Óscar Muñoz hace un recorrido por la historia del hard rock mexicano, evocando a sus precursores al tiempo que resalta a los pioneros de este subgénero musical en nuestro país.
Botellita de Jerez
Esta agrupación de los ochentas fue de las primeras en proporcionar de identidad al rock mexicano al mezclar su música con elementos del folclor nacional y la cultura popular mexicana. Además de ello imprimieron un enfoque humorístico en sus canciones, con un dejo de sátira y crítica que los caracterizaba. Aunque la banda no buscaba ser reconocida como una gran institución musical virtuosa, su actitud estuvo más cercana al punk.
En relación con el estilo musical, vale señalar que el rock que componían estaba basado en diversas fusiones. A veces mezclaban rock con danzón, como la pieza Guaca rock, o con la música ranchera o mariachi, como en la canción Charrocanrol, o con música popular infantil, como Los maderos de San Juan. Cabe destacar que la banda definió su propio estilo musical como Guaca rock, una mezcla de guacamole (símbolo del mestizaje mexicano) con el rock.
La banda, conformada por el trío Sergio Arau, el “Uyuyuy”, (guitarra y voz); Armando Vega-Gil, el “Cucurrucucú”, (bajo y voz), y Francisco Barrios, el “Mastuerzo”, (batería y voz), proyectaron un concepto rockero que fue de gran influencia para posteriores grupos del país. Por otra parte, tomaron una imagen basada en un aspecto de barrio combinado con un aspecto punk fusionado con mariachi.
En cuanto a las letras de sus canciones, siempre con el humor que les caracterizó, lo mismo referían la violencia en las calles y la brutalidad policíaca, como Saca o San Jorge y el dragón; criticaban el morbo de los medios de comunicación y la industria discográfica, como Alármala de tos o Buscando la fama, y hasta situaciones cotidianas de la ciudad, como Heavy metro. Cabe aclarar que este tipo de canciones ningún otro grupo, nacional o extranjero, las cantaba en la radio.
Heavy metro, Botellita de Jerez, Botellita de Jerez, 1984.
De su producción discográfica destacan los tres primeros álbumes: Botellita de Jerez, en 1984; La venganza del hijo del guacarock, en 1986, y Naco es chido, en 1987. Por desgracia, después de estos primeros discos, comenzó la desbandada con la salida de Sergio Arau de la agrupación. Aunque, en 1989, los botellos restantes, apoyados por el Sr. González, Benjamín Alarcón y Santiago Ojeda, lanzaron el cuarto álbum de Botellita de Jerez titulado La niña de mis ojos.
Crazy Lazy
Otra banda de los 80’s que destacó en el hard rock fue Crazy Lazy (Loco Perezoso), integrada por dos parejas de hermanos: Javo y Antonio Benítez (batería y guitarra) y Javier y Raúl Villareal (bajo y guitarra), además del vocalista Sergio Gomar. Todos eran muy jóvenes, oriundos de Monterrey, y fans intensos del heavy metal. Ellos fundaron la banda en 1978 en la escuela. En ese tiempo sólo tocaban covers de hard rock y metal. A pesar de ello, su primer show en 1979 tuvo una audiencia en su escuela preparatoria de 4,000 estudiantes, además de varios cientos de visitantes. Aunque no fue sino hasta 1982 que comenzaron a componer sus propias canciones.
En 1985, Crazy Lazy produjo su primer y único disco de manera independiente ¡Que viva el rock!, antes de que lo hiciera cualquier otra banda de hard rock. Al parecer tuvieron la ventaja de vivir cerca de los EEUU, lo que les permitió, además de la producción independiente, ser influenciados por el heavy metal internacional. Por esto último, el disco tiene influencias no sólo estadounidense sino también británicas.
¡Que viva el rock!, Crazy Lazy, ¡Que viva el rock!, 1985.
Inmediatamente después del lanzamiento del álbum, una televisora de Nuevo León les promovió presentaciones en vivo en diversas partes del país, como la Ciudad de México; la plaza de toros de Chihuahua, con 9 mil personas; el estadio de Mazatlán, con 4 mil 500 asistentes; en la plaza de toros de Monterrey, con 10 mil personas, entre otras localidades. De manera especial, en 1986, realizaron varias presentaciones en vivo para recaudar fondos para las víctimas del terremoto de 85, lo que le fue reconocido por la Organización de las Naciones Unidas.
¡Que viva el rock!, su único disco, ha sido una obra de culto que, con dos mil copias, alcanzó territorios que la banda nunca imaginó. Además, es un álbum cuyo sonido oscila entre el hard rock y el heavy metal, incluso cerca de los linderos del blues, lo que tal vez pueda ser llamado “soft metal”, que es un punto medio entre el hard rock y el heavy. El disco está integrado por ocho temas, aunque ellos contaban con más canciones que no pudieron entrar en el álbum. Respecto de la letra de sus canciones, la mayoría de ellas aborda las relaciones amorosas.
El Haragán y Cía.
Alrededor del primer disco de Luis Álvarez, El Haragán, gira una anécdota poco ordinaria. Este músico y su banda se presentó a un concurso patrocinado por la compañía Bacardí titulado Valores Juveniles, pero fue rechazado por su aspecto que con compaginaba con los estándares del evento. De ahí que El Haragán haya titulado su primer disco Valedores Juveniles, el cual fue lanzado en 1990.
Cabe destacar que el disco fue muy aclamado por la audiencia. En ese tiempo, la mayoría de sus seguidores conocía perfectamente las canciones. Durante los 32 minutos de la grabación, Luis Álvarez relata las historias urbanas de diversos valedores, algunas de ellas musicalizadas con un blues que oscilaba entre el rock ‘n’ roll y el hard rock.
A esa gran velocidad, El Haragán y Cía., Valedores Juveniles, 1990.
Sus personajes pertenecen al barrio, a veces un pervertido o una prostituta o adictos al cemento o un ratero. Las canciones de El Haragán y Cía. Resultaron un respiro para los seguidores del rock urbano de la Ciudad de México, ya que referían realidades sociales sin tener la intención de ofrecer juicios de valor.
Por el contrario, otras bandas se transformaron en baladistas facilones, involucionaron en una especie de soft rock descafeinado. Por ello, Valedores Juveniles resultó oro en la basura. Ningún otro disco de la época contuvo tres canciones como himnos del rock urbano nacional: Mi muñequita sintética, No estoy muerto y Él no lo mató, amén de una canción que rebasó lo concebible, A esa gran velocidad.
La Cuca
Esta banda es tan sincera como divertida, tan estridente como talentosa. Al escuchar La Invasión de los Blátidos, su primer disco, uno prueba los colores y las texturas que antes sólo la imaginación y el deseo pudieron proveer. Si la audiencia aprendió fácilmente la letra de cada una de las canciones, también le tocó gozar de la música.
Como la mejor agrupación irreverente, La Cuca se burla del mundo con el talento y el oficio propio de aquellos creadores ambiciosos de satisfactores artísticos. Por eso es que, en su caso, lo que menos importa es espantar a monjas y ancianas, ya que son instrumentalistas impecables, así como consumados pecadores; su trabajo es asustar al mismo Diablo y no sólo a sus audiencias.
Me vale madre, Cuca, La Invasión de los Blátidos, 1991.
Efectivamente, La Cuca es una banda sexual. Sus más fervientes seguidores son aquellos que chupan, copulan, bailan y se desvelan, y únicamente se dan golpes de pecho con los pechos de sus amantes. De ahí que La Cuca, tanto en lo musical (bajeos, requinteos, batacazos y vocalizaciones) como en el concepto que le dio vida, garantice las taquicardias del espectáculo.
La Invasión de los Blátidos, su primer álbum, devela los talentos particulares y generales de una banda integrada por forajidos y traficantes de la anarquía, hijos bastardos del blues y aficionados a esa clase de hard rock y ácido cuya garantía está en el escándalo social. Incluye 13 canciones que prohíben la indiferencia, no aptas para cualquiera. Lamentablemente, el disco no pudo albergar todas aquellas creaciones que la banda hubiera querido incluir. Aún con ello, La Invasión de los Blátidos asegura la garantía musical y la burla social.