tempo galopante, común en las orquestas incluso dirigidas por finlandeses, espoleadas por el volumen altísimo que grita el triunfalismo de su identidad.

Sibelius, en su Sinfonía Núm. 7, contrasta aquel patriotismo con otra gama de recursos. Alucinante, integra una densa cuerda, que hace vibrar con dramatismo y evoluciona a nuevas ideas musicales, pasando de un movimiento al otro en perpetuo andar. El detalle que merece su interpretación, es compendio que el maestro Juan Carlos Lomónaco logró instigando a la orquesta por la tormenta sensitiva, material de que está hecha la obra. Sin embargo, solo el propio Sibelius sería capaz de explicar cómo asciende y ruge con la fuerza de mil voces para que, al instante siguiente, hace un alto para aspirar el perfume de las flores.

El aspecto lamentable nuevamente recae en algunas personas del público, cuya ignorancia les hace hablar en voz alta, celular en mano, intrusos por completo frente a la creación de dos genios apreciados mundialmente. Con intención o sin ella, logran el sincero repudio de quienes somos víctimas de su atraso social, pese a estar situados en un palco, confundidos entre la gente decente. Se supondría que quedan fuera del teatro toda clase de actitudes irracionales, pero contra esa esperanza, se sufre su reaparición en un espacio de arte, donde la Música posee un estatus supremo.

Ante este panorama, la Sinfónica de Yucatán se esmeró con grandes consecuencias. Su solvencia artística le hizo llegar a la meta, con un cansancio evidente después de recrear todo el virtuosismo exigido en partitura. Hizo refulgir las aspiraciones de ambos compositores cuyos pueblos, tan distantes del nuestro en lo geográfico como en lo cultural, comparten el universal deseo de libertad y de valores comunes al sentimiento humano. El teatro, más vacío que lleno, lanzó una sonora ovación, compartida por todos ante la grandeza de Grieg y Sibelius. ¡Bravo!

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1 Comments

  1. says: Leserye

    Una exquisitez, sin palabras. concuerdo en lo relatado acerca de la música y sobretodo más de acuerdo en que no le permitan la entrada a personas que manifiestan su pésima educación, sin embargo, el detalle de mal gusto no es la o las personas de mal comportamiento sino del supervisor o encargado del evento que no está atento para interceptar las interferencias de este tipo que enturbian la armonía musical . He dicho .

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